(CNN) – Akeem Ferguson estaba dentro de un búnker cuando su equipo recibió la escalofriante transmisión de radio: seis misiles balísticos de Irán se dirigían hacia ellos.
El bloque de concreto con el que se habían cubierto ofrecía poca protección frente los proyectiles con los que las tropas estadounidenses en Iraq estaban siendo atacadas.
“Me aferré a mi arma, bajé la cabeza y traté de encontrar un lugar feliz, así que comencé a cantarle a mis hijas en mi cabeza”, recordó el sargento estadounidense que mide 1,80 metros. “Y solo esperé. Esperaba que lo que sucediera fuera rápido”, añadió.
“Estaba 100% listo para morir”, aseguró.
Ferguson sobrevivió ileso al ataque, junto con otras tropas estadounidenses y contratistas civiles en la base de al-Assad en Iraq, después de un bombardeo de misiles balísticos iraníes en la mañana del 8 de enero, hora local.
Se trata del ataque a mayor escala en décadas contra una base que aloja tropas estadounidenses. Los militares dijeron que la ausencia de víctimas no era menos que un “milagro”.
Las tropas estadounidenses que se encuentran en la base están ayudando a enfrentar a ISIS y a entrenar a las fuerzas de seguridad iraquíes. Ninguna tropa iraquí resultó herida en el ataque.
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Una mirada más próxima al lugar revela una base vulnerable a este tipo de asalto. El personal recibió una advertencia anticipada del ataque varias horas antes de que ocurriera, lo que les permitió protegerse. Aún así carecían de las defensas de tierra-aire para resguardarse de una ofensiva con misiles balísticos: el ejército estadounidense no construyó estructuras en la base, una de las más antiguas y más grandes de Iraq, para protegerse contra un ataque de este tipo. Estaban a merced del aguacero de misiles.
Cerca del campo de aviación, fragmentos de metal se rompen bajo los pies mientras dos militares toman medidas del cráter abierto que dejó uno de los misiles. Tiene alrededor de dos metros de profundidad y aproximadamente 3 metros de diámetro, una copia quemada de “La bella y la bestia” se tambalea en el borde del hoyo. Una sandalia, una carta de Uno y una chaqueta militar sobresalen de los restos carbonizados que quedaron tras el misil.
Esta era una unidad de vivienda para pilotos y operadores de drones en la base. Evacuaron el sitio antes del ataque. Por casualidad, ellos habían apodado “caos” a las viviendas.
Como la mayoría de la sección estadounidense de la base, ellos llevaban más de dos horas encerrados en los búnkers cuando cayeron los primeros misiles.
El ataque fue la respuesta de Irán a la operación con drones de Estados Unidos, ordenada por el presidente Donald Trump, en la que murió el general iraní más poderoso, Qasem Soleimani, menos de una semana antes.
Luego de varios días de tensiones, la represalia de Teherán –que no cobró ninguna víctima– fue un alivio para muchos. En el campamento de al-Asad, las tropas podían descansar tranquilamente después de estar en alerta por días. Para los países de toda la región marcó un desescalamiento positivo después de que el asesinato de Soleimani despertara el fantasma de una guerra en toda la zona.
Diez de los 11 misiles impactaron posiciones estadounidenses en la extensa base aérea iraquí, localizada en el desierto. Uno de los proyectiles alcanzó una ubicación remota del lado del ejército iraquí.
Estados Unidos control cerca de un tercio de la base. Los misiles iraníes, que utilizaban sistemas de guía a bordo, lograron destruir sitios militares sensibles para EE.UU.: afectaron un complejo de fuerzas especiales y dos hangares, además de la unidad de vivienda para los operadores estadounidenses de drones.
Los periodistas de CNN fueron los primeros en tener acceso a la base después del ataque iraní.
Aviso previo
La primera advertencia vino de señales secretas de inteligencia durante la noche previa al ataque. Hacia las 11 p.m. del 7 de enero, la mayoría de las tropas estadounidenses en al-Asad fueron enviadas a búnkeres, mientras unas pocas fueron sacadas del lugar, según los comandantes en la base.
Únicamente el personal esencial, como los guardias de la torre y los pilotos de drones, permanecerían fuera de los refugios. Estaban protegiendo el lugar contra una agresión terrestre que los comandantes de base esperaban siguiera luego del ataque con misiles.
Las fuerzas terrestres nunca llegaron, y las tropas solo saldrían de sus refugios al amanecer. El ataque terminó justo antes de las 4 a.m.
El primer ministro de Iraq, Adil Abdul Mahdi, aseguró que Irán le dijo, alrededor de la medianoche, que esperara ataques aéreos dentro de su país. Un diplomático árabe, quien habló con CNN, señaló que los iraquíes transmitieron información sobre los ataques a Estados Unidos.
Pero EE.UU. ya había recibido informes acerca de un ataque con misiles para el momento en que los iraquíes le notificaron, según Tim Garland, teniente coronel de al-Asad.
Los primeros misiles cayeron a la 1:34 a.m. Fueron seguidos por tres descargas adicionales, espaciadas entre ellas por más de 15 minutos. El ataque duró más de dos horas. Las tropas en la base lo describieron como un momento cargado de suspenso, miedo y sentimientos de vulnerabilidad.
“Puedes defenderte de (las fuerzas paramilitares), pero no puedes defenderte de esto”, sostuvo el capitán Patrick Livingstone, comandante de las fuerzas de seguridad de la Fuerza Aérea de EE.UU. en la base, refiriéndose a los ataques anteriores con cohetes de grupos armados. “En este momento, esta base no está diseñada para defenderse de los misiles”, completó.
Mal equipados para defenderse de misiles balísticos
A medida que los ataques esperados se acercaban, la mayoría de las tropas se resguardaron en estructuras polvorientas y piramidales esparcidas a lo largo de la base. Estos búnkeres fueron construidos durante el gobierno del fallecido líder Saddam Hussein.
Los gruesos muros inclinados se construyeron décadas antes para desviar las explosiones de Irán. Bagdad tuvo una sangrienta guerra de ocho años con Teherán (entre 1980 y 1988) que terminó en un punto muerto. Era una época en que la nueva República Islámica comenzaba a demostrar su destreza militar.
Las tropas estadounidenses dijeron que tenían certeza acerca de si los refugios de la era de Saddam resistirían los misiles balísticos. Pero eran más resistentes que los búnkeres de EE.UU., diseñados para protegerse contra cohetes y morteros.
Los cohetes y morteros relativamente livianos son usualmente utilizados por ISIS, extremistas yihadistas y paramilitares chiítas en Iraq, quienes durante años han tenido a las tropas estadounidenses en la mira. Pero los misiles balísticos de Irán tienen un alcance mucho más largo y transportan una carga útil mayor de explosivos, que se estima en al menos media tonelada cada uno.
Los pasos resuenan en el estrecho pasadizo que conduce a un búnker de la era Saddam. Las paredes son de doble capa: grandes agujeros en el interior revelan la pared exterior de cobre incrustada con ventiladores. Dos espaciosas salas de estar están llenas de camas plegables, colchones, camillas y armarios. En la noche del ataque, una de las habitaciones funcionaba como un baño improvisado, con botellas de agua de plástico cortadas que servían como urinarios.
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La teniente coronel Staci Coleman fue uno de los líderes estadounidenses de equipo que reunieron a las tropas en ese búnker. Después de aproximadamente una hora y media de estar en el refugio, tenía dudas.
“Estaba sentada en un búnker y era como el ‘hombre, tal vez tomé la decisión equivocada [de venir aquí]’”, dijo Coleman.
“Aproximadamente 10 minutos después de decirme eso, fue boom boom boom boom boom y dije bien, ahí está mi respuesta”, recordó.
“Todo el suelo tembló. Fue muy fuerte”, narró. “Se podía sentir la onda expansiva aquí. Sabíamos que estaban cerca”, agregó.
También dijo que las puertas parecían doblarse como olas con cada explosión que reverberaba a través del refugio. Ninguno de los búnkeres en la base fue impactado.
Mientras tanto, el sargento de personal Ferguson estaba en un búnker de fabricación estadounidense, un espacio abarrotado unido por bloques de hormigón de 12 centímetros fortificados con sacos de arena. Observó cómo el ataque se desarrolló a través de grietas entre las paredes adyacentes.
“Hay un pequeño agujero en el costado del refugio y vimos un destello de luz naranja”, explicó Ferguson. “Después de eso descubrimos que cada vez que veíamos un destello eran solo un par de segundos antes de que golpeara”.
“Era flash, boom, flash boom. No sabíamos cuándo iba a parar. Nos sentamos allí y esperamos a que terminara”, completó.
“Después de la primera descarga, varios salieron a buscar víctimas. Cuando la segunda descarga golpeó casi 15 minutos después, algunos quedaron atrapados al aire libre”.
El sargento Ferguson dijo que estaba preocupado por los compañeros que estaban atrapados afuera. “Después de que terminó la segunda descarga, estaba preocupado de que estuvieran en la puerta. Así que me fui y los agarré, los llevé al refugio con nosotros, y luego esperamos…”, relató.
Para el momento del ataque terrestre que estaban esperando, Ferguson ya había salido de su búnker con el objetivo de enfrentarse a lo que fuera a suceder. Describió que miraba hacia la oscuridad sobre la mira de su arma, desgastada por el impacto de los misiles. Pero la agresión nunca llegó.
“Estábamos tan cansados. Fue la peor descarga de adrenalina de la historia”, dijo Ferguson.
Cuando todas las tropas salieron de los búnkeres, muchos se pusieron a trabajar para reparar el daño. Describieron sentir una mezcla de alivio y conmoción. “Fue como ‘normal’ después”, dijo Coleman. “Pero todos nos estábamos mirando a los ojos como para decirnos ‘¿estás bien?’”.
Varias tropas con las que CNN habló dijeron que el evento había cambiado su visión de la guerra: el ejército de EE.UU. rara vez está del lado que recibe las descargas de un armamento sofisticado, a pesar de lanzar los ataques más avanzados del mundo.
“Mirabas a los demás y pensabas: ‘¿Hacia dónde vamos a correr? ¿Cómo vamos a escapar de eso?’”, dijo Ferguson.
“No deseo que nadie sufra ese nivel de miedo”, añadió. “Nadie en el mundo tendría que sentir algo así jamás”.