Nota del editor: Roberto Rave es politólogo con especialización y posgrado en negocios internacionales y comercio exterior de la Universidad Externado de Colombia y la Universidad Columbia de Nueva York. Con estudios en Management de la Universidad IESE de España y candidato a MBA de la Universidad de Miami. Es columnista del diario económico colombiano La República. Fue escogido por el Instituto Internacional Republicano como uno de los 40 jóvenes líderes más influyentes del continente.
(CNN Español) – La actualidad del mundo plantea crisis constantes y continuas. El caos es el común denominador, ya sea por la amenaza de un misil desde Corea del Norte o por una pandemia que se extiende de manera rápida; por un infortunio en la vida de un dirigente político de talla mundial, por un incendio en Australia o por un comentario desde el Vaticano. La crisis se ha vuelto un estado continuo en los medios de comunicación, que difunden un pesimismo constante, en muchas ocasiones alejado de la realidad. No solo las grandes utopías y los sueños distan de la objetividad; en muchas ocasiones el caos y el negativismo también.
Tal vez la mayor pandemia que experimente el mundo no sea la del coronavirus, sino la que hace alusión a la desesperanza, al negativismo. En diferentes artículos he planteado mi gran preocupación por el aumento desmesurado de suicidios, la segunda causa de muerte entre los jóvenes, según la Organización Mundial de la Salud. Esta pandemia, expandida por muchos medios de comunicación, le ha quitado la premisa al mérito y ha logrado sembrar el afán de inmediatez, el odio y el negativismo desmedido ante la falta de carácter para enfrentar las dificultades.
La peor pandemia es la de la indiferencia, la del clic y la crítica, la de la lejanía y la deshumanización de lo humano. Ante esto, comparto lo que plantea el psiquiatra Augusto Cury en su libro “El sentido de la vida”: “Lo ideal sería que la educación de la emoción estuviera presente desde la educación infantil hasta las maestrías y doctorados. Lo ideal sería que la educación llevara a cabo la más pacifista y sólida revolución social, formando pensadores y no repetidores de ideas. Tal vez así dejemos de ser coleccionistas de lágrimas y nos transformemos en coleccionistas de esperanzas.”
Nada es nuevo, las dificultades han existido siempre. Fruto de la competencia por el poder y la disputa entre la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) y Estados Unidos, se generó la crisis del petróleo de los años 70, que generó que su precio subiera 14 veces. Ahora es Rusia la que la ocasiona. Las enfermedades que ha experimentado el mundo han sido también numerosas y tal vez el coronavirus sea una de las menos letales. Entre la viruela, el sarampión y la influenza de 1918 sumaron más de 500 millones de muertos.
El coronavirus es ya una pandemia, y es preciso tomar medidas urgentes para disminuir su fuerte tendencia exponencial, que amenaza con colapsar los sistemas de salud. Esto podría obligar a utilizar fríos protocolos para dar prioridad de atención a los más jóvenes, que tienen muchas más posibilidades de sobrevivir. El covid-19 es más letal que la gripe común, si bien aún no hay suficientes datos de los brotes y tampoco se dispone de pruebas de todos los posibles casos. El asunto es que ya ha puesto en jaque a los sistemas de salud del mundo entero, desenmascarando sus vacíos e ineficiencias.
En conclusión, el mundo entero debe prestar atención a este virus, que tiene su gran peligro en la exponencialidad con la que se reproduce. La economía golpeada por esta coyuntura deberá reactivarse de manera rápida. En medio de lo ocurrido, es preciso resaltar que las peores crisis actuales son crisis de referentes, de líderes que -como menciona un buen amigo en Medellín- cierren las brechas de comprensión y entendimiento entre las personas adultas y los jóvenes, ávidos de ser escuchados.