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Mueller podría citar a Trump si se niega a ser entrevistado
03:03 - Fuente: CNN

(CNN) – Con la llegada a la Casa Blanca de uno de los abogados de la era del juicio político al expresidente de Estados Unidos Bill Clinton, esta vez para ayudar a que el presidente Donald Trump le haga frente a la investigación del fiscal especial para la trama rusa, Robert Mueller, vale la pena preguntar: ¿qué puede aprender Trump de las desventuras de la Casa Blanca de Bill Clinton?

La salida del abogado de Trump Ty Cobb, seguida de la noticia de la contratación de Emmet Flood —quien representó al entonces presidente Bill Clinton en su proceso de impugnación a finales de la década de los 1990— podría ser una señal nueva y menos amistosa del equipo legal en constante evolución de Trump, que ha jugado bien con el fiscal especial. El presidente, entre tanto, descarta rutinariamente la investigación como una “cacería de brujas”.

Emmet Flood es el nuevo abogado de Donald Trump para la investigación de la trama rusa.

Clinton, por supuesto, no tenía acceso a un smartphone con una aplicación de Twitter, entonces esto —por miles de razones— es difícilmente una comparación de manzanas con manzanas. Pero tanto el destino de Clinton como el de Trump podrían fusionarse al menos en un frente, mientras Mueller parece estar más cerca de presionar, tal vez a través de una citación, para que Trump testifique bajo juramento.

Entonces, con el caso de Clinton en mente, ¿qué debe hacer el presidente?

1. Entender bien su historia, porque las preguntas están por venir

Como escribió este miércoles el analista legal y gurú en de la Suprema Corte Joan Biskupic, el precedente pasado sugiere que, de alguna u otra manera, Trump será sujeto de cuestionamiento (incluso si, al menos por ahora, el prospecto está muy abierto para el debate).

Una mirada a las potenciales preguntas de Mueller, como reportó The New York Times este lunes, sugieren que las tácticas actuales de Trump —vociferar en Twitter al tope de la lista— no será muy útil cuando sea confrontado con preguntas muy directas y específicas.

Clinton, cuando estaba bajo juramento con el fiscal especial Ken Starr, trató de saltarse algunas preguntas espinosas con una ronda ahora infame de riffs de jerga legal. Por ejemplo, su memorable disquisición de la definición de la palabra “es”.

2. No tratar de ser muy listo

Algo simple.

Aunque no es ajeno a los procedimientos legales, Trump no posee la experiencia legal que tenía Clinton. Él no va a hablar de su salida de esto. Él podría, si lo intentara, hablarse a sí mismo de algo mucho peor, al igual que lo hizo Clinton. Las negaciones tortuosas de Clinton están ahora entre las líneas más recordadas de su presidencia.

Trump ya ha seguido el ejemplo de Clinton y negó negó negó que hubiera colusión entre su campaña y Rusia. Si de hecho no hubo colusión, comportamiento indebido o ilegal para ocultar, y solo detalles políticos potencialmente vergonzosos, la lección aplicable de la saga de Clinton es: se veraz o quédate callado.

3. No en cámara…

No hay manera de que Trump vaya a salir bien, según los estándares de cualquier persona, después de pocas horas bajo el arma con Mueller.

De nuevo, Clinton aprendió esa lección de primera mano. Las transcripciones de su testimonio ante el gran jurado pudieron haber sido lo suficientemente malas, pero una grabación hubiera sido realmente terrible. Clinton se veía enfermo. Parecía cansado y derrotado y sonaba… bueno, como si estuviera mintiendo.

Hay un muy buen y probablemente argumento correcto que, en el clima actual, la reacción del público no se compara con la de hace dos décadas, sin importar lo que diga Trump. Esto es, por supuesto, salvo a una revelación sobre su visita particular a Moscú en 2013. Y aunque la gente pueda estar (muy) acostumbrada a las mentiras de Trump, hay una diferencia —en cómo pueda ser percibida— entre sus triunfalmente voluntarias mentiras descaradas y decirlas a la defensiva después de ser arrinconado por un hábil fiscal.

4. Hacer la paz con los resultados electorales de 2016

Esta sería una buena oportunidad para que Trump interiorice que él no ganó el voto popular, y por su propio bien, que esto es correcto: todo el mundo sabía cómo eran las reglas.

¿Por qué esto importaría?, se preguntaría una persona sensata.

La respuesta, persona sensata, es que gran parte de la ira de Trump —y la racionalización y, en última instancia, afirmar falsamente que millones de inmigrantes indocumentados votaron a favor de Hillary Clinton— se debe a su frustración ante la sugerencia de que a alguien o a algún otro aparato de inteligencia, se le debe acreditar su victoria electoral. Ser honesto no le costará nada aquí. Su base cree que él es el último iconoclasta político y que todo este ejercicio es falso. Sus oponentes creen que él es un fraude, o algo peor, y no van a dejar de creerlo por lo que probablemente sea una respuesta transparentemente engañosa.

Decirle a Mueller la verdad sobre sus contactos de campaña con Rusia no cambiará nada de esto. Mentirle como un refuerzo del ego, tampoco, excepto que podría poner en peligro aún más la presidencia que tanto luchó por conseguir.

5. No parpadear

Clinton terminó su segundo mandato con su popularidad altísima. ¿Seguirá Trump la misma trayectoria? No. ¿Sabemos algo realmente seguro? Definitivamente no.