Nota del editor: Julian Zelizer es profesor de historia y asuntos públicos en la Universidad de Princeton y autor, con Kevin Kruse, del nuevo libro: “Fault Lines: A History of the United States Since 1974”. Síguelo en @julianzelizer. Las opiniones expresadas en este artículo son propias del autor.
(CNN) – La senadora Elizabeth Warren fue la primera candidata demócrata de 2020 en reclamar que comiencen los procedimientos de juicio político contra el presidente Donald Trump. En un tuit el viernes, dijo: “Ignorar los repetidos esfuerzos del Presidente por obstruir una investigación de su propia conducta desleal infligiría un gran y duradero perjuicio a este país, y sugeriría que tanto el actual como los futuros presidentes podrían abusar libremente de su poder de modos similares”.
Muchos otros demócratas, sin embargo, temen recorrer este camino. Con la cercanía de las elecciones de 2020, les preocupa que ir adelante con el juicio político estimule una retribución política contra el partido y perjudique las posibilidades de los demócratas de recuperar el control de la Casa Blanca.
Pero los demócratas no pueden darse el lujo de ser tan temerosos sobre los procedimientos de juicio político. Y bien podría ocurrir que el informe de Mueller haya torcido su voluntad. Mientras la primera parte del informe señala conductas muy reñidas con la ética y problemáticas por parte de la campaña de Trump, la segunda sección expone fuertes pruebas de los continuados esfuerzos del Presidente por interferir con la investigación de Mueller. Y esto sumado a sus esfuerzos explícitos por socavar a Mueller, en particular desde su púlpito acosador preferido: Twitter.
Por supuesto, los demócratas tienen razones para ser cautelosos. No les fue demasiado bien a los republicanos en 1998, cuando la Cámara, dirigida por Newt Gingrich, sometió a juicio político al presidente Bill Clinton por mentir bajo juramento y obstruir la justicia con respecto a la investigación de su propia relación con Monica Lewinsky. De hecho, las tasas de aprobación de Clinton se dispararon al 73% después del juicio político liderado por el partido republicano. Y ese año se redujo la mayoría republicana en la Cámara de Representantes.
Pero la esencia del debate de juicio político actual es muy diferente. En el caso de Clinton, una gran parte de Estados Unidos consideró que las investigaciones giraban en torno a la vida privada del presidente. Pero, en el caso de Trump, esta fue una investigación sobre los contactos entre los funcionarios de campaña de Trump e individuos conectados con un gobierno ruso que estaba intentando interferir en las elecciones estadounidenses de 2016, al igual que en los esfuerzos continuos del presidente por frenar la investigación. Simplemente el peso de los cargos subyacentes no tiene comparación.
La opinión pública ha reflejado que una mayoría o casi una mayoría del público sigue aprobando a Mueller, a pesar de los ataques constantes del presidente. Entretanto, Trump todavía debe ganar la mayoría del apoyo de los votantes estadounidenses en sus primeros dos años en el cargo. Parecería entonces que el público está de acuerdo con que la esencia de los cargos en el informe de Mueller es seria, y que el contenido del informe de Mueller solo intensifica la gravedad de lo que el Presidente ha hecho durante su gobierno.
Lo que hagan los demócratas con respecto a los procedimientos de juicio político también dirá mucho sobre la visión del partido sobre el poder presidencial. El tema no es, ni nunca ha sido, cuál es la mejor forma de remover a Trump de la Casa Blanca. La cuestión ha sido si los demócratas toman en serio el abuso del poder presidencial y si insisten en que el comandante en jefe tiene que vivir dentro de ciertos límites. Si el Congreso permite que se mantengan las acciones que Mueller documentó en la porción del informe sobre obstrucción, ayudará a establecer un precedente peligroso para los habitantes futuros de el Despacho Oval. Por el contrario, lanzar procedimientos de juicio político sería un acto firme que dejaría formalmente registrado que el partido no acepta estas acciones como legítimas y que cree que son lo suficientemente graves y ameritan considerar el juicio político.
Importante aclaración, los procedimientos de juicio político no son lo mismo que acusar formalmente al presidente. La Cámara de Representantes deberá aprobar una resolución para referir el caso a la Comisión Judicial de la Cámara o una comisión seleccionada. La comisión realizaría sus propias audiencias, con una investigación de las pruebas por parte de su personal, para decidir si existen fundamentos para votar los artículos de juicio político.
Si existen esos fundamentos, la comisión debe aprobar cada artículo por una mayoría de votos, con lo que pasarían al pleno para ser sometidos a votación. Si la Cámara de Representantes vota a favor de un artículo por un voto mayoritario, solo entonces el caso llega al Senado, donde el estándar es mucho más alto y se requiere que dos tercios apoyen la sentencia.
Los demócratas que temen una reacción negativa por avanzar con el proceso de juicio político podrían considerar las consecuencias políticas de ser el partido que decide pasar por alto este abuso de poder. En el nivel más básico, no hacer nada le permitirá a Trump entretejer su narrativa de que todo este tema es un trabajo sucio partidario.
Y los partidos políticos pueden ser recompensados por hacer lo correcto. La saga del Watergate lo dejó en claro. Después de la brutal investigación de múltiples años al presidente Richard Nixon que conmocionó a la nación y dio como resultado su renuncia, los demócratas retuvieron el control de la Cámara y del Senado en las elecciones de 1976, robusteciendo las considerables mayorías alcanzadas en las elecciones intermedias de 1974, y ganaron la presidencia. El presidente Jimmy Carter capitalizó la ira del público sobre la ofensa presidencial y emergió como el candidato que mejor respondió a la desconfianza que existía sobre nuestros líderes.
Cabe señalar también que incluso con los controvertidos e impopulares procedimientos de juicio político de 1998, los republicanos de hecho no perdieron todo su poder. El Partido Republicano recobró el control del Congreso (perdió temporariamente una división de su Senado cuando Jim Jeffords se sumó a la bancada de los demócratas en el 2001, si bien recuperaron el control en el 2002). Y George W. Bush ganó la presidencia por dos períodos. Sin bien la mayoría de los demócratas no quiere tener como punto de comparación lo sucedido con el juicio político a Clinton al considerar qué hacer, deberían comprender que los republicanos no se desmoronaron por completo al ir adelante con los procedimientos sobre un cargo mucho más cuestionable que el que se está contemplando actualmente para el Presidente.
Para los demócratas que insisten en predecir cómo se verá esto, deberían considerar también la posibilidad de que al rehusarse a hacerle rendir cuentas al Presidente, podrían terminar mejorando las probabilidades de él a la reelección y otorgar legitimidad a su uso del poder. Al no hacer nada, uno podría imaginarse que los demócratas ayudan a los republicanos a elevar la narrativa de “cacería de brujas” y a disminuir los graves problemas políticos que enfrenta este gobierno por su conducta.
Enfocándose en la economía, Trump podría conformar la coalición que lo llevó al cargo en el 2016. Una vez que comience un segundo período, la conducta documentada en el informe de Mueller y en otros lugares podría tener un sello de aprobación electoral.
Cuando comenzó la investigación de Mueller, muestra el informe, Trump estaba convencido de que su presidencia estaba “j…da”. Pero subestimó la lealtad partidaria con la que contaba de los republicanos. Y quizás haya subestimado cuán políticamente aprehensivo se ha tornado el partido de la oposición.
(Traducción de Mariana Campos)