(CNN) – En un evento en Houston el lunes por la noche de la campaña del senador de Texas Ted Cruz, el presidente Donald Trump dijo esto:
“Un globalista es una persona que quiere que el mundo tenga un buen desempeño, francamente, sin preocuparse tanto por nuestro país. ¿Y sabes qué? No podemos tener eso. Sabes, tienen una palabra. Se volvió anticuada. Se llama nacionalista. Y digo, en realidad, no debemos usar esa palabra. ¿Sabes qué soy? Soy nacionalista, ¿sí? Soy nacionalista”.
“Nacionalista. Nada, usen esa palabra. Usen esa palabra”.
Sí. Eso pasó.
A primera vista, Trump parecía decir simplemente que, si bien los presidentes anteriores y los políticos se preocupaban mucho por otros países y lo que otros países pensaban sobre Estados Unidos (es decir, los globalistas), él se preocupa principalmente por Estados Unidos y por lo que es bueno para nosotros en EE.UU. (nacionalista).
El problema, por supuesto, es que las palabras importan. Y el presidente estadounidense, refiriéndose a sí mismo como un nacionalista, tiene todo tipo de problemas.
Empecemos por lo que significa el nacionalismo. Aquí está la definición, de Merriam-Webster (énfasis mío): “un sentido de conciencia nacional que exalta a una nación por encima de todas las demás y pone el énfasis principal en la promoción de su cultura e intereses en oposición a los de otras naciones o grupos supranacionales”.
Esa parte en negrita es lo que hace al nacionalismo diferente del patriotismo. Si bien el patriotismo, como el nacionalismo, comparte el orgullo y la creencia en el propio país o los valores, no incluye la idea de promover sus valores y cultura como inherentemente superiores a los de los demás. (Aquí hay un buen desglose en inglés de las diferencias entre patriotismo y nacionalismo).
Luego está el contexto histórico de la palabra “nacionalismo”. Evoca principalmente dos asociaciones cercanas: el nazismo y el nacionalismo blanco.
Las raíces del ascenso de Adolfo Hitler se construyeron en torno a su énfasis en el nacionalismo extremo: la idea de que la única forma en que Alemania podría ser una vez más grande era aferrarse a la superioridad del pueblo alemán y expulsar a aquellos de toda Europa que se negaron a reconocer esa superioridad.
El nacionalismo blanco, que alcanzó su desagradable rostro visible en Charlottesville, Virginia, el año pasado, se organiza bajo el principio de que los caucásicos son inherentemente superiores y para que la sociedad pueda prosperar verdaderamente, la agenda de los blancos debe ser reconocida como una primera prioridad: a expensas de quien no sea blanco.
Ahora, ¿acaso creo que Donald Trump estaba pensando en todo ese contexto lingüístico e histórico cuando se calificó de “nacionalista” en Houston el lunes por la noche? Probablemente no. Supongo que estaba canalizando a su ex gurú político, Steve Bannon, quien se desempeña como líder autonombrado de lo que describió como un movimiento económico nacionalista que se basa en la idea de que las élites globales están exprimiendo al ciudadano promedio.
“Brexit, Trump, las elecciones aquí en Italia, son todas partes de la misma cosa”, dijo Bannon en Italia en septiembre. “Le dan una voz al pequeño. Rechazan lo que las elites nos han impuesto. Y muestran que estamos cansados de escuchar que si queremos proteger a nuestros países, nuestra forma de vida, significa que somos racistas, nacionalistas y xenófobos”.
El gran problema con la acogida abierta del nacionalismo por parte de Trump (y Bannon) es toda la historia y el contexto que lo acompaña. El nacionalismo no es un concepto nuevo. Y la historia sugiere que a menudo se ha utilizado no solo para promover el orgullo por el país y los valores, sino también para subyugar a quienes no comparten esos valores, a veces con consecuencias absolutamente devastadoras.
Para aquellos que dicen que Trump solo usó la palabra “nacionalismo” y que desconocía por completo todo lo que acompaña a esa idea, yo debo decir dos cosas.
Primero, él es el presidente de los Estados Unidos. Eso significa que no solo importan sus palabras, sino que también tiene la obligación de comprender la historia detrás de esas palabras. “Vaya, no quise sugerir que lo que sugerí” no es una excusa para el presidente.
Segundo, el propio Trump deja claro que sabe que probablemente no debería llamarse nacionalista. Aquí está Trump: “Saben, tienen una palabra. Se convirtió en algo anticuado. Se llama nacionalista. Y digo, en realidad, no se supone que usemos esa palabra”. Esa cita debería poner fin a la idea de que Trump no sabía lo que estaba haciendo con su elección de palabras. Lo supo —¡y dijo!— que probablemente no debería usar la palabra, pero lo hizo de todos modos.
Miren, entiendo que Trump ve momentos como el de anoche en Houston como una oportunidad para burlar la corrección política, para provocar atacando deliberadamente a quienes se ofenden fácilmente ofendidas. Y entiendo que la multitud reunida para un evento político de Trump ama cuando él hace precisamente eso. (Siguiendo la insistencia de Trump de que él era un nacionalista, un canto extendido de “¡Estados Unidos!” estalló en la multitud.)
Pero déjenme repetir: las palabras importan. Especialmente cuando esas palabras están saliendo de la boca del presidente de Estados Unidos. Como sabe que llamarse nacionalista animará a la multitud, Trump usa la palabra.
Pero, como presidente, debe darse cuenta de que cuando adopta una ideología con connotaciones históricas (y actuales) increíblemente negativas, juega un juego muy peligroso con pocos resultados positivos posibles para el país en general.
El hecho de que no lo diga es que no entiende que la presidencia no es solo un trabajo, sino un faro de liderazgo moral tanto en el país como en el mundo.