(CNN Español) – De repente entré en pánico. La sola idea de no poder regresar a Caracas, a mi familia, me agobiaba. Llamé a la aerolínea, a una agencia primero, luego a otra, en busca de opciones como Orlando-Panamá-Bogotá-Cúcuta, cruzar la frontera por uno de los puentes… y luego tomar un vuelo desde Santo Domingo del Táchira hasta Caracas.
Un camino largo, que suena agotador y arriesgado para regresar a casa, pero era lo que quería, estar donde debía estar hace horas, cubriendo el impacto de las medidas contra el coronavirus, junto a mi familia y en mi hogar.
El gobierno del cuestionado presidente Nicolás Maduro anunció el 12 de marzo —después de que ya había salido de Venezuela— que suspendía los vuelos desde y hacia Europa y Colombia para tratar de frenar la propagación del coronavirus. En cuestión de horas se sumaron otros destinos como Panamá y República Dominicana. Se fueron cerrando las vías y las opciones, por decisión de Venezuela y de otros países, hasta que finalmente el Instituto Nacional de Aeronáutica Civil (INAC) anunció la restricción definitiva de los vuelos comerciales, permitiendo únicamente el ingreso de aeronaves con carga y correo.
Cuatro días era mi plan en Estados Unidos. Vine a la boda de una amiga muy querida y nunca imaginé que no podría regresar en el plazo previsto. Esos cuatro días se han convertido en un tiempo indefinido e incierto lejos de casa.
Todo sucedió en cuestión de minutos. Como si se tratara de una película en la que los destinos comenzaron a descartarse a medida que los gobiernos anunciaban el cierre de sus fronteras. ¿Y ahora qué hago? No tengo ropa suficiente, no tenía previsto este gasto. Quiero ir a trabajar, ver a mi familia…
Busqué apoyo fuera de Venezuela, pero era imposible concretar una oportunidad que me permitiera regresar. Tenía que quedarme. Llamé entonces a varios amigos para pedir asistencia, pero muchos sintieron miedo de recibir en casa a alguien que pasó por un aeropuerto internacional y que fue a una boda; en otros casos, no tenían suficientes insumos.
Eran argumentos válidos y respetables. Y los entendí. Hasta que un buen amigo me abrió las puertas de su casa y me hizo sentir como si estuviera en la mía. Una ayuda que se agradece de corazón y que representa la mayor solidaridad y la mejor manera de sobrellevar la incertidumbre y la ansiedad de no poder regresar, en medio de la pandemia que nos aterra a todos.
He conversado con otros compatriotas en situaciones similares. Como América Cedeño, también venezolana. Sí, hay muchos casos de personas angustiadas fuera de sus países intentando volver a sus hogares. Ella fue de vacaciones a Madrid, donde llegó el 9 de marzo. Y cuenta con desilusión que su paseo soñado se convirtió en una pesadilla. Junto a su esposo anhelaba reencontrarse con sus amigos en Europa.
No imaginó que iba a terminar en el aeropuerto de Barajas intentando regresar a casa el 14 de marzo y no el 22 como era su plan original.
“Para adivino, Dios”, replica anticipadamente a quienes cuestionaron su decisión de viajar y ahora los juzgan de nuevo en medio de la situación que están viviendo. Un presupuesto ajustado y una espera indeterminada representan una combinación nefasta para su tranquilidad.
Cuando llegaron a la capital española y comenzaron a visitar los lugares turísticos, todo estaba lleno. Dice que se hablaba de coronavirus, pero que todo lucía bastante normal. Nunca pensaron en cancelar el viaje sino que tomaron precauciones como llevar gel antibacterial; pero lo usaron con tanta frecuencia, que se lo gastaron en un par de días.
Sus alarmas se encendieron al visitar el Palacio Real: “Llegamos y nos informaron que estaba cerrado por prevención”. En ese punto era evidente la tensión y entendieron que debían adelantar su regreso. Contactaron a la aerolínea, pero ya no había boletos. Decidieron entonces irse al aeropuerto para intentar subir a un avión en otra aerolínea. La meta era retornar a casa en Maturín, estado Monagas.
El sacrificio económico bien les valdría la pena si podían pasar la contingencia en casa, dicen. Se sumaron a la fila en lista de espera, con la esperanza de poder chequearse. Pero una vez allí les informaron que el vuelo quedaba suspendido. En ese punto, las lágrimas de muchos venezolanos que tenían las mismas ilusiones de regresar a su país fueron incontenibles. Contaron que habían viajado con el apoyo de sus familiares y que ya no contaban ni con un euro para seguir ahí. En el caso de América, su regreso, como muy cerca, será el 19 de abril si no extienden la restricción de vuelos.
Dicen que -por fortuna- lograron obtener la ayuda de una pareja de amigos que les ofreció hospedaje en su apartamento y ahí se organizaron para pasar la cuarentena. Describen la situación como muy complicada porque no tienen dinero suficiente y tienen que convivir las 24 horas en medio de las restricciones de circulación, compartiendo un espacio reducido, los costos de las compras y atemorizados porque están en una zona en la cual se han registrado varios casos del covid-19.
“Poco a poco nos hemos organizado”, dice América al hablar del costo de la comida y la lavandería. “Tenemos miedo. Obviamente no salimos, ni a la ventana nos asomamos. Mi esposo solo salió una vez a comprar comida”. Agrega que “tratan de no caer en angustia y desesperación porque es peor”, pero que quieren regresar y lo que más les atormenta es ver en las noticias que otros países como Canadá y Costa Rica autorizaron el retorno de sus ciudadanos y residentes, más no ocurre lo mismo con Venezuela.
“No entendemos por qué no hacen lo mismo con nosotros. Nos parece una irresponsabilidad del gobierno de Maduro que no nos dejen ingresar”, dice América con desasosiego, y agrega que está dispuesta a cumplir todo el protocolo y las medidas que haya que cumplir. En su caso, el primer problema sería llegar a Caracas y el siguiente llegar a Maturín, en el oriente del país, donde ella y su esposo trabajan como contadores públicos.
En todos lados se cuecen habas. En Colombia, Federico Black, con quien también hablé, se encuentra en una situación complicada. Viajó a Bogotá por razones académicas el 10 de marzo y tenía previsto regresar el 22 de este mes. El curso fue suspendido y tuvo que extender el el alquiler del apartamento de Airbnb en el que se hospedaba, un gasto que no tenía previsto, como tampoco más dinero para alimentarse.
Black, originario de Caracas, asegura que los venezolanos que se encuentran fuera del país quedan “en una situación de incertidumbre, pues no se sabe bien si las medidas se extenderán. Quedamos atrapados literalmente fuera de nuestro país. Tenemos que buscar la manera de resolver nuestra vida en un país extraño y, en muchos casos, sin los recursos económicos para lograrlo”. En su caso, las fronteras terrestres y fluviales de Colombia están cerradas, así como los vuelos internacionales, y aunque afirma que las medidas oficiales son comprensibles, están impactando la vida de numerosos venezolanos como él.
El Ministerio de Comunicación e Información de Venezuela no ha anunciado aún si tiene prevista alguna medida para asistir a los miles de venezolanos que están varados en otras naciones, como esta periodista que escribe lejos de su hogar y su trabajo, sin saber a ciencia cierta cuando volverá.