Nota del editor: David M. Perry es periodista e historiador. Es asesor académico sénior en el departamento de Historia de la Universidad de Minnesota. Sígalo en Twitter. Las opiniones expresadas en este artículo son propias del autor.
(CNN) – Les doy una pauta simple: no publiquen fotos o videos de sus hijos en internet sin su consentimiento. Si no pueden seguir esta regla, y seamos honestos, a todos los padres nos gusta compartir fotos simpáticas de nuestros bebés, al menos no publiquen momentos del peor día de sus hijos. Incluso aunque no se opongan, probablemente lo odiarán en una década.
Ahora mismo circula por el mundo el video viral de un niño australiano de 9 años llamado Quaden Bayles, que tiene una forma de enanismo llamada acondroplasia. La madre grabó a su hijo sentado en el asiento trasero del auto y lo publicó en línea. Es desgarrador. Esconde la cara en el asiento. Llora desconsoladamente. Pide un cuchillo para matarse. Su madre dice ante la cámara que su hijo, de hecho, ya ha intentado suicidarse. “Esto es lo que hace el acoso escolar”, dice la madre visiblemente dolida. “¿Pueden educar a sus hijos, a sus familias, a sus amigos?”
Más de 20 millones de reproducciones después, el video de Facebook llevó a las celebridades a expresar su apoyo, y en GoFundMe se recolectaron US$ 440.000 para un viaje a Disneylandia. La historia parece tener al menos ciertos visos de final feliz, en este sentido.
Pero debemos considerar algo más aquí. Por muy amorosas que fueran las intenciones detrás de este video (y entiendo la desesperación de esta madre), el hecho es que por el resto de la vida del niño su nombre probablemente estará siempre asociado con esto. Y más aún, la viralización del video hará que otros padres quizás quieran emularla, y sigan violando la privacidad de sus hijos. Solo porque tengamos la capacidad de compartir videos de nuestros hijos con el resto del mundo, no quiere decir que debamos dejarnos llevar por nuestros impulsos. Tiene que haber un mejor modo de buscar apoyo o luchar contra el acoso escolar sin comprometer la privacidad de los niños.
La primera generación de niños que nacieron en la era de las cámaras telefónicas y las plataformas de medios sociales, como Instagram o Facebook live, donde fue publicado este video (probablemente las principales herramientas de los padres que comparten en exceso, o “sobreexponen a sus hijos”), está llegando a la adolescencia. Taylor Lorenz informó el año pasado en The Atlantic sobre las complicadas reacciones emocionales de los adolescentes y de los veinteañeros que se dan cuenta de que todas sus vidas están documentadas y publicadas en línea sin su consentimiento.
En Reddit, alguien que publica allí dice ser el hijo o la hija de un influencer en Instagram y escribe sobre el uso de las sudaderas impresas con frases como “No a las fotos”, “no a los videos” y “No doy mi consentimiento para ser fotografiado” en protesta. Este es un caso extremo, pero representa el gran problema de criarse con los padres listos en todo momento a disparar una foto.
Para las personas con discapacidades, sin embargo, el problema es especialmente pertinente, porque la sociedad frecuentemente les da el mensaje de que no tienen el derecho a controlar sus cuerpos. Los niños con discapacidades –más que los niños que no tienen alguna discapacidad— son colocados en complicados sistemas burocráticos, educativos o médicos que los alientan a ser dóciles ante la autoridad y a cumplir las normas de la sociedad sin discapacidades, en lugar de fomentar la reafirmación de su voluntad y su autonomía. Los adultos con discapacidades también se enfrentan a que les tomen fotos sin su consentimiento; a veces como “inspiración” que cosifica a la persona con la discapacidad a fin de que el espectador se sienta bien, o por alguna otra razón que nada tiene que ver con los deseos o el bienestar de la persona fotografiada. Como escribe Rebecca Cokley en Rewire: “Para las personas de los grupos marginalizados, la autonomía corporal suele ser un lujo”.
Los padres con niños autistas también, con demasiada frecuencia, publican videos de los berrinches de sus hijos, con lo que asocian digitalmente el nombre o la imagen del niño con un momento en el que perdió el control. Por supuesto, los padres podrían estar pidiendo ayuda a la comunidad, como la madre en Australia que necesitaba ayuda, pero debemos construir sistemas de apoyo para las familias como las de ellos, y la mía, sin crear un registro permanente de desesperación con el que nuestros hijos deberán lidiar por siempre.
Compartir experiencias traumáticas sin consentimiento crea las condiciones para replicar el trauma por mucho tiempo en el futuro: podría exponer a alguien a más crueldad o servir como un recordatorio perturbador y persistente de ese momento difícil. Después de todo, está casi garantizado que los niños crecerán y se buscarán a sí mismos en Google en algún momento. Todos los niños tienen el derecho a controlar su imagen y a elegir qué mantener en privado. Debemos quebrar este ciclo.
Mi hijo tiene síndrome de Down y es autista. Ha tenido sus malos momentos. Yo he tenido mis malos momentos como padre también, en los que me sentí perdido, infeliz e inseguro sobre cómo apoyarlo mejor. Por otra parte, a él le encanta que lo miren. Cuando baila en la cena o canta la canción de Spiderman, me saca el teléfono y me pide que lo grabe en video.
A veces, cuando estoy lavando los platos, cruza la cocina, me pone la mano en el hombro hasta que dejo todo y lo miro, y me dice: “¡Yo!” Quiere que uno sea testigo de su alegría. Quiere que uno lo vea. Pero cada vez que oprimo enviar o compartir, pienso, ¿cómo se va a sentir a los 16, a los 26 o a los 36? ¿Cuál es su legado digital y estará feliz conmigo cuando mire atrás? Espero que sí.
Los niños tienen derecho a su privacidad y a su autonomía corporal. Entretanto este mundo feliz les da a los padres las herramientas para documentar cada momento de las vidas de sus hijos y proyectarlo a un mundo despiadado. Me alegra que el niño australiano reciba el apoyo que necesita. No culpo a la madre por suplicar desesperadamente al mundo que se ponga fin al acoso.
Si usted se sintió conmovido con este video, por favor investigue qué están haciendo su escuela, su iglesia, su oficina y otras comunidades para crear un mundo más inclusivo y más específicamente, para poner freno al acoso. Trabajemos todos para construir un mundo en el que no se necesiten videos virales para obtener resultados positivos para los niños.
Entretanto, recuerde que sus hijos crecerán. Googlearán sus nombres. Usted querrá que estén felices con lo que encuentren. Así que por favor deje de compartir fotos y videos de los peores momentos de sus hijos en internet.
Traducción de Mariana Campos