Copán, Honduras (CNN) – Cada noche desde que su esposo se marchó, Delmi Amparo Hernández caminaba hasta la casa de un vecino para buscarlo en las noticias. Él abandonó su comunidad de montaña aquí en la Honduras rural sin un teléfono porque nadie en su familia podía pagar uno. Su piso era de tierra, ellos sembraban su propia comida. Ver la cobertura de la caravana migrante que se dirigía hacia Estados Unidos era la única forma en que Hernández podría saber si su esposo seguía vivo.
Lo que vio durante la transmisión era una imagen del infierno. Familias saltando de los puentes, siendo secuestradas en caminos polvorientos, esquivando los gases lacrimógenos lanzados por la policía en naciones más ricas. ¿Cómo podía ser esto? Ella seguía mirando, con la esperanza de encontrarlo, con la esperanza de no hacerlo.
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Ella le había rogado a Germán Ramírez que no se fuera, pero su esposo de 30 años tenía sus razones. Los cultivos de maíz y frijol en el pueblo se habían malogrado por una sequía que ya duraba años. No había otro trabajo aparte que la agricultura. No había dinero para sistemas de irrigación. Sus cuatro hijos, de 3 a 13 años, tenían poco que comer.
Ramírez le dijo a su esposa que él no tenía otra opción que irse con la “caravana” de miles de personas que se había formado en Honduras y que se dirigiría hacia el norte. Esta era su oportunidad, dijo él ese día, según recordó ella. Él podría irse con el grupo, hallar un trabajo y enviar dinero de vuelta.
Era esto o arriesgarse a morir de hambre.
La trágica historia de esta pareja, así como otras que escuché en un reciente viaje de cuatro días al oeste de Honduras, hace más confusas dos narrativas que se cuentan sobre la caravana migrante.
Escuchar al presidente de Estados Unidos, Donald Trump, decir que “integrantes de pandillas y algunas personas muy malas” de Centroamérica están intentando asaltar Estados Unidos desde su frontera sur. “Esta es una invasión de nuestro país y nuestro ejército los está esperando”, escribió el presidente en Twitter. Mientras tanto, los reportes de noticias en Estados Unidos, se han enfocado principalmente en los altos niveles de delitos violentos en Honduras y El Salvador que han llevado a las familias a buscar asilo como refugiados en Estados Unidos.
Un factor se pasa por alto: el cambio climático.
El “corredor seco” de Centroamérica, que incluye partes de Honduras, Guatemala, El Salvador y Nicaragua, ha sido afectado por una sequía inusual durante los últimos cinco años. Los cultivos se están perdiendo. El hambre está al acecho. Más de dos millones de personas en la región se encuentran en riesgo de padecer una hambruna, de acuerdo con un reporte de agosto de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO).
“En circunstancias normales, sin ningún cambio en los patrones de lluvia, las personas ya están batallando”, dijo Edwin Castellanos, decano de investigación en la Universidad del Valle de Guatemala y una autoridad global sobre cambio climático en Centroamérica. “En algunas de estas áreas secas, hemos visto casos de niños que se están muriendo de hambre. Así que es así de extremo”.
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Esta sequía ha sido más larga y más intensa de las ocurridas antes en el corredor seco, dijo Castellanos. La falta de las importantes lluvias de primavera también es algo nuevo, dijo, y está causando muchos problemas a los campesinos cuyos cultivos dependen de esa agua.
Cultivos de subsistencia, como el maíz y el frijol, se están muriendo. Nuestro equipo vio frijoles del tamaño de pastillas para el aliento. Y mazorcas de maíz marchitas y parcialmente ennegrecidas cabían en la palma de tu mano.
Kevin McAleenan, comisionado de Aduanas y Protección Fronteriza de Estados Unidos, dijo en un discurso el viernes que la sequía y la pérdida de cultivos en Honduras y Guatemala “se traduce directamente en quienes están llegando a nuestra frontera”.
Los estudios no han relacionado de forma concluyente esta particular sequía con el cambio climático, pero modelos de computadora muestran que sequías como la que se registra ahora se están volviendo más comunes a medida que el mundo se calienta.
Miles de personas han arriesgado sus vidas para escapar de estas circunstancias.
Y datos no publicados previamente muestran que las personas empezaron a abandonar ciertas áreas de Honduras por la pérdida de cultivos, incluso cuando las tasas de homicidios estaban cayendo.
Miren Copán, la región de Honduras que Germán Ramírez abandonó en octubre.
En el periodo fiscal de 2012, cerca del inicio de la sequía, solo unos 20 integrantes de familias de Copán fueron detenidos por la Patrulla Fronteriza de Estados Unidos cuando intentaban cruzar la frontera desde México, de acuerdo con un análisis de registros compartidos con CNN por Stephanie Leutert, directora de la Mexico Security Initiative, de la Universidad de Texas en Austin. Luego golpeó la sequía, sus efectos acumulativos aumentaron con el paso de los años. En 2017, unos 1.450 integrantes de familias de Copán fueron detenidos por las autoridades estadounidenses en la frontera, muestran los datos. En el periodo fiscal 2018, con datos hasta septiembre, el número de inmigrantes detenidos fue de más de 2.500.
Esas cifras están “absolutamente” subestimadas, dijo Leutert. “Olvidan a las personas que dejaron Copán y se fueron a las grandes ciudades, olvidan a las personas que dejaron Copán y fueron a otro lugar en la región, olvidan a las personas que intentaron ir a Estados Unidos y no lo lograron… y olvidan a las personas que fueron a Estados Unidos y pudieron cruzar sin ser detectadas”.
La cifra es una “base” que prueba que algo grande está ocurriendo, dijo.
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La decisión de cualquier persona de abandonar su patria es compleja. Para algunos, la violencia tiene que ver. Como también puede ser la pobreza extrema. En Centroamérica, usualmente es una combinación de cosas.
Pero existe otra verdad: esta región se está volviendo menos hospitalaria para los campesinos a medida que las naciones más industrializadas queman grandes cantidades de combustibles fósiles como carbón, petróleo y gas. Un reporte de diciembre muestra que el mundo está en camino de crear 37.100 millones de toneladas métricas de contaminación por dióxido de carbono en 2018, un récord más. Esta contaminación atrapa el calor del planeta y lo calienta, lo que empeora los fenómenos cíclicos, como las sequías, las inundaciones y ciertas tormentas.
Estados Unidos, que es el destino de muchos migrantes que huyen de Honduras, asume una gran responsabilidad por el calentamiento global. En conjunto, la nación ha hecho más para provocar el cambio climático desde la Revolución Industrial que cualquier otra. Actualmente, el presidente Trump respalda el incremento de la producción del carbón y se ha comprometido a abandonar el Acuerdo de París, enfocado en limitar el calentamiento global, a un máximo de 2 grados Celsius. Un “manual” del acuerdo se debate esta semana en la conferencia COP24 en Katowice, Polonia, con Estados Unidos al margen.
De forma notable, Trump también ha hecho de la inmigración uno de sus temas principales, reuniendo a sus simpatizantes en torno a la idea de evitar que personas de América Latina, como Germán Ramírez, crucen ilegalmente a Estados Unidos. Entre los republicanos hay un amplio respaldo a reprimir la inmigración ilegal en Estados Unidos. Un cuarto de los votantes en las elecciones intermedias dijeron que la inmigración era su principal preocupación, y 75% de esos votantes eran republicanos, de acuerdo con una encuesta de salida en noviembre. “Construyan el muro” se ha vuelto una consigna popular en los eventos políticos de Trump.
Las autoridades federales han recibido a los posibles inmigrantes en la frontera cerca de San Diego con gases lacrimógenos. Funcionarios dicen que el lanzamiento de gases lacrimógenos ocurrió después de que los inmigrantes lanzaran rocas a las autoridades.
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Sin embargo, existe una ironía implícita.
La nación que se ha vuelto el destino de muchos inmigrantes – un faro de oportunidades y esperanza – está contribuyendo a las condiciones que obligan a algunas personas a abandonar sus hogares.
“Lo esperaba como agua de mayo”
Piensa en América Central como una isla.
Lo sugiere Castellanos, el científico climático de Guatemala.
No habla de cualquier isla antigua. Se refiere a las islas pequeñas del Pacífico: Kiribati, Tuvalu y las Islas Marshall, cuya existencia se ve amenazada por el aumento del nivel del mar relacionado con el calentamiento global. Visité las Islas Marshall en 2015 después de que los lectores de de CNN votaran para que hiciera un reportaje sobre “refugiados climáticos”. Las altas mareas y el aumento de las inundaciones ya estaban obligando a la gente a marcharse, muchos de ellos rumbo a Arkansas.
Estas islas pequeñas tuvieron un gran protagonismo en las conversaciones sobre el clima de las Naciones Unidas en París en diciembre de ese año, precedente de las conversaciones que tienen lugar ahora en Polonia. Autodenominada como “High Ambition Coalition”, los diplomáticos isleños se unieron a los países ricos para justificar que se tomen acciones para frenar la situación climática, argumentando que su territorio desaparecerá si las temperaturas mundiales se calientan más de 1,5 grados centígrados. Ese objetivo se integró en el Acuerdo de París. Para lograrlo, habría que reducir a la mitad las emisiones mundiales en el plazo de una década.
El problema del clima en América Central no es tanto el aumento del nivel del mar. Pero Castellanos me dijo que la región es casi igual de susceptible al calentamiento global. Es una delgada franja de tierra que conecta América del Norte y del Sur, una franja de tierra entre continentes. Eso hace que sea vulnerable a las tormentas que vienen del Océano Pacífico y el Caribe. El cambio climático los está sobrealimentando. Además, los modelos climáticos muestran que tanto las inundaciones como las sequías son cada vez más intensas. El Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo considera que Honduras es “altamente vulnerable” al cambio climático, tanto ahora como en el futuro, ya que la atmósfera continúa calentándose.
El corredor seco lleva ese nombre porque hace tiempo que está seco, situado detrás de una cadena montañosa que atrapa el clima del Caribe. Pero la reciente sequía en este país ha desafiado las nociones sobre lo mala que puede ser la sequía en Centroamérica, según Castellanos. Algunas zonas no reciben lluvias desde hace 10 meses
Los centroamericanos tienen una expresión: “Lo esperaba como agua de mayo”. Hace referencia al hecho de que las mayores lluvias ocurren cada año, como un reloj, en mayo y junio. Los agricultores plantan sus cultivos de acuerdo con eso, contando con las lluvias de primavera para regar las plantas y asegurar una cosecha productiva. Muchos aquí son agricultores de subsistencia y no pueden pagar por sistemas de riego. Están a merced de las lluvias, y esas lluvias no llegan.
Cuando llegan, caen el agua con toda la furia, lo que provoca inundaciones y daños.
“Aquí, a diferencia de Estados Unidos, no tenemos problemas para convencer a la gente” de que el cambio climático es real “, me dijo Castellanos. “La gente está convencida de lo que ve”.
Germán Ramírez, el granjero en la cima de la montaña en Copán, lo ha vivido. Luego se enteró de que la caravana pasaba cerca de su pueblo. La gente creía que viajar juntos podía ser más seguro. Desde Honduras hasta Guatemala y México, el número iría aumentando a miles.
A mediados de octubre, Ramírez huyó de Copán a pie con la esperanza de alcanzar la caravana. Llevaba una pequeña mochila con algunas prendas de vestir, dijo su esposa. En su bolsillo había un papel con el número de teléfono de un vecino.
El teléfono sonaría en el pueblo más tarde.
No sería la voz de Ramírez.
Y las noticias no serían buenas.
‘Estamos perdiendo la mayoría de las cosechas’
Fui a encontrarme con las personas afectadas.
La ubicación: varias comunidades en el departamento de Copán, Honduras, cerca de la frontera con Guatemala. Elegí el lugar por los datos que CNN analizó con Stephanie Leutert, de la Universidad de Texas.
La información, que rastrea a las familias detenidas en la frontera entre EE. UU. y México, no prueba por sí sola que haya personas que huyen de Copán por el cambio climático. Pero las cifras sí respaldan la idea de que las personas comenzaron a huir durante ese período de tiempo.
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El primer punto es que el éxodo de Copán ha crecido más rápido que en el resto de Honduras. En 2012, solo el 3,7% de los hondureños provenía de esa zona. Para 2018, hasta septiembre, era de más del 9%.
Mientras tanto, el número de homicidios por año en Copán ha ido disminuyendo.
Una vez más, esto proporciona solo un esbozo de lo que está sucediendo, dijo Leutert, pero está claro que el cambio climático es uno de los factores que impulsa a las personas de la región. “El cambio climático está reduciendo el rendimiento (de los cultivos)”, dijo. “Es como un impuesto. Pone las cosas más difíciles a las personas y las industrias que dependen de la estabilidad climática . A veces, el cambio climático puede llevar a la gente al límite y hacerlo imposible (sobrevivir).
Lo vemos en la industria cafetera. Ese costo adicional está haciendo que el modelo de negocio sea insostenible y empuja a la gente a migrar”.
Copán es un lugar montañoso de bosques densos y valles abruptos. Por la mañana, la niebla se eleva desde las colinas como vapor, haciendo que parezcan olas de tierra derretida que se ha enfriado. Por la tarde, las nubes cuelgan de las colinas, amenazando con llover, pero raramente se agrietan. Los tallos de maíz secos, casi irreconocibles, se contorsionan en ángulos extraños entre rocas y tierra, colgando de las empinadas laderas. La tierra más fértil está los valles, donde crece la mayoría de los cultivos. Incluso durante lo peor de la sequía, la vegetación de aquí es verde y parece exuberante. Pero Castellanos y otros me dijeron que lo critico aquí es el momento y la cantidad de lluvia. Y muchos meses aquí son totalmente secos.
¿Cómo se vivía en este lugar?
¿Y en qué momento se dieron cuenta de que era imposible quedarse?
Nuestro equipo se dirigió hacia el sur pasando por una ciudad que fue abandonada por los mayas hace miles de años y ahora es conocida por sus restos. Los neumáticos de nuestro vehículo levantaban el polvo del camino, cubriendo todos los helechos del camino con una película color beige.
En una zona de construcción, Evelio Ochoa, de 35 años, vertía cemento en la tierra para construir los cimientos de una vivienda para su sobrina. Hace los trabajos más extraños que le surjan. Hace años, me dijo, le pagó a un coyote, un contrabandista, para que lo ayudara a salir de Honduras. Su pequeña parcela de maíz y frijoles no había salido adelante, dijo. El precio del coyote: 60.000 lempiras, o aproximadamente 2.500 dólares. Consiguió el dinero de un pariente, dijo. Con ese dinero pagó tres intentos de llegar a Estados Unidos.
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Hizo el primero en 2014, me dijo, en medio de una sequía récord.
El segundo fue a principios de este año.
Las dos veces fue deportado, dijo.
Si fallaba una tercera vez, no habría dinero para volver a intentarlo.
“No temes por ti mismo, temes por tu familia”, dijo Ochoa acerca de emprender el viaje. “En el momento en que sales de la casa y empiezas a caminar, es difícil, no por el peligro, sino porque echas de menos a tu familia” y piensan en su seguridad.
En septiembre, las autoridades lo atraparon por tercera vez.
Se encuentra de nuevo en Honduras, luchando por alimentar a su familia.
La esposa de Ochoa, Nora Vazques, dijo que ella y sus cinco hijos se habrían muerto de hambre si un pariente no hubiera estado enviando dinero desde Estados Unidos. La madre de 33 años, cuyos hijos tienen entre 1 y 12 años, me mostró una cesta de granos de maíz negro inutilizables, recogidos de una cosecha podrida.
“Antes, la lluvia era mucho mejor”, dijo de pie a la sombra de la puerta, con la luz del mediodía iluminándole la cara. Le temblaba la mano mientras se secaba las lágrimas.
“Cultivaba mucho maíz” en ese entonces, explicó ella. “Ahora estamos perdiendo la mayoría de los cultivos”.
‘Esto es una injusticia’
Lisandro Mauricio Arias es alcalde de la ciudad que los mayas abandonaron.
Nos encontramos en una plaza rodeada de techos de tejas y palmeras. Las ruinas de Copán son un destino turístico que cuenta con varios hoteles pintorescos, pero la ciudad ha vivido tiempos mejores. Por esa razón, pensé que Arias podría restar importancia a la emigración que muestran los datos, que podría tener un incentivo para decir que la sequía no ha sido tan grave.
No lo hizo.
La ciudad se está vaciando, me dijo.
¿Cuántas personas se han ido?
Su cálculo: 30%.
Lamenta que sea así, pero dice que puede ser la única forma.
“Al analizar los niveles de precipitaciones, podemos ver que han cambiado mucho, lo que es realmente alarmante”, dijo. “Los problemas relacionados con la sequía empeorarán”.
“Respetamos las decisiones que Estados Unidos está tomando”, agregó. “Es su país, y tienen derecho a defenderlo. Sin embargo, creo que deben tener en cuenta el factor humano: ¿qué es la humanidad? Estas personas no están tratando de entrometerse. [Están buscando] una oportunidad de sobrevivir “.
Entre esas personas se encuentran los hijos de Mariano y Gregoria Pérez.
Los dos jóvenes, de entre 19 y 26 años, están atrapados en Tijuana, México, según su familia en Honduras. Sus padres solo han podido hablar con ellos dos o tres veces, dijeron, porque las llamadas telefónicas muy caras. (No he podido contactar con ellos.)
Los padres de estos jóvenes saben pocos detalles. Un hijo fue asaltado y perdió todas sus pertenencias, incluido su pasaporte, según Mariano Pérez, de 55 años. Gregoria dijo que les había dicho a los chicos que podían volver a casa. En secreto, la familia está preocupada. Los jóvenes ya han cruzado fronteras internacionales ilegalmente. ¿Podrían volver?
“Diría que es una injusticia porque no hicieron nada malo”, afirma Gregoria Pérez, quien, como su esposo, dijo que los muchachos se fueron porque la agricultura no era viable en medio de la sequía y no había otras opciones. “Quieren encontrar trabajo para mantenerse”.
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Me senté afuera a hablar con su marido mientras el sol se ocultaba. Se sentó en un pequeño taburete de madera y yo en el suelo. El ángulo y la hora de la noche convertian su rostro en una silueta.
Mariano Pérez me contó que sus hijos se enteraron por televisión de la caravana y se marcharon el mismo día. El padre había bajado la colina ayudando a un vecino a construir una valla. No sabía que se habían ido hasta que regresó a casa esa noche. No les culpa por ello. Sabe por qué se marcharon, por supuesto: la sequía. Lo que le preocupa es saber dónde están ahora.
Teme que estén pasando hambre en Tijuana, igual que aquí. Le preocupa que no puedan cruzar la frontera.
A veces, en los momentos más sombríos, se pregunta si esto es lo que Dios predijo en el libro de Apocalipsis: el fin del mundo, ocurriendo lentamente delante de sus ojos.
A la mañana siguiente, me levanté y vi en las noticias todas las imágenes de los campamentos de tiendas en Tijuana.
Comenzó a llover sobre los migrantes.
“Me siento como un perro callejero”, le dijo un hombre a Los Angeles Times.
“Húmedo y frío, sin lugar adonde ir”.
‘Migración con dignidad’
No se lo he dicho a este padre, pero es la realidad: sus hijos tienen pocas posibilidades de quedarse legalmente en Estados Unidos si logran cruzar la frontera.
No existe un estatus legal para los “refugiados climáticos”.
Las normas que rigen los derechos de los refugiados se desarrollaron tras la Segunda Guerra Mundial y durante la Guerra Fría, cuando Estados Unidos tenía interés en proteger a las personas perseguidas en la Unión Soviética, escriben Alexander Betts y Paul Collier en “Refuge: Rethinking Refugee Policy for a Changing World“.
Solo se protegió a unos pocos grupos concretos: los que huían de la persecución por su raza, religión, nacionalidad, creencias políticas o grupo social. La convención de refugiados de la ONU de 1951 dice que las personas que cumplan estos criterios deben poder solicitar asilo fuera de sus estados de origen.
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Otros tipos de migración, incluidas las personas que buscan oportunidades económicas o aquellos que huyen del cambio climático, no están amparados en estas normas.
Esas personas normalmente no son “refugiados” en el sentido legal.
Son migrantes. Y si cruzan las fronteras, es posible que infrinjan las leyes nacionales.
No todos creen que sea así.
Anote Tong, expresidente de Kiribati, una de las pequeñas naciones insulares del Pacífico, ha abogado por lo que él denomina “migración digna”: la oportunidad de que las personas de zonas afectadas por el cambio climático se reubiquen si eso hace que sus vidas sean más seguras o los pone fuera de peligro.
“No hay nada de malo en estar preparado”, me dijo en una entrevista este otoño.
Esa idea va en contra de la corriente de nacionalismo que se extiende por todo el mundo. Desde Estados Unidos hasta Hungría, Australia y Dinamarca, los países han estado reforzando los muros, llenando los centros de detención e incluso deteniendo a los solicitantes de asilo de las islas náufragas, y no dándoles la bienvenida. Estados Unidos acepta menos refugiados que en los años recientes.
Intentar añadir una categoría de “refugiado climático” al derecho internacional podría plantear sus propios problemas. Entre ellos: ¿Cómo definir quién es y quién no es un refugiado climático? Los científicos están encontrando cada vez más indicios de la huella humana en las olas de calor, las sequías y las tormentas que están agravándose con el calentamiento global. Pero este es un campo de probabilidades y complejidades. Es difícil decir, con certeza, que “el cambio climático me obligó a mudarme”.
También hay temores de índole político. Algunos estudiosos argumentan que es políticamente peligroso intentar enmendar las convenciones internacionales sobre refugiados porque este es un momento tan antirrefugiado en la historia. El proceso podría dar lugar a que se eliminen los derechos de los refugiados en lugar de que se añadan. Otros sostienen que rara vez se sigue la convención de la ONU para los refugiados, que de todos modos es casi irrelevante, especialmente después de la crisis migratoria de 2015 en Europa.
“Si crearas esta nueva categoría y dieras a la gente motivos para solicitar asilo por el clima, es probable que atraigas a un gran número de personas porque está mal definido”, dijo Steven Camarota, director de investigación en el conservador Centro para Estudios de Inmigración. “¿Cuánto menos de lo normal tiene que llover en tu región antes de convertirte en refugiado climático? En la actualidad, los principales países receptores ya experimentan una resistencia tremenda al nivel actual de asilados y refugiados. No parece que reubicar a la gente en los países desarrollados vaya a ser la gran respuesta a este problema … Un uso mucho más eficaz de los recursos es ayudar a las personas en su lugar”.
No está claro tampoco que el cambio climático sea la principal razón por la que las personas huyen de América Central, dijo; los “factores de atracción” de la riqueza y las oportunidades en Estados Unidos pueden ser más importantes.
“Puedes pensar en el cambio climático como uno de los factores impulsores”, dijo, “pero esa no es la razón por la que se da la caravana. Y también es importante saber si la gente se moría de hambre y si huyendo desesperadamente del colapso total de la cadena alimenticia, ¿por qué viajar 1.500 millas a través de México hasta la frontera con Estados Unidos? México tiene muchos sitios donde puedes parar y lograr un sustento básico”.
Un informe del Banco Mundial de 2018 propone dos soluciones adicionales.
Primero, reducir las emisiones de carbono, que es el objetivo del Acuerdo de París.
Segundo, ayudar a los posibles migrantes a adaptarse a un mundo más cálido. El Fondo para el Clima Verde, un grupo internacional del que el presidente Trump prometió retirarse, también ha aprobado proyectos para ayudar a los agricultores de Centroamérica a ser más productivos, mitigando la fuerza de la sequía. USAID también ha apoyado proyectos de irrigación y agricultura en la región, según un funcionario federal.
Combinadas, esas dos herramientas podrían reducir el desplazamiento forzado interno por cambio climático en aproximadamente 80%, según el informe “Groundswell” del Banco Mundial sobre migración climática.
Sin perjuicio de cambios más sustanciales, sin embargo, el alcance de la crisis migratoria podría ser enorme.
Se estima que, para el año 2050, 17 millones de personas en América Latina podrían verse obligadas a reubicarse en sus países debido al cambio climático en el peor de los casos, según el informe del Banco Mundial. En tres regiones examinadas por esta institución, que también incluyó el África subsahariana y Asia meridional, más de 143 millones de personas podrían verse obligadas a mudarse debido al calentamiento global.
Esa cifra no incluye las condiciones climáticas extremas, como los huracanes, que también empeoran y suelen llamar la atención de los medios. El informe solo analiza los desastres climáticos de aparición lenta, desde el aumento del nivel del mar hasta las malas cosechas y el estrés hídrico.
En otras palabras, eventos como la sequía en América Central.
Germán Ramírez
El teléfono sonó en la comunidad de lo alto de la colina.
El esposo de Delmi Amparo Hernández, Germán Ramírez, había salido varios días antes, buscando la caravana, con un número de teléfono en el bolsillo por si encontraba la manera de llamar al pueblo.
Ha estado preocupada todo el tiempo, buscando su rostro en la televisión.
La voz no la alivió.
Su esposo había desaparecido, dijo la persona.
Más tarde, se enteró de lo peor.
Ramírez murió en una carretera en Guatemala.
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Las circunstancias precisas no están claras. Quizás fue atropellado por un automóvil cuando caminaba por la autopista. Tal vez iba en un automóvil que se estrelló. Estas son las historias que se cuentan. Lo que sí sabe a ciencia cierta es que murió el 20 de octubre cerca de la ciudad de Guatemala.
La causa de la muerte: trauma grave.
Las autoridades pudieron devolver el cuerpo a la aldea; está agradecida por eso. Lo enterró en la ladera de la montaña sobre la ciudad, en la misma tierra que solía cultivar.
No sabe qué pasará con su familia ahora.
No ha estado trabajando en la agricultura; no ha podido.
La organización sin fines de lucro World Vision ha tenido que ayudar con los alimentos.
Pero cuando mira a su hijo menor, ve esperanza.
Tiene 3 años y se llama Germán, igual que su padre y su abuelo.
¿Cultivará esta misma tierra? Le pregunté.
Sí, me dijo.
“Me imagino que será igual que su padre”.