(CNN Español) – A Messi le debe doler el alma. A Messi y a Suárez. A Suárez y a Valverde. A Valverde y a todo el barcelonismo. Porque probablemente ni el más pesimista de los hinchas del equipo culé se imaginó la remontada histórica del Liverpool en Anfield, que hoy tiene a Los Reds en la final de la Liga de Campeones y al super Barca, eliminado.
“Never give up” (Nunca te rindas) se leía premonitoriamente en la camiseta casual que vestía Mohamed Salah, la figura estelar del club inglés, quien tuvo que ver el juego decisivo desde la tribuna, por lesión. Tampoco estaba Firmino; los dirigidos por Jürgen Klop necesitaban casi un milagro para dar vuelta a la dolorosa derrota sufrida 0-3 en el Camp Nou la semana pasada.
Nunca se rindieron. A punta de fortaleza y con una voluntad heroica, los rojos se adueñaron de todos los espacios del campo de juego convencidos de que libraban una batalla épica y, con una táctica impecable, vapulearon sin piedad a un equipo azulgrana falto de todo: impreciso, desubicado, temeroso. Vacío. Sin fuerza, sin voluntad.
Un flojo y desconocido Barcelona vio como un fiero conjunto inglés resurgió de entre las cenizas y lo venció en franca lid. Un gol en la primera parte del belga Divock Origi, el doblete del holandés Georginio Wijnaldum en la segunda mitad, y la estocada final, en el minuto 79, otra vez de Origi, clasificaron al Liverpool a la final de la Champions League.
Lo que le faltó a Messi y su corte les sobró a los héroes de Liverpool. La historia del estadio Olímpico de Roma se volvió a repetir y el Barca se quedó otra vez sin final de Champions. Dos debacles en apenas un año. Dos remontadas que parecían imposibles se consiguieron gracias a la fe de dos equipos que nunca se rindieron. El equipo de Valverde no hizo valer ni un 4-1 ante la Roma ni un 3-0 ante el Liverpool.
No bastó la promesa del capitán argentino, al comienzo de la temporada, cuando dijo querer sacarse la espina de la pasada eliminación de la Champions, como uno de sus objetivos. No bastó su magistral gol 600. Ni la Cruz de Sant Jordi que le otorgará la Generalidad de Cataluña para distinguirlo por sus méritos.
La magia de Messi desapareció en Anfield y resurgió en otro alquimista. Un tal Alisson Becker, el portero brasileño del Liverpool que se había vestido de héroe en la remontada de la Roma, el año pasado, se transformó en paladín una y otra vez para evitar tan solo un gol de Barcelona, que lo hubiera avanzado a la final soñada.
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Delante de Alisson hubo diez guerreros que contrapusieron la fortaleza a la debilidad. Lanzaron ataques incesantes para conquistar los goles necesarios, y antes decidieron entrar al campo con las fuerzas necesarias para resistir al temor y la desesperanza que pudiera representar el marcador en contra y la remontada ante un equipo como el Barca.
El juez turco Cuneyt Çakir marcó el final del partido y la hazaña en Anfield se había consumado. Salah saltó a la gramilla y se abrazó con el resto de valientes que nunca se rindieron. Miles y miles de hinchas entonaron de pie su epopeya “You’ll never walk alone” (Nunca caminarás solo):
Walk on, walk on
With hope in your heart
And you’ll never walk alone
You’ll never walk alone
Camina, camina
Con esperanza en tu corazón
Y nunca caminarás solo
Nunca caminarás solo
Los rojos de Liverpool humillaron 4-0 al Barca y le sacaron del bolsillo el pase a la final. Ahora buscarán su sexto título en la máxima competición europea ante el Ajax o el Tottenham.
El Barcelona se rindió. El de Messi fue un equipo sin alma.