(CNN Español) – “Salimos como paramilitares, salimos como prostitutas, como la gente más mala que había en Venezuela. Pero nosotros no éramos esa gente, éramos gente buena”. Así, descarnado, es el relato de una mujer colombiana sobre el desexilio –ese retorno de los exiliados– que en su caso fue forzado. Volver a huir, esta vez de un país que ya se había convertido en hogar. Volver a dejarlo todo. Y retornar al territorio donde la guerra una vez los expulsó.
Se estima que el conflicto armado en Colombia obligó a cerca de 400.000 personas a salir del país entre 2000 y 2012, cuando la violencia se recrudeció, según el Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH). Pero podrían ser muchísimas más. No hay una cifra exacta y nadie lo sabe a raja tabla. Otra de las penas que atraviesan quienes huyeron.
¿Por qué? El informe Exilio colombiano: huellas del conflicto armado más allá de las fronteras, que acaba de publicar la entidad, señala que no hay registros ni una base de datos histórica sobre el fenómeno. Más aún, porque muchos de los colombianos que cruzaron las fronteras no solicitaron protección internacional. Lo que sí se sabe es que Colombia es el país de Latinoamérica con “el mayor número de personas que permanecen en una situación similar a la de los refugiados, pero que aún no han sido reconocidas oficialmente por los Estados de los países de acogida”, destaca el CNMH.
Una especie de invisibilización que también se revela en que no exista un reconocimiento pleno del exilio como forma de violencia del conflicto y, por lo tanto, no haya mecanismos para reparar el daño, que además de huir es el hecho de tener que vivir en otro país. De manera que, apuntó el reporte, “estas personas, solo pueden llegar a ser reconocidas y reparadas a partir de alguno de los hechos victimizantes que ocurrieron en el territorio nacional”. ¿Y si salieron por miedo, sin ser víctimas directas? Su reparación es más difícil.
El conflicto en Colombia, que se ha extendido por más de medio siglo, ya acumula 8.731.105 víctimas, según el Registro Único de Víctimas que lleva la Unidad de Víctimas, entidad del gobierno. De ellos, 1.169.380 fueron asesinadas o desaparecidas, a corte del pasado 1 de agosto. El desplazamiento forzado interno es el hecho más victimizante en esta guerra con 7.422.645 personas. Y, justamente, el informe del CNMH indicó que muchos de los exiliados antes de serlo padecieron este fenómeno: tuvieron que huir dentro del país mismo.
Por lo extendido del conflicto colombiano, hay varios actores que participaron en él. De un lado, la ya desmovilizada guerrilla de las FARC que desde la década de los 60 combatió al gobierno y terminó firmando un histórico acuerdo de paz con el entonces presidente Juan Manuel Santos en septiembre de 2016. Parte del recrudecimiento en la década de los 90, también obedeció a las acciones de los paramilitares, que se agruparon en las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) y terminaron por desmovilizarse en 2005 con un proceso denominado Justicia y Paz. Todo esto atravesado por el narcotráfico que ha marcado la guerra del país. Ahora, Colombia debe lidiar con lo que se denominan grupos armados posdemosvilización, que aún se disputan el control de algunos territorios y las rutas del narcotráfico.
Primera tragedia: la huida
Si bien los colombianos exiliados han llegado a prácticamente todo el planeta, sus principales destinos son los países vecinos, especialmente Ecuador, Panamá y Venezuela. “Estos tres países albergan al grueso de población refugiada que no ha sido oficialmente reconocida por los Estados y que el Acnur incluye en sus registros bajo la categoría de personas en situación similar a los refugiados”, señaló el centro de memoria. Pero el caso de Venezuela encarna una revictimización porque muchos, tras atravesar la frontera con sus peligros y lograr reconstruir una vida, tuvieron que volver a dejar todo atrás.
Primero, claro, llega el hecho determinante para dejar Colombia. “Nosotras salimos por amenazas de los paramilitares, nos desaparecieron el hijo de ella, hermano mío, nos persiguieron y desplazaron dentro del territorio colombiano. Nos tocó irnos para Venezuela, a todo el grupo familiar”, le relató otra mujer al centro de memoria. Por lo general, son estos detonantes los que dan pie a la primera tragedia de salir corriendo, aunque otros, como le explicó a CNN en Español Juan Pablo Luque, uno de los investigadores del informe, lo hacen por simple miedo, al ver la violencia que se cierne sobre las comunidades: ¿si están matando a tantos, quién me garantiza que no me va ocurrir a mí también?
Antes que la huida misma, la historia de los exiliados comienza en el momento en que tomaron la decisión de hacerlo, de “emprender un viaje no deseado ni imaginado, hacia lo desconocido”, describió el reporte. Y cuando toman ese camino se enfrentan a nuevas situaciones de vulnerabilidad. Especialmente, si son mujeres: “En muchos casos, deben cruzar la frontera solas o cuidando a sus hijos e hijas (…) y exponerse a sufrir otras discriminaciones y dificultades”. Una travesía que no se hace fácil con el tiempo.
“Las situaciones que más vemos a las que se enfrentan los colombianos es la discriminación y la xenofobia. Al colombiano, al hombre se le tilda de paramilitar, de guerrillero o de narco y a las mujeres se les asocia con prostitución, con ser prostitutas”, relató Luque. Y ese eso solo el primer paso. Después llegarán las dificultades para acceder a la protección internacional y a la documentación, que según indicó el investigador afecta su calidad de vida, pues de esto depende que puedan trabajar, acceder a servicios sociales y regularizar su situación en el nuevo país. Es más, muchas de las exigencias de quienes continúan exiliados y participaron en los talleres del informe reclaman precisamente eso: tener un documento con el que sea más fácil reconstruir todo lo que les tocó dejar.
La tregua: reconstruir un hogar en Venezuela
La mayoría de las narraciones de quienes debieron regresar de su exilio en Venezuela se centran precisamente en lo que vivieron allí. “A diferencia de otras experiencias de exilio, que generalmente tienen como punto de partida aquello que dejaron en Colombia, los exiliados retornados suelen comenzar por los recuerdos de la vida que dejaron en Venezuela”, señaló el reporte. Y es una vida que, a pesar de lo forzado y doloroso del desprendimiento, recuerdan como feliz. En ese sentido, contrasta con las dificultades y carencias que tenían en territorio colombiano. Incluso, hablan de que eran una familia.
“No éramos solo vecinos, la mayoría de los que estábamos acá no nos tratábamos como vecinos, sino como una gran familia, que siempre nos hemos catalogado que somos. Estábamos pendientes el uno del otro, qué podíamos hacer por el otro”, le relató un exiliado retornado al CNMH. Allí reconstruyeron lazos, hogares y encontraron lo que parecía ser un lugar definitivo.
El investigador Luque apunta a que en Venezuela los exiliados pudieron edificar, además de las casas que siempre añoran, una seguridad que Colombia nunca garantizó. “A Venezuela siempre la recuerdan como ese país que les dio todo. Incluso cuando hablan de la guardia y de todos los abusos que hizo la Guardia ya en el momento de la deportación y el retorno masivo, todavía dicen ‘los perdono porque eso fue por una situación adversa’”, aseguró.
La segunda tragedia: el retorno forzado
“Tuvimos que volver a Colombia para aceptar que aquí fue la parte donde todo se rompió”: así definió su situación una mujer retornada que conversó con el CNMH. La vida de los colombianos en Venezuela comenzó a complicarse a raíz del accionar en la frontera de los grupos armados posdesmovilización y las guerras por el control de las rutas del narcotráfico. La frontera es “uno de los corredores más estratégicos del país para el tránsito y tráfico de armas, estupefacientes, prácticas de contrabando y hurto de combustibles”, explicó el informe, lo que desató el terror en la zona.
Y ese terror se tradujo en suelo venezolano en señalamientos, discriminación, xenofobia y posteriores deportaciones y retornos masivos de colombianos que regresaron por las medidas que desplegó el gobierno del país. La Operación por la Libertad del Pueblo, en julio de 2015, fue “el estandarte de la lucha en contra de la inseguridad e ilegalidad”. Un mes después se decreta el cierre de la frontera y con él empieza el fin de la vida que los exiliados colombianos conocieron en Venezuela.
Ese cierre fronterizo, que se extendió hasta 2016, implicó según el CNMH la deportación de aproximadamente 2.000 colombianos y el retorno masivo de más de 22.000. Buena parte de ellos eran exiliados: el informe calculó que al menos 1 de cada 10 eran también víctimas del conflicto armado. “Cuando nos fueron a sacar deportados éramos varios refugiados, ellos mismos estaban infringiendo la ley. Cuando sabían que teníamos ese papel, más duro le daban a uno, eso era más fuerte con nosotros, era más la rabia. Le daban más duro a uno por ser refugiado”, relató otra mujer que debió regresar.
La violencia, que les dio una tregua momentánea, pero nunca segura resurgió. A muchos, destacó Luque, los separaron de sus niños, de sus familias. Algunos relatos incluyen la preocupación que tiene el deportado por no poder avisarles a sus seres queridos lo que le pasó: uno de ellos había salido a comprar leche cuando lo detuvieron. “Todavía quedan las imágenes del desespero y el desasosiego que vivieron miles de personas que tuvieron que cruzar la frontera. Familias enteras de exiliados fueron afectadas por este regreso, en el camino sufrieron todos”, indicó el informe.
Regresar: sin vínculos y sin ánimos
El regreso, como la primera huida, no es fácil. El investigador Juan Pablo Luque relata que llegan en situación anímica de “mucha depresión, un desasosiego gigantesco con el tema de lo que dejaron atrás… sintiéndose frustrados porque casi lo logran y ahora deben reiniciarlo otra vez”. Y a esa situación hay que añadirle que algunos han perdido sus vínculos con la Colombia que dejaron: ni familia, ni trabajo ni lo que conocían. Por eso, no sorprende que muchos decidan quedarse en la frontera porque tienen la “posibilidad” de regresar a Venezuela.
Pero también hay algo de esperanza en lo que quedó de la situación. Y es ese interés de quienes fueron víctimas por ayudar ahora a la población venezolana que ahora busca refugio. En palabras de Luque: “Muchos dicen hay que ser solidario con los venezolanos porque miran a esa otra persona y le dicen ‘yo sé lo que es vivir eso’”.