Nota del editor: Jill Filipovic es una periodista que vive en Nueva York y Nairobi, Kenya. Es autora del libro “The H-Spot: The Feminist Pursuit of Happiness”. Síguela en Twitter. Las opiniones expresadas en este comentario son solamente de la autora.
(CNN) – Otro día del gobierno de Donald Trump, otra revelación de que sus miembros y socios han estado involucrados en comportamientos que hubieran sido escándalos importantes para poner fin a sus carreras en otra presidencia. Esta vez, son las revelaciones en The Atlantic de que Donald Trump Jr. se comunicó con WikiLeaks, y parece que ocasionalmente cumplió sus órdenes.
Es difícil exagerar la estupidez alucinante de esta medida, especialmente considerando que los mensajes fueron enviados a través de mensajes directos en Twitter, una plataforma que no está encriptada. ¿Olvidó Trump Jr. a Anthony Weiner tan pronto?
Los votantes de Trump dicen que quieren que los outsiders recién llegados a la Casa Blanca “drenen el pantano”. Pero lo que consiguieron en cambio fue gente que no entiende o no se preocupa por las obligaciones éticas más básicas (y potencialmente legales), provenientes de una industria en la que el enfoque es notoriamente estrecho y de corto plazo: hacer el negocio, sin importar a quien afecte.
Llevar esos valores a Washington no drena el pantano; lo hace mucho más sucio. Y como lo demuestra esta historia reciente, incluso más tonto.
Aquellos de nosotros que estamos en izquierda tenemos una relación complicada con WikiLeaks. La filosofía del grupo de desafiar a gobiernos opresivos y revelar secretos es al menos ideológicamente atractivo, aunque la realidad práctica de esto sea predeciblemente imprudente y negligente. (Ningún adulto en la mesa dice que tal vez algunas de estas revelaciones son salvajemente irresponsables y que potencialmente podrían hacer que muera gente).
Que la organización esté del lado de Vladimir Putin —un autócrata que es feliz comprometiendo derechos humanos básicos, que espera mientras los rusos LGBT son atacados y docenas de periodistas son asesinados bajo su control— no ayuda en su caso.
La mascota del grupo moralmente en bancarrota, Julian Assange, ha demostrado ser cobarde, hipócrita y deshonesto: ninguna persona que sea sensible o razonablemente inteligente debería confiar o interactuar con él. (Ha sido acusado de asalto sexual y se ha escondido para evitar un completo ajuste de cuentas por las acusaciones, aunque en mayo, fiscales suecos abandonaron dichas acusaciones)
Pero por supuesto “sensible” y “razonablemente inteligente” no son palabras que estén asociadas con el gobierno de Trump o los hijos del presidente.
Pero los mensajes en cuestión ni siquiera son los que Wikileaks envió y los Trump ignoraron. De hecho Trump Jr. le respondió a la organización, preguntándoles incluso por información.
El entonces candidato Donald Trump parece haber tuiteado a instancias de WikiLeaks. La organización envió un mensaje a Trump Jr. el 12 de octubre de 2016: “Sugerimos fuertemente que tu padre tuitee este link si nos menciona”. Quince minutos después, Trump padre tuiteó con aprobación de la organización, y dos días después, Trump Jr. tuiteó el link que WikiLeaks le envió, que llevaba a un oscuro dominio (ahora desconectado) donde al parecer había un archivo con las revelaciones más recientes de WikiLeaks.
No era un secreto que en ese momento WikiLeaks estaba afiliado con los rusos y desde hacía mucho tiempo ha sido hostil a los intereses del gobierno de Estados Unidos. Los Trump estaban tan interesados en ganar que estaban dispuestos a involucrarse con los enemigos del Estado con tal de hacerlo.
Esto es vergonzoso, y debería ser lo suficientemente escandaloso para derrotar a Trump Jr. y causarle un daño serio al actual gobierno. Pero también debería hacerlo una decena de actos increíblemente malos cometidos por este presidente, sus familia y sus aliados.
Es probable que también sobrevivan este escándalo, simplemente no haciéndole caso e inventando sus propios hechos. Permanecerán en el poder, y será la democracia estadounidense —y los estadounidenses— los perdedores.