(CNN) – El FBI resolvió el misterio de la identidad de una momia de 4.000 años después de extraer ADN de su diente.
Desde 1915, cuando la cabeza cortada de una momia fue descubierta en la esquina de una tumba saqueada en la antigua necrópolis egipcia de Deir el-Bersha, los arqueólogos han estado desconcertados por su identidad. A pesar de descifrar que la tumba pertenecía a un gobernador llamado Djehutynakht y su esposa, han deliberado durante mucho tiempo sobre de quién era la cabeza.
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“Nunca supimos si era el señor Djehutynakht o la señora Djehutynakht”, dice Rita Freed, conservadora del Museo de Bellas Artes de Boston (MFA, por sus siglas en inglés), que ha almacenado los contenidos completos de la tumba desde 1920.
Ahora, más de 100 años después, gracias a una investigación del FBI publicada el mes pasado en la revista Genes, ellos pueden decir que la cabeza era de un hombre y que pertenecía al gobernador.
Para Freed, esto no solo marca la culminación de un enigma arqueológico centenario, sino que también es un testimonio de los avances tecnológicos en las pruebas de ADN. “Ahora sabemos que el FBI ha desarrollado una técnica para reconstruir el ADN más degradado. Si pueden reconstruir el ADN de un diente de 4.000 años, pueden reconstruirlo prácticamente de cualquier manera”, dice.
Condiciones complicadas
La edad de la cabeza y el ambiente desértico en el que se encontró dificultaron la extracción de ADN. Como explica Odile Loreille, científica forense del FBI, el ADN se degrada más rápidamente en condiciones de calor. Saber esto llevó a la creencia de que nadie podría recuperar ADN de antiguos restos egipcios, explica la investigadora.
Solo en los últimos años se ha demostrado que esto no era cierto: en 2017 científicos en Alemania decodificaron el genoma de los antiguos egipcios por primera vez.
Además de las condiciones en las que la cabeza fue encontrada, los arqueólogos modernos la dañaron aún más al manipular la cabeza durante los diversos intentos de identificación desde su descubrimiento.
A principios de la década de 2000, en preparación de una exposición sobre la tumba y sus contenidos, el MFA volvió a abrir el caso con la misión de resolver el misterio de la identidad de la momia. Al estar en Boston, la llamada “Meca médica”, Freed hizo lo que, según ella, parecía natural: “Nos pusimos en contacto con el Hospital General de Massachusetts, el departamento de neurología, porque después de todo, teníamos una cabeza”.
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En 2005, el hospital realizó una tomografía computarizada en la momia, pero aún no pudo determinar si era hombre o mujer. Todo el examen reveló que ciertos huesos de los pómulos y partes de la mandíbula inferior, características que podrían haber dado pistas sobre el sexo de la momia, se habían eliminado en un procedimiento quirúrgico altamente especializado. Los investigadores sugirieron que esto podría haber estado relacionado con la ceremonia del “abrir la boca” del antiguo Egipto, que estaba destinada a permitir a los muertos comer y beber en el más allá.
Cuatro años más tarde, el hospital intentó analizar el ADN de la cabeza extrayendo su diente, la parte menos susceptible de estar contaminada, debido al esmalte protector. Pero fue en vano.
Los archivos X
Aquí es cuando entró el FBI —”un socio muy inusual”, admite Freed—. La unidad de investigación de EE.UU. se acercó al museo atraída por la muestra inusual.
No fue tanto el significado histórico de la momia lo que atrajo al FBI, sino el desafío científico que podría plantear, Anthony Onorato, jefe de la unidad de apoyo de ADN del FBI, explicó a CNN.
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“Con lo que trabajamos es con evidencias, y la evidencia es solo elementos cotidianos que están asociados con la escena del crimen”, dice.
Tales evidencias a menudo han estado expuestas a condiciones extremas, por lo que el FBI vio la cabeza momificada como una oportunidad para practicar la extracción de ADN de materiales contaminados.
Entonces, en 2016, el diente fue entregado a Loreille, quien tiene un exitoso historial de extracción de material genético de cuerpos muy, muy antiguos. Ella ha analizado previamente el ADN de un niño de 13 meses que se ahogó en el Titanic y un oso de la cueva de 130.000 años de antigüedad.
La forense se puso a trabajar y pudo determinar que el cráneo era de un varón. “Estaba feliz y sorprendida”, recuerda Loreille. “Tuvimos suerte”.
Cuando Freed leyó la investigación, se llenó de alegría, y no solo porque el sexo finalmente había sido revelado. “Es un maravilloso ejemplo de que el museo y la ciencia trabajan juntos”, asegura.