Nota del editor: Frida Ghitis, exproductora y corresponsal de CNN, escribe artículos de opinión sobre asuntos internacionales. Colabora con frecuencia con CNN y The Washington Post y es columnista para World Politics Review. Las opiniones expresadas en este artículo son propias de la autora.
(CNN) – ¿Cómo es que el presidente Donald Trump, que insulta a los migrantes latinoamericanos, promete construir un muro para mantenerlos alejados, acepta a líderes autoritarios de todo el mundo y socava la democracia en su país, está de repente apoyando un levantamiento democrático en Venezuela, reconociendo al líder de la oposición Juan Guaidó como presidente interino, y lo hace con el apoyo de la mayoría de las naciones latinoamericanas, junto a las principales democracias liberales del mundo?
Si usted es escéptico cuando Trump dice que le importa la democracia en Venezuela, coincido plenamente. Trump ha dejado más que claro que tiene debilidad por los dictadores y que no profesa gran pasión por la democracia liberal, con su inoportuna separación de poderes, la justicia independiente, una prensa libre y la protección de las minorías.
Esto, sin embargo, no significa que esté equivocado en respaldar a la oposición contra el presidente Nicolás Maduro. Trump apoya las demandas legítimas de los venezolanos de una democracia genuina en una contienda que, como ya he escrito, no es la pugna entre la izquierda y la derecha de la Guerra Fría, sino una pugna que enfrenta al populista autoritario Maduro contra Guaidó, apoyado por democracias como Canadá, la Unión Europea y la mayoría de las naciones latinoamericanas.
La posición de Estados Unidos es la que muchos de nosotros, incluso los críticos de Trump, creen es la justificada, siempre que el presidente y sus máximos asistentes sigan trabajando junto a otras democracias para respaldar a la oposición y logren evitar intervenir militarmente y empeorar significativamente las dificultades del pueblo venezolano.
Para entender mejor cómo y por qué Estados Unidos decidió involucrarse, tenemos que repasar lo que ocurre en Venezuela, América Latina y más allá.
La historia de la política estadounidense en la región es un panorama serpenteante de descuidos, tropiezos y unas pocas buenas ideas. Los críticos de la decisión de EE.UU. de respaldar a Guaidó son escépticos de Trump y están preocupados de que Washington repita sus errores.
En 1823, el presidente James Monroe anunció lo que se conoció luego como la Doctrina Monroe, que advertía a los poderes coloniales en Europa de mantenerse alejados del Continente Americano. Pero Estados Unidos luego ejerció su propio poder en América Latina. Con el cambio de siglo, Teddy Roosevelt ayudó a orquestar la secesión de Panamá de Colombia para garantizar el control estadounidense sobre el Canal de Panamá.
Y durante la Guerra Fría, Washington sembró el resentimiento en América Latina al apoyar varios golpes de derecha. En Chile, Estados Unidos respaldó el levantamiento contra Salvador Allende, que dio lugar a la dictadura de Augusto Pinochet.
Pero no toda política estadounidense promovió la tiranía; algunos reconocieron por qué una región empobrecida podría considerar alternativas radicales y buscó resolver las causas.
El presidente John F. Kennedy, que estaba decidido a mejorar las relaciones estadounidenses con América Latina, intentó apelar al desarrollo económico para contener la expansión del comunismo. En su discurso inaugural en 1961, Kennedy anunció la Alianza para el Progreso y le dijo a “nuestras repúblicas hermanas al sur de nuestra frontera” que Estados Unidos las ayudaría a “desprenderse de las cadenas de la pobreza”. Denominó el plan como un “amplio esfuerzo de colaboración… para satisfacer las necesidades básicas de los latinoamericanos de vivienda, trabajo y tierra, salud y escuelas.”
Bajo el presidente Bill Clinton, Estados Unidos se alió con Bogotá en el Plan Colombia: una exitosa política multifacética iniciada en el 2000 que ayudó al gobierno colombiano a retomar el control de su país de los grupos guerrilleros y narcotraficantes, buscando fortalecer el desarrollo económico y las instituciones democráticas.
Colombia estaba aún en medio de un dilatado conflicto entre el gobierno, las guerrillas marxistas y los grupos paramilitares, años después del colapso de la Unión Soviética. Además de la asistencia militar, el Plan Colombia se enfocó en mejorar el estado de derecho, el desarrollo social y económico, y los derechos humanos.
A pesar de algunas consecuencias no intencionadas, esa política alejó al país del borde del colapso, y finalmente llevó a un acuerdo de paz y un Premio Nobel de la Paz para el presidente de Colombia Juan Manuel Santos. Con la ayuda de Washington, una Colombia más pacífica pudo hacer una transición impresionante de la mano de hierro a un guante de seda y convirtió un estado casi fallido en una historia exitosa.
En Venezuela, Hugo Chávez fue elegido en 1998, con la promesa de luchar contra la corrupción y la pobreza y de redactar una nueva constitución socialista. Su ascenso generó la llamada “ola rosa”, que vio el ascenso de líderes socialistas al poder en todo el continente.
Pero luego se produjo el colapso de los precios de las materias primas que habían financiado a gobiernos de izquierda como el de Venezuela. Las economías que estaban creciendo comenzaron a contraerse, y explotaron los escándalos de corrupción en toda la región.
El sucesor señalado por Chávez, Maduro, fue elegido en el 2013 y Venezuela entró en una recesión al año siguiente como resultado de la caída de los precios del petróleo, la desastrosa gestión económica y la corrupción desenfrenada. Esto causó un indescriptible sufrimiento humano, hambruna e inflación, que se espera que este año llegue a 10 millones por ciento.
Mientras Maduro iba acelerando el giro hacia la dictadura, millones de venezolanos desesperados huían al resto de la región, lo que supuso una carga para los recursos de los países vecinos con fuertes lazos con Estados Unidos. Estos países buscaron el apoyo de Washington, en instancias en las que el gobierno de Trump tiene funcionarios de línea dura cuyas posturas son favorables a la intervención.
Los líderes latinoamericanos dijeron lisa y llanamente que querían una resolución pacífica lograda a través de la diplomacia y una meticulosa presión, y no una intervención militar, que Trump había mencionado.
Sumado a los incentivos geopolíticos para que Washington tomara en serio la crisis, Rusia y China han comenzado a incursionar profundamente en América Latina. China ha reemplazado a Estados Unidos como el principal socio comercial en muchos países de América Latina, y Rusia ha seguido un plan coordinado para disputar el dominio político, económico y militar de Estados Unidos. Ya tiene una instalación de rastreo satelital en Nicaragua, y en diciembre hizo alarde de sus lazos militares con Venezuela al hacer volar aviones supersónicos por el Caribe desde Venezuela. La demostración de fuerza fue parte del plan de establecer una presencia militar a largo plazo en una isla venezolana en el Mar del Caribe, según reportó la agencia estatal rusa de noticias TASS.
Ante los pasos que están dando Rusia y China, el gobierno de Trump quizás haya encontrado una razón más persuasiva para actuar en América Latina. A medida que se intensifica el conflicto, Estados Unidos y otras democracias hacen lo correcto al seguir apoyando a la oposición. Washington debería ayudar a facilitar las negociaciones diplomáticas que condujeran a nuevas elecciones que sean justas y libres, y a coordinar sanciones internacionales dirigidas a presionar al régimen sin empeorar la crisis humanitaria. La tarea es hallar un camino hacia una restauración pacífica de la democracia.
Igual que gran parte del mundo, los latinoamericanos desconfían de Trump, el hombre que insultó a los migrantes latinos en su primera aparición en televisión. Pero la gente de la región me dice que está entusiasmada ante la posibilidad de que finalmente caiga el régimen represor de Maduro y que concluya el sufrimiento de los venezolanos. Este conflicto, me recuerdan, no se trata de Estados Unidos. Se trata de Venezuela. Washington debería aprender de sus errores y recordar que si bien tiene el poder para ayudar a la oposición a tener éxito en su arriesgada apuesta, también podría empeorar mucho más las cosas si se le va la mano.