(CNN) – Hechos alternativos. Mentiras. Distorsiones. Exageraciones. Declaraciones incorrectas. Verdades a medias.
Puedes llamarlo como quieras, pero hay un hecho indiscutible: el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, lo hace con bastante frecuencia.
Según un conteo desarrollado por el diario The Washington Post, a través de su chequeo de información que fue actualizado en la mañana de este martes, Trump ha hecho 1.628 afirmaciones falsas o engañosas durante los 298 días que lleva en el cargo. Lo equivale a un promedio diario de 5,5 declaraciones que no son verdad —¡incluyendo fines de semana!—, desde que es presidente.
Las estimaciones del chequeo de información apuntan a que, si sigue a este ritmo, Trump superará las 2.000 afirmaciones erróneas y/o completamente falsas en su primer año de gobierno.
Detente. Regresa y lee esta última frase. Después, vuelve a leerla.
El presidente de Estados Unidos ha engañado o mentido más de 1.600 veces desde el pasado 20 de enero. Eso es algo tan importante que voy a repetirlo y a subrayarlo: el presidente de Estados Unidos ha engañado o mentido más de 1.600 veces desde el pasado 20 de enero.
Y hay consecuencias para ese notable récord de falsedades, que ya están siendo asimiladas en nuestra cultura.
Trump, con su retórica y su comportamiento ha redefinido “la verdad”. La verdad, ahora, está en el ojo del espectador. No hay acuerdos sobre hechos ya establecidos. Todo se lee y se ve bajo el lente de las “noticias falsas”.
Tomemos como ejemplo la situación que enfrenta hoy el candidato republicano Roy Moore en la carrera por el Senado de Alabama.
Hace cinco días, The Washington Post publicó una historia en la que cuatro mujeres acusaron a Moore, quien también fue dos veces presidente de la Corte Suprema de Alabama, de buscar tener relaciones sexuales con ellas cuando él se encontraba en sus 30 y ellas estaban entre los 14 y 18 años. Este lunes, una quinta mujer, Beverly Young Nelson, hizo público su caso: afirmó que Moore la agredió sexualmente cuando ella tenía 16 años.
Moore ha negado por completa todas las acusaciones. Incluso, ha insistido en que todo el asunto es producto de una especie de conspiración a gran escala, que involucra a los demócratas, a los medios y a los republicanos de la clase dirigente como el líder de la mayoría en el Senado, Mitch McConnell.
“Noticias falsas”, reiteró Moore. Y montones y montones de personas le creen.
Los hechos, sin embargo, son los siguientes: ninguna de las cinco mujeres se conocía entre ellas. Ninguna contactó al Washington Post para contar su historia. Todas han permitido el registro y que se publiquen sus nombres. El Post habló con más de dos docenas de testigos, que confirmaron que conocían a Moore cuando trabajó como fiscal del distrito entre 1977 y 1982, periodo durante el que supuestamente ocurrieron estos episodios. Al menos dos de las mujeres votaron por Donald Trump en las elecciones de 2016. Beverly Young Nelson mostró un anuario de secundaria de 1977, en el que Moore le había escrito una dedicatoria llamándola “bella” y firmando “Con amor, Roy Moore D.A.” (iniciales en inglés para fiscal del distrito).
Cuando comparas estos hechos frente a las negaciones de Moore, no hay una conclusión difícil apretada. Los hechos superan de lejos la insistencia de Moore de que todo esto se trata de una gran conspiración ejecutada por los medios demócratas.
Nada de eso es una declaración parcial o partidista. Los hechos no son partidistas. Simplemente son hechos.
Desafortunadamente, como país, nosotros ya no podemos ponernos de acuerdo sobre los hechos. Los hechos y las opiniones se han combinado, convirtiéndose en una mezcla. Muchas personas confunden las dos cosas o no tienen ni idea de dónde termina una y empieza la otra. Se siente como si el famoso dicho de Daniel Patrick Moynihan, senador de Nueva York, viniera de otro momento: “Tienes derecho a tu propia opinión. Pero no tienes derecho a tus propios hechos”. Demonios, parece que viniera de otro universo.
No todo esto recae en los pies de Donald Trump. Pero el presidente sí marcó el tono. Este mandatario, desde el momento en que anunció su candidatura presidencial en junio de 2015, ha mostrado una falta total de preocupación por lo hechos. Y no sólo eso: ha hecho alarde de su falta de fidelidad a los hechos establecidos como una especie de insignia de honor, un símbolo de su falta de compromiso con la política, como de costumbre.
Sin embargo, decir la verdad no es hacer política. Es decencia pura. Y Trump viola eso, en promedio, 5,5 veces al día. Todos los días.