Nota del editor: Rob Crilly es un periodista británico radicado en Nueva York. Fue corresponsal del diario The Telegraph en Afganistán y Pakistán y corresponsal del Times of London en el este de África. Las opiniones en esta columna pertenecen exclusivamente al autor.
(CNN) – Apenas iba por mi tercera taza de café y el tocino no estaba crujiente, ya no digamos quemado, cuando llegó la noticia. ¡Detractores de la ensalada, únanse! Oficialmente las hojas verdes están fuera del menú, por orden del Servicio de Inspección y Seguridad Alimentaria del Departamento de Agricultura de Estados Unidos (USDA, por sus siglas en inglés).
Un proveedor de frutas y verduras retiró del mercado unas lechugas romanas contaminadas con Cyclospora, un parásito latoso que puede causar malestar estomacal, dolor de cabeza, fiebre, diarrea y movimientos intestinales explosivos, según los centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de Estados Unidos (CDC, por sus siglas en inglés).
No es la primera vez que la supuestamente inofensiva lechuga romana nos la aplica. Hace apenas unas semanas se descubrió que se convirtió en la fuente de una cepa virulenta de E. coli que mandó a 96 personas al hospital. Esto se está volviendo un verano del asco.
Esta era la clase de cosas que no te sorprendía encontrar en tierras lejanas, con hábitos de higiene dudosos y autos con cambios manuales.
Pues solo puede haber una conclusión. Ignora lo que digan los nutriólogos. Pueden acompañar a los otros supuestos expertos desbancados por nuestros nuevos caciques populistas. La verdad es que la comida saludable está tratando de matarnos.
De hecho, los expertos lo sabían. En un estudio de 2015, los CDC descubrieron que casi la mitad de los casos de intoxicación alimentaria se debió a frutas y verduras frescas, en comparación con el 20% de los casos causados por los malosos de siempre: lácteos y huevos.
Esto no es nada nuevo para quienes hemos vivido un tiempo en el mundo en vías de desarrollo. Las dos reglas de oro son planchar tu ropa interior y no dejar que por tus labios pase algo que no esté hirviendo. De todas formas podrías consumir parásitos, pero estarán muertos. La ensalada estaba descartada definitivamente.
No era un sistema infalible. Las mejores intenciones podían caer por tierra si el vendedor del puesto decidía deshebrar el pollo asado caliente con la uña de su dedo pulgar (como me pasó en una vista a las planicies inundadas del sur de Pakistán. Me lo comí, desde luego. Tenía hambre). No hay mucho qué hacer si las manos de quien te sirve están sucias. Pero me gusta pensar que hice lo correcto al subsistir casi completamente con pan, carne y bebidas embotelladas.
La buena noticia, para quienes están preocupados por esas verduras asesinas, es que este enfoque puede ser muy coherente con la vida en Estados Unidos, en donde según un pronóstico del USDA, el estadounidense promedio consumirá la cifra récord de 100 kilogramos de carne este año. Si pusieras todos los bollos del país uno tras otro, le darías la vuelta a la cintura promedio.
Personalmente, me hubiera encantado que la hoja sosa de la lechuga romana no volviera a entrar en mi boca jamás. Siempre me ha parecido simple, sin vida, a diferencia de los antiguos egipcios, que aparentemente encontraban significado en su forma fálica y la usaban como símbolo sagrado de Min, dios de la fertilidad.
Es aburrida, comparada con el crujir atómico de la lechuga común o con la actitud picante de la arúgula; sin embargo, su nueva cara como forajida de las ensaladas ha llamado mi atención. Si alguna vez necesitas que las verduras sean sexis, esta podría ser la manera: agrega un toque de peligro. Entonces prepárenme una mayonesa con yemas crudas o un aderezo de ruleta rusa. De repente se me antojó una ensalada.