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Nota del editor: Katharine Wilkinson es vicepresidenta de Project Drawdown, un centro de intercambio de información sobre los medios más eficaces para frenar el calentamiento global. Es escritora sénior de “Drawdown: The Most Comprehensive Plan Ever Proposed to Reverse Global Warming”. Tiene un doctorado en Geografía y Medio Ambiente de la Universidad de Oxford, donde fue becaria Rhodes.

(CNN) – En 1911, más de un millón de personas tomaron las calles de Austria, Dinamarca, Alemania y Suiza en favor de los derechos igualitarios y el sufragio femenino. Fue el primer Día Internacional de la Mujer, un día que el mundo sigue celebrando más de un siglo después. Aquellas primeras participantes tenían pocos motivos para incluir las emisiones de gases de efecto invernadero o el calentamiento global en sus preocupaciones, aunque la científica estadounidense Eunice Newton Foote había definido el efecto invernadero décadas antes, en 1856. (Una pionera a quien se le debe mucho más crédito).

La investigación del núcleo de hielo muestra que la atmósfera de la Tierra tenía un poco más de 300 partes por millón de dióxido de carbono en 1911. En 2019, estamos alrededor de 410 partes por millón. Esas cifras podrán parecer abstractas, pero son de suma importancia.

Con 410 partes por millón y en aumento hoy, nos enfrentamos a un mundo en rápido calentamiento, con emisiones en el punto máximo de todos los tiempos. Estas son condiciones planetarias desconocidas para los seres humanos que nos precedieron, y un territorio no explorado para nuestra supervivencia. Desde 1911, ingresamos a una nueva era geológica, el Antropoceno, llamado así porque la actividad humana es ahora la influencia dominante que moldea el planeta. Nuestro mundo en calentamiento es el escenario que define el Día Internacional de la Mujer en 2019.

El tema del Día Internacional de la Mujer de este año –#BalanceforBetter (equilibrio para mejorar)– convoca a una mayor paridad de género para mejorar el mundo. Esa aspiración está entrelazada con el cambio climático en dos elementos básicos. Primero, si bien los efectos negativos del cambio climático alcanzan a todos, las investigaciones demuestran que golpean más a mujeres y niñas. Simultánea, y sorprendentemente, el progreso en áreas clave de la equidad de género puede ayudar a limitar las emisiones que causan el problema. Esta dinámica dual forja un enlace inseparable entre cambio climático y la posibilidad de una sociedad más equilibrada en términos de género.

Las mujeres y niñas se enfrentan a daños desproporcionados por el cambio climático porque es un potente “multiplicador de amenazas”, que empeora las situaciones endebles o las vulnerabilidades existentes. Hemos visto esta situación en lugares que van desde Nueva Orleans después de Katrina hasta Nairobi.

Especialmente en condiciones de pobreza, las mujeres y niñas tienen un mayor riesgo de desplazamiento o muerte a causa de desastres naturales. Las sequías e inundaciones se han ligado al matrimonio temprano y a la explotación sexual; en ocasiones el último recurso de la estrategia de supervivencia. Tareas como recolectar agua y combustible o cultivar alimentos recaen sobre los hombros femeninos -en ocasiones literalmente- en muchas culturas. Actividades de por sí exigentes y que requieren mucho tiempo; el cambio climático puede acrecentar la carga, y con esto, la dificultad de acceder a la salud, la educación y la seguridad financiera.

De modos muy reales, el cambio climático boicotea los derechos y oportunidades de mujeres y niñas. Estas realidades hacen que sean críticas las estrategias de género de resiliencia y adaptación al clima. Hacen que sea una necesidad centrarse en los derechos, las voces y el liderazgo de las mujeres y niñas. Resulta que el género es igualmente importante para lograr soluciones que detengan el cambio climático. La investigación de Project Drawdown muestra que garantizar los derechos de las mujeres y niñas puede tener un impacto positivo en la atmósfera, comparable a las turbinas eólicas, los paneles solares o los bosques. ¿Por qué? En gran parte porque la equidad de género tiene efectos que se propagan al desarrollo de nuestra familia humana. Cuando las niñas y las mujeres tienen acceso a una educación de alta calidad y a asistencia de salud reproductiva, tienen más capacidad de actuar y adoptan elecciones diferentes en sus vidas. Esas elecciones suelen incluir casarse más tarde y tener menos hijos. Las decisiones individuales de las mujeres y de sus compañeros se van sumando. En todo el mundo y con el tiempo, influyen sobre cuántos seres humanos viven en el planeta y comen, se mueven, construyen, producen, consumen y desechan, todo lo cual genera emisiones.

Por supuesto que esas emisiones no se generan igualitariamente. Los más pudientes producen mucho más que los pobres. El estadounidense promedio produce casi 17 toneladas de dióxido de carbono per cápita cada año comparado con 1,7 toneladas o solo un décimo de una tonelada de alguien en la India o Madagascar, respectivamente. Quien diga que limitar la población es un santo remedio ignora las variables críticas de producción y consumo. Debemos ver la totalidad del ecosistema, no solo los árboles.

Tanto la educación como la planificación familiar son derechos humanos básicos, aunque todavía no son una realidad para muchas personas. En el mundo, 130 millones de niñas en edad escolar no están en las aulas. Se están perdiendo un cimiento vital para la vida, y ese derecho fundamental debe ser garantizado. Lo mismo ocurre en el acceso a la asistencia de salud reproductiva voluntaria y de alta calidad. Un 45% de los embarazos en Estados Unidos son no deseados, mientras que 214 millones de mujeres en países de bajos ingresos dicen que quieren prevenir el embarazo, pero tienen “una necesidad no cubierta” de anticoncepción. Los cambios de políticas del gobierno de Trump están configurados para empeorar ambas estadísticas, con un efecto dominó en todo el planeta.

Por supuesto, el liderazgo de las niñas y las mujeres en el clima también va mucho más allá de las elecciones de familia. Muchas de las voces vitales y agentes de cambio por un planeta habitable son femeninas. Las mujeres y niñas están superando la representación desigual en los escritorios de toma de decisiones y la baja inversión en sus esfuerzos. No hay que mirar más allá que el ejemplo de la activista sueca de 16 años Greta Thunberg y la creciente comunidad de jóvenes que lideran huelgas escolares en favor del clima en todo el mundo. “La crisis climática ya ha sido resuelta”, dijo Thunberg. “Ya tenemos todos los hechos y soluciones. Todo lo que debemos hacer es despertar y cambiar […] Entonces, en vez de buscar la esperanza, busquen el cambio. Entonces, solo entonces, llegará la esperanza”.

Me imagino que los manifestantes escolares de hoy encontrarían espíritus afines entre las participantes del Día Internacional de la Mujer de 1911. Ciertamente están construyendo el legado de levantar la voz y afirmar sus derechos. Más importante aún, hoy necesitan camaradas valerosos. Estamos lidiando con un desafío planetario de escala y gravedad sin precedentes. El mundo debe movilizarse para encontrar soluciones climáticas lo antes y lo más completas posibles, recordando que la equidad de género en sí es una de ellas. Quizás lo rescatable del Antropoceno sea que, si las fuerzas humanas pueden balancear al planeta, también podremos recuperar el equilibrio. Es nuestra elección. Este podría ser el significado más verdadero y crucial de #BalanceforBetter.

(Traducción de Mariana Campos)