Catherine pasea entre las tumbas del cementerio de Holy Cross, donde está enterrado el pequeño John.

Cahersiveen, Irlanda (CNN) – En el borde de un pueblo irlandés se encuentra un cementerio en medio de exuberantes colinas y las costas escarpadas del Atlántico.

Bajo un paraguas de nubes iridiscentes, Catherine Cournane avanza hacia los terrenos al fondo del cementerio.

Va más allá de las tumbas de su madre, sus hermanos y un primo. Ella suele visitarlas usualmente en el cementerio Holy Cross Graveyard de Cahersiveen. Pero este día está allí por alguien más.

El bebé John.

Han pasado dos días desde que Catherine cuidó por última vez su tumba y en la lápida ve crisantemos frescos. Las tumbas de otros bebés que han sido enterrados en el cementerio Holy Cross tienen familiares que las cuidan. Pero el bebé John no tiene a nadie, por lo que Catherine se dio a la tarea de cuidar la tumba: se sintió obligada a asegurarse de que el pequeño descanse en paz. Se lo merecía, pensó ella, después del horror que rodeó su muerte.

Así luce la tumba del bebé John en Irlanda Cahersiveen.

Hace 34 años, cuando Catherine estaba en la secundaria, el bebé John murió y ella ayudó a llevar su pequeño ataúd hasta el camposanto. Ella estuvo allí cuando cientos de niños le rindieron un homenaje con una oración después del colegio.

Catherin no sabía quienes eran los padres del bebé. Nadie sabía. Y aún, nadie lo sabe.

Su cuerpo sin vida desde hacía tres días había sido hallado en una playa rocosa a las afueras de la ciudad. El pequeño había sido estrangulado y apuñalado 28 veces.

La sórdida saga que se desarrollaba sacudiría a Catherine, su comunidad y su país. Y obligaría a Irlanda a enfrentar la amarga verdad sobre cómo trata a sus mujeres.

Catherine tenía 15 años cuando la tragedia ocurrió.

Mujeres maltratadas

En la primavera de 1984, Catherine tenía 15 años y vivía con sus padres y seis hermanos en Cahersiveen. En esa ciudad de 1.300 personas, todos se conocían entre sí y, si no conocían a alguien, al menos sabían de ellos. Rara vez la policía detenía a los residentes por falta de luces en sus bicicletas, pero nada más.

Hasta que ocurrió el caso del bebé John.

Una persona descubrió el cuerpo del recién nacido en la playa y el gardai —como se conoce a la policía irlandesa— llamó al padre de Catherine a la escena del crimen. Tom, su padre, era un enterrador y Catherine había estado rodeada de la muerte toda su vida. Pero ella recibió la noticia esa noche.

Tom bautizó al bebé con agua de una fuente de agua dulce cercana. Lo nombró John y lo puso en un pequeño cofre. Catherine lo miraba desde el asiento trasero del auto de su padre. Era el ataúd más pequeño que había visto en su vida.

Ella sabía sobre las circunstancias de la muerte del bebé. Sabía que la policía estaba buscando al asesino, que sospechaban era la propia madre del bebé.

Un par de semanas después, dos hombres estaban esperando a Catherine para interrogarla. Le preguntaron si tenía novio, si conocía a alguien que tuviera uno, y si había escuchado de alguien que tuviera un romance con un hombre casado, a lo que ella respondió que no.

La policía había traído el miedo a su hogar. Y en 1984, el miedo era la norma en la católica Irlanda.

Aunque un referéndum de una década antes había reducido drásticamente el dominio político de la Iglesia, su peso patriarcal aún recaía sobre aspectos de la sociedad, incluso en las escuelas estatales donde la iglesia había elaborado un plan de estudios y la educación sexual era casi inexistente para niñas como Catherine.

Su única exposición al sexo era una caja de condones que un familiar alguna vez le trajo como recuerdo de Inglaterra. Cuando su madre lo descubrió, la golpeó.

Los condones requierían una receta médica y las píldoras anticonceptivas solo estaban disponibles para las mujeres casadas si podían encontrar un médico que las recetara.

Las mujeres empezaron a criar familias más pequeñas que la generación de sus madres; sin embargo, Irlanda todavía tenía una de las tasas de fecundidad más altas de Europa occidental. Décadas antes, las mujeres solteras que quedaban embarazadas, desaparecían “de vacaciones” durante meses. Lo más probable es que las enviaran a hogares administrados por la iglesia para dar a luz bebés que serían entregados en adopción, una práctica de la cual la Iglesia se ha disculpado en los últimos años. La última casa de madres y bebés cerró sus puertas en 1996.

Las mujeres regresaban a casa en silencio. Nadie se atrevía a hacer preguntas.

Había pocas salidas para las mujeres que se sentían atrapadas en matrimonios opresivos; el divorcio era ilegal y lo sería hasta 1996.

Las irlandesas tenían poco que decir de sus cuerpos. El Estado tenía el control. Y fue en este contexto que la investigación del bebé John se llevó a cabo.

La policía seguía haciendo preguntas a Catherine. Y luego, se las hizo a cada mujer en edad fértil en la península de Iveragh.

Entre ellas Brigid, cuyo nombre fue cambiado para proteger su identidad, una mujer de 24 años que nunca olvidará la manera en la que uno de los policías examinó su cuerpo.

Brigid nunca se habría arriesgado a quedar embarazada. Sus padres la criaron en la iglesia y sabía que el embarazo antes del matrimonio hubiera sido una sentencia de muerte. Ella había visto el destino que su tía sufrió después de quedar embarazada fuera del matrimonio: la sacaron de su casa y nunca la volvió a ver. Como tantas otras mujeres irlandesas, había sido borrada.

En 1982, una profesora fue despedida después de quedar embarazada fuera del matrimonio con un hombre casado; dos años después, el Tribunal Supremo de Irlanda dictaminó que los niños nacidos fuera del matrimonio no tenían derechos de sucesión.

En septiembre de 1983 fue convocado un referéndum para prohibir constitucionalmente el aborto, que ya era una práctica ilegal.

La Iglesia y el estado se volvieron uno con la retórica a favor de la prohibición. En esa época se reportó que un obispo del condado de Galway dijo que el lugar más peligroso para un bebé es el útero de la madre.

La policía encuentra una sospechosa

Por la época en la que la policía interrogaba a Catherine y a otras mujeres en Irlanda, la policía halló a una sospechosa del caso del bebé John. Su nombre era Joanne Hayes.

Joanne había dado a luz a un niño el día antes de que el cuerpo del bebé John fuera hallado en la playa.

Ella lo había tenido sola en la granja de su familia en Abbeydorney, un pequeño pueblo a menos de dos horas desde Cahersiveen.

Joanne vivía en esa granja con su pequeña hija, su madre, su tía y sus hermanos. Trabajaba como recepcionista en un gimnasio cercano en Tralee, donde se conoció con el padre de su hijo, Jeremiah Locke.

Manifestantes apoyan a Joanne Hayes durante el caso de los bebés de Kerry, en el condado Tralee. Foto: Michael Mac Sweeney/Provision

La relación fue de todo menos típica. Jeremiah estaba casado y tenía hijos de otro matrimonio. Y aunque el aborto era ilegal en Irlanda, no lo era el adulterio.

Aunque Joanne le ocultó el embarazo a su familia y compañeros de trabajo, este era, como la relación, un secreto a voces.

Para el momento en el que Joanne se puso de parto, la pareja había roto. Jeremiah ya no estaba con ella cuando dio a luz. No está claro si el bebé nació muerto o si murió poco después de nacer. Solo Joanne lo sabe.

Lo que se sabe es que ella era una madre afligida y quería guardar el secreto para sí misma. De manera que, en silencio, enterró a su hijo en la granja de su familia.

Pero Joanne necesitaba atención médica y fue a un hospital local.

Al ver el nombre de Joanne dentro de la lista de nuevas madres, la policía llegó a interrogarla y trató de conectarla con el asesinato. Documentos de la corte muestran que el interrogatorio fue “inexcusable”.

Joanne dijo que podía probar que ella no era la madre del bebé John y les suplicó que la llevaran a la tumba de su bebé. Pero la policía se revisó y la amenazó con encarcelarla y enviar a su hija a un orfanato.

Intimidada y asustada, Joanne cedió y le dijo a la policía lo que quería escuchar: que ella había matado al bebé John y puso su cuerpo en el mar. Su familia estuvo de acuerdo con la farsa.

La verdad sale a flote

Más de tres décadas después, la verdad salió a la luz.

Joanne Hayes fue culpada por la muerte del bebé John y enviada a prisión. Años después se descubrió que ella no era la madre del bebé.

Mientras la policía la presionaba, Joanne fue trasladada de la cárcel a un hospital psquiátrico. Allí, finalmente convenció a la policía de recuperar el cuerpo de su hijo en la granja. La policía ahora tenía dos bebés muertos.

Ellos hablaban de la idea de la “superfecundación heteropaternal”, una anomalía médica que sugiere que Joanne había estado embarazada de gemelos por dos hombres diferentes.

Pero una prueba de sangre de Joanne demostró que ella no pudo ser la mamá del bebé John. La policía estaba forzada a levantar los cargos.

Después de que los cargos fueron levantados, Joanne y su familia reportaron acusaciones de abuso policial, tanto físico como psicológico, pero los hallazgos en una investigación policial no fueron concluyentes.

Las denuncias públicas contra el comportamiento del gardai pronto se convirtieron en juicio contra la feminidad de Joanne.

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Durante meses, las vidas de Joanne y de su familia fueron puestas en la mira pública en un tribunal. Un equipo legal mostró mapas donde Joanne y su amante habían tenido intimidad; un doctor detalló el tamaño del canal de parto de Joanne; psiquiatras masculinos expresaron sus opiniones sobre su carácter personal. Incluso se dijo que Joanne no parecía sentirse lo suficientemente culpable por la muerte de su propio hijo.

El juez ordenó la sedación para controlar a Joanne, que estaba visiblemente alterada; en este estado, la hicieron subir al estrado para testificar.

La única consolación de Joanne fue que su tragedia despertó la solidaridad y el apoyo de las mujeres de todo el país. Se manifestaron fuera de la corte y le enviaron a Joanne rosas amarillas como símbolo de solidaridad.

En 1985, un tribunal absolvió a la policía de mal comportamiento. Los funcionarios centrales del caso fueron promovidos eventualmente. Los agentes nunca se disculparon.

Joanne volvió a casa a Abbeydorney y se envolvió envuelta en un manto de privacidad. Durante 34 años ella ha vivido allí, fuera del centro de atención.

El asesino del bebé John nunca fue encontrado.

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El caso del bebé John se reabre

Durante todos estos años, Catherine ha llevado la historia del bebé John con ella. En su tumba, ella sueña con la vida que pudo haber tenido.

Catherine lamenta que los casos de los bebés hayan recaído solo en mujeres. Ningún hombre fue culpado en ese entonces.

La sociedad irlandesa ha tenido cambios sociales significativos desde entonces. La Iglesia ha perdido mucha de su autoridad moral debido a los escándalos sexuales y al descubrimiento de una fosa común de bebés nacidos fuera del matrimonio en Tuam.

Las pequeñas ondas de cambio que las feministas ganaron en los años 70 y 80 se han convertido en olas de protesta en las costas de Irlanda.

34 años después de que Joanne fuera acusada injustamente, la policía finalmente se disculpó formalmente. Admitió que el ADN concluyó que ella no pudo haber sido la madre del bebé Jonh. También anunciaron que el caso se reabría.

Pero esto, para muchas mujeres no es suficiente.

La policía no comentará en el caso, excepto para refutar la noción de que solo las mujeres son consideradas como sospechosas. Walter Sullivan, el detective que lleva la nueva investigación, dice que las pruebas renovadas se enfocan en muestras de ADN que pueden ayudar a identificar al bebé John y a sus padres.

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Irlanda volverá a tener un referéndum sobre el aborto el próximo 25 de mayo. Y se espera que el papa Francisco haga una visita después del voto. Y esta vez, Catherine está segura de que las mujeres irlandesas son más conscientes de sus derechos que antes.

El referéndum del 25 de mayo es para muchos —incluido el primer ministro Leo Varadkar— un paso crítico para los derechos de las mujeres en Irlanda.

Mientras su país se prepara para hacer historia, Catherine pasa su tiempo en Cahersiveen, con su hija y su padre enfermo. A los 88 años, se ha vuelto frágil y ya no puede cuidar la tumba del bebé John.

La lápida ha sido destruida varias veces y Catherine y su familia temen que el nuevo interés en el caso del bebé John traiga, una vez más, problemas.

Irlanda se disculpó con Joanne Hayes pero el bebé John nunca encontró paz, cree Catherine. Y sin una investigación justa, nunca la tendrá. Ella cree que la mamá real del bebé aún vive cerca. Y espera que esa mujer, algún día, pueda presentarse sin miedo ni vergüenza.

“Nuestra comunidad aún lidia con un oscuro secreto del pasado”, dice ella.

La única manera de continuar es absolver a la madre, cree Catherine.

Así, tal vez, el bebé John sea capaz de descansar finalmente en paz.

Editor: Moni Basu
Producción: Ivory Sherman
Mapa: Henrik Patterson