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Agentes policiales en la aduana en Guatemala tratan de contener la entrada de la caravana de inmigrantes
01:23 - Fuente: CNN

(CNN) – Carlos Gómez se tomó un descanso en un camino lleno de baches en el sur de México lleno de zapatos abandonados y botellas de agua vacías. El trajín del viaje se le nota en la cara.

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“Estoy sintiendo algunos escalofríos, he tenido fiebre por unos días”, dijo Gómez.

El hombre 52 años de edad se encuentra entre los miles de migrantes centroamericanos que ingresaron a México desde Guatemala la semana pasada y siguen avanzando hacia el norte a pesar de las amenazas y peticiones de los gobiernos de EE.UU. y México para que se detengan y las crecientes tensiones de su larga marcha.

A medida que continúan su viaje de casi 1.600 kilómetros hasta la frontera de EE UU., aquí damos un vistazo a las vidas de quienes dejaron todo atrás para unirse a la caravana.

Viajan en busca de trabajo

Pocas personas en la caravana parecían tener fondos y algunas habrían pasado hambre hace días si no fuera por los generosos mexicanos y los municipios que les ofrecieron tamales y jugo de piña a lo largo de la ruta.

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Muchos llevan chanclas, zuecos de goma o zapatillas que se están cayendo a pedazos.

Al igual que muchos de los migrantes, Gómez ha enfrentado el intenso calor y las lluvias torrenciales. Por la noche, los miembros de la caravana duermen en las aceras y los pisos de la plaza de la ciudad antes de despertarse cada mañana para partir nuevamente a su maratón diario.

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A pesar de su mala salud, Gómez, un campesino sin trabajo de Honduras, dice que no tiene otra opción. Dejó atrás a ocho niños en casa y la única manera de ganar lo suficiente para alimentarlos, dijo, es seguir avanzando y llegar a Estados Unidos.

“Ya no hay trabajo. El gobierno tomó nuestras tierras”, dijo.

El presidente Donald Trump ha criticado a la caravana y la describió como un esfuerzo organizado por las fuerzas oscuras para introducir criminales y posiblemente terroristas en Estados Unidos gracias a las laxas leyes de inmigración de la nación.

Pero después de una semana viajando con la caravana, CNN fue testigo de poca o ninguna organización.

La gente se unió y dejó el grupo a voluntad. Agotados por el viaje, muchos decidieron volver a casa.

El gobierno mexicano dice que la caravana se ha reducido a 3.600 migrantes de un número inicial de 7.000. Los organizadores de caravanas afirman que sus números están creciendo.

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Escapan del odio y la persecución

Muchos de los migrantes dijeron que se unieron a la caravana en el último momento, después de haber visto un mensaje en las redes sociales o en una noticia local en Honduras que los inspiró a abandonar una patria donde hace mucho tiempo habían renunciado a tener un futuro.

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En una carretera llena de migrantes que portan banderas hondureñas azules y blancas, destaca la bandera del arco iris que llevan Chantal Alejo y su amiga Stefani Rodríguez.

Alejo es de Honduras, Rodríguez de El Salvador. Ambos tienen 27 años y se identifican como transgénero, lo que los hace parte de una comunidad que enfrenta altos índices de violencia y persecución en muchos países latinoamericanos.

Chantal dijo que una publicación que vio en Facebook sobre la caravana la hizo empacar inmediatamente para el viaje.

“Hay mucha persecución y no hay trabajo”, dijo sobre su país. Ella y Rodríguez tienen la esperanza de poder llegar a Dallas, donde han leído sobre las mujeres trans como ellas que reciben tratamientos hormonales.

Fueron separados de sus familias en EE.UU.

Muchos migrantes en la caravana aprendieron todo lo que saben sobre Estados Unidos a través de películas y programas de televisión, pero no de Bryan Colindres.

Colindres tenía 6 años cuando él y su madre se mudaron de Honduras a EE.UU. después del asesinato de su padre. Dijo que nunca pudo obtener la ciudadanía pero se crió más como estadounidense que como hondureño.

Casi 20 años después, la vida estadounidense de Colindres fue interrumpida por una redada de inmigración en el sitio de construcción donde trabajaba. Cuando fue deportado, dejó atrás a su esposa y a una hija de 3 años que es ciudadana estadounidense.

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Tan pronto como llegó a Honduras, Colindres se dirigió al norte, ansioso por reunirse con su hija.

“Ella es la que más me necesita y no quiero que se vaya sin mí”, dijo. “Sé lo que es no tener un padre”.

Colindres se unió a la caravana en Guatemala y, cuando la policía mexicana bloqueó el puente que conecta a los dos países, él y otros migrantes pagaron alrededor de 1,25 dólares por ir por el río Suchiate en balsa.

Desde entonces dejó la caravana. Colindres tomó un autobús a Guadalajara, donde su perfecto inglés lo ayudó a encontrar trabajo en un centro de llamadas que brindaba servicio al cliente en el país que consideraba su hogar.

Colindres dijo que espera ganar suficiente dinero para eventualmente reunirse con su familia en los Estados Unidos.

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Viajan con niños

Descansando en un lugar sombreado en la carretera a Arriaga, México, Iris y su grupo esperaban que un automóvil se detuviera y los llevara.

El hermano menor de Iris, Freddy, parecía estar profundamente dormido en el calor sofocante, usando su mochila como almohada. Sus sobrinas y sobrinos jugaban con sucios animales de peluche al lado de la carretera.

“El viaje ha sido caluroso, y caminar bajo el sol es lo más difícil”, dijo Iris, quien no quiso dar su apellido, mirando a los niños, que estaban claramente agotados.

El hombre de 21 años confiaba en que estaría bien si llegaran a Nueva Jersey.