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Descubren nuevos paquetes bomba enviados a voces discordantes con Trump
03:00 - Fuente: CNN

(CNN) – Washington está enfrascado en un ritual destructivo e intenso que se lleva a cabo cada vez que el presidente Donald Trump es llamado a liderar en un momento de peligro nacional, y eso garantiza que el distanciamiento político de Estados Unidos solo se profundice.

La controversia sobre los dispositivos explosivos enviados a demócratas prominentes, un multimillonario liberal y a CNN, todos objetivos frecuentes de la retórica del presidente, sigue un patrón que se repite una y otra vez durante más de 21 meses agitados.

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Cuando se produce un desastre natural, una controversia política o un tiroteo masivo, los medios de comunicación y el poder político establecen expectativas para que Trump invoque una visión poética del propósito común y la unidad, anhelando un espectáculo en línea con las convenciones tradicionales de la presidencia en un gran momento histórico.

Luego, Trump da una respuesta con base en un guion que es adecuada, pero en el momento o en los días subsiguientes socava ese mensaje con comentarios radiactivos o tuits que provocan críticas feroces y movilizan a la máquina de medios conservadora en su defensa, mientras que a menudo desvía la culpa a los medios como hizo con un tuit a las 3 de la madrugada del viernes.

Esto sugiere que el presidente tiene pocas ganas de desempeñar el papel de consejero nacional que se le impone, uno con el que no encaja bien debido a su estilo deliberadamente divisivo. El drama generalmente termina con otra capa de bilis agregada a la política de la nación.

Es profundamente irónico que un presidente que ha basado su carrera política en destrozar las convenciones y normas tropieza constantemente con los códigos de protocolo y comportamiento que definen el papel del jefe de Estado.

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Pero Trump sabe que negarse a someterse a las normas que exige el poder político establecido es el secreto de su vínculo con su base política leal.

“¿Ven lo bien que me estoy comportando esta noche?”, dijo el miércoles, compartiendo un chiste con la multitud en Wisconsin sobre su actuación atenuada después de que se descubrieran las bombas.

Estas fuerzas duales que operan en Trump ayudan a explicar por qué las divisiones políticas y la desconfianza mutua que se han apoderado de Estados Unidos, entre los leales y críticos del presidente, son infranqueables y producirán una amarga campaña electoral en 2020.

Los últimos días se han pegado al guión.

Socavando sus propias palabras

Tan pronto como las autoridades descubrieron que se habían enviado bombas caseras al expresidente Barack Obama y al hogar del expresidente Bill Clinton y la ex secretaria de Estado Hillary Clinton, así como a otros blancos de ataques de Trump como George Soros y CNN, la atención comenzó a dirigirse a la Casa Blanca.

El presidente tuvo que decir algo, y lo hizo en un evento programado previamente el miércoles.

“Solo quiero decirles que, en estos tiempos, tenemos que unirnos. Tenemos que unirnos y enviar un mensaje claro, fuerte e inequívoco de que los actos o amenazas de violencia política de cualquier tipo no tienen lugar en Estados Unidos de América “, dijo Trump, criticando los ataques “atroces” y “abominables”.

Fue una declaración fuerte, aunque fue notable que no nombrara a ninguna de las víctimas, que a menudo son el foco de la ira de Trump.

Pero Trump obtuvo una calificación aprobatoria a los ojos de la mayoría de los comentaristas.

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Solo más tarde se hizo evidente su falta de voluntad para desempeñar el papel que exige la tradición presidencial. En un mitin en Wisconsin, el presidente socavó su mensaje al parecer culpando a los medios de comunicación y a sus oponentes por ambiente nacional en el que se habían fabricado y enviado las bombas.

Su actuación no solo hizo caso omiso de las convenciones de la presidencia moderna, que se remontan al menos a las charlas informales de Franklin Roosevelt durante la Gran Depresión, sino que también sugirió que cuando no se encuentra en un entorno formal y con guiones, a Trump realmente solo le interesan sus propias motivaciones políticas.

“Fue uno de los peores momentos en la presidencia de Trump”, dijo el historiador presidencial de CNN, Douglas Brinkley. “Fue una oportunidad de oro para ser grande, para tratar de decir algo que unificaría al país… Se mostró, en mi opinión, como un presidente muy pequeño”.

La actitud del presidente provocó una tormenta mediática y luego una reacción violenta de la Casa Blanca. La secretaria de Prensa, Sarah Sanders, acusó a los reporteros de siempre enfocarse “en lo negativo” y no desempeñar su propio papel para fomentar la unidad nacional.

A continuación, Trump lanzó un tuit que desató una nueva agresión, generando nuevas acusaciones sobre su actitud hacia las normas y libertades constitucionales y su comprensión de lo que se supone que debe hacer un presidente.

El contraataque en tales ocasiones resuena con los partidarios de Trump, no obstante, que ven al presidente como víctima de la implacable y sesgada cobertura de los medios, un factor que los atrae aún más.

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Un confidente de Trump le dijo a Jeff Zeleny de CNN que las críticas al comportamiento del presidente por los temores de las bombas simplemente cimentaron la opinión de Trump de que fue “tratado con hostilidad e injustamente; no hay nada que lo disuada de eso”.

Alrededor de las 3 de la madrugada del viernes, Trump volvió a Twitter para defenderse y criticar a los medios de comunicación diciendo que los medios lo han estado “culpando por la actual serie de bombas”. Continuó diciendo que, si bien se enfrenta a muchas críticas de los medios, se le llama “no presidencial” cuando responde.

Esta no fue la primera vez que la crítica dejó a Trump meditando después de que los críticos dijeran que su desempeño no cumplía con los estándares de decoro y decencia que se esperaba de un comandante en jefe y reveló que es un líder incapaz de superar el combate político para consolar y dirigir su nación.

Después de la violencia en un mitin de supremacistas blancos en Charlottesville, Virginia, el año pasado, en el que murió un manifestante contra el racismo, Trump fue inicialmente criticado por una respuesta inadecuada, pero luego pronunció un discurso en el que condenó una “manifestación notoria de intolerancia, odio y violencia” que no tiene “lugar en Estados Unidos”.

Pero no pudo evitarlo. Un día después, en una conferencia de prensa en la Torre Trump, culpó a “ambas partes” por la violencia, lo que provocó un debate de varios días.

Era casi como si el presidente no pudiera dejar que sus comentarios con guion, de estilo “presidencial” tuvieran la última palabra. Tal vez sea un síntoma de su carácter rebelde. O tal vez muestra la necesidad de señalar a su leal base, que abrazó su revuelta contra el poder establecido, que no se ha vuelto un nativo en Washington.

El mismo escenario se desarrolló cuando Trump regresó de Finlandia en medio de la indignación por su deferencia al presidente ruso Vladimir Putin en una cumbre.

Leyó una declaración diseñada para dejar en claro que aceptaba las evaluaciones de la comunidad de inteligencia sobre la interferencia de Moscú en las elecciones de 2016 en Estados Unidos. Pero no pudo resistirse a agregar una advertencia, “podría ser también otras personas”, en una improvisación que socavó su declaración, pero también fue un acto de desafío contra las expectativas de Washington.

Cada vez que el peso de la convención y la tradición requiere que actúe de una manera, Trump, el outsider e iconoclasta, no puede cumplir.

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Y cada vez, la crítica que despierta Trump, y la consiguiente furia dentro de su círculo interno ante la respuesta de los medios, hace que la polarización sea aún peor.

Ha sido un rasgo de su presidencia desde el principio, que surgió cuando acudió a la CIA en su primer día completo en el cargo, atacó a los medios de comunicación por su cobertura de la multitud inaugural y llevó a cabo efectivamente un mitin de campaña frente al venerado monumento de agentes de la agencia caídos.

La solemnidad de la presidencia

Algunos comentaristas creen que Trump simplemente no tiene ningún deseo de honrar la autoridad moral de la presidencia y simplemente lo ve como un vehículo para su propio poder, prestigio y autoglorificación.
Otros sugieren que no entiende la magnitud de sus responsabilidades.

“Ahora es el presidente de Estados Unidos. No está en un programa de entrevistas en ninguna parte”, dijo el jueves el gobernador de Nueva York, Andrew Cuomo, a Brooke Baldwin de la CNN.

“Cuando esa posición de poder arrojan retórica odiosa, eso tiene un efecto”.

Otra teoría sobre el comportamiento de Trump podría ser que se ha apoyado tan exclusivamente en su base política que no puede permitirse hacer nada que dañe su imagen como el mayor agitador.

El presidente también sabe que es más efectivo cuando ataca a un enemigo en el calor de una pelea. Y un método político que se basa en inflamar las divisiones culturales, raciales y sociales significa que tal vez nunca sea aceptado por quienes lo desprecian de todos modos.

Pero todo eso deja una pregunta mayor: ¿Cuál será el impacto en la vida estadounidense y la unidad nacional de años de tanta discordia cívica?

Trump simplemente puede ser incapaz de reunir las palabras y la aspiración de unir al país, como lo hizo el presidente George W. Bush ante un montón de escombros después del 11 de septiembre, o tal vez ni siquiera quiera hacerlo.

En última instancia, como un perturbador de estilo propio, puede darse cuenta de que es simplemente imposible cumplir con las expectativas históricas y las convenciones de su trabajo mientras es fiel a sí mismo. Y si se trata de una elección, no hay duda de qué lado de esa ecuación elegirá.