(CNN Español) – Es mediodía del domingo 22 de marzo en el Aeropuerto Internacional José Martí de La Habana. Y, por supuesto, hace mucho calor.
El siguiente vuelo con destino a Maiquetía, donde se encuentra la principal terminal aérea de Venezuela, sale a las 5 P.M. En circunstancias normales, los viajeros se estarían sumando a la fila, pero, a medida que llegan, sus caras dejan ver el temor de no poder chequearse a tiempo. Cuarenta y ocho horas después, las autoridades cubanas prohibirían el ingreso de extranjeros como medida para frenar la pandemia de covid-19, pero ahora los extranjeros como yo, que no teníamos pensado parar aquí, también estamos a la expectativa. Yo vengo desde Miami y también quiero llegar a mi casa.
En Caracas, y después de que el 13 de marzo se anunciara la suspensión vuelos, el cuestionado presidente Nicolás Maduro habló de posibles traslados humanitarios desde República Dominicana y Estados Unidos sin ofrecer fechas concretas. Con este último país las relaciones están rotas y Washington ha emitido sanciones contra el gobierno de Maduro, que el mandatario insta a levantar en medio de la crisis agudizada por el coronavirus
Veo el reloj. Entra la tarde. Estoy aquí casi desde el amanecer.
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Una multitud desordenada, entre quienes tienen boleto, como yo, y quienes no, se aglomera frente al mostrador de la aerolínea en la terminal aérea.
Adriana Martínez cuenta que tuvo que pasar la noche allí. Decía sentir temor ante la epidemia del coronavirus. Se encontraba en Curazao y de ahí viajó a Miami para finalmente volar hasta la Habana, todo por regresar a casa antes de que la pandemia empeorara. Es triste, considera, que el gobierno de Maduro no se haya preocupado por ayudar a los venezolanos varados. En ese momento aún no se habían anunciado los vuelos humanitarios.
La desesperación aumentó cuando un vocero de la aerolínea que nos llevaría a Venezuela advirtió que no todos los que tenían boleto podrían viajar. Lo harían únicamente quienes estuvieran en una lista. Un grupo de mujeres que venían de la India y que -luego de varias escalas- intentaba llegar a Caracas, expresaba preocupación tras el largo viaje, mientras otros intentaban organizar la fila. Una buena noticia: la aeronave que cubriría la ruta tenía capacidad para 235 pasajeros, más del doble del avión que usualmente cubre la ruta.
Las quejas de los usuarios aumentaban cuando la tripulación aseguraba que se trataba de un vuelo humanitario. Destacaban que los precios de los boletos del tramo la Habana-Maiquetía rondaban entre los US$ 600 y los US$ 1.050. Era un costo al que había que sumar el valor del tiquete comprado para llegar hasta la capital cubana. Aunque algunos habían pagado boletos de primera clase, fueron notificados de que viajarían en clase turista. No sabemos si hubo reembolso alguno.
Uno de esos casos fue el de Mercedes Lezama, quien se encontraba en medio del tumulto. Se dedica a la ganadería y relata que salió de Venezuela llena de ilusión y alegría con destino a Cancún junto con 9 parientes, niños incluidos. No solo para vacacionar, sino también para reencontrarse con sus familiares que emigraron hace algunos años. No habían pasado 24 horas del encuentro cuando se enteraron de que, uno tras otro, se fueron cancelando los vuelos de regreso a casa.
Lezama dice que en ese momento sus vacaciones se convirtieron en una angustia y hasta le dio taquicardia. Afirma que en un principio intentaron comunicarse con la Embajada de Venezuela en México pero que no recibieron información alguna, menos ayuda.
“Cuando empezamos a buscar, nos dimos cuenta de que solo podíamos regresar a través de Cuba. La línea en la que viajamos nos autorizó el cambio de ruta: Cancún-Panamá-La Habana. Pero nos dijeron que sólo quedaban pasajes de primera clase, a un precio exagerado en nuestra opinión”. Al llegar al mostrador les informaron que viajarían en clase turista.
Lezama recuerda que en su recorrido encontró a muchos venezolanos varados en Panamá y en La Habana. Se trataba de gente que venía de Estados Unidos y de Costa Rica. “Fue muy angustiante porque no sabíamos si podíamos irnos o no. Teníamos temor porque sabíamos que Cuba cerraría los vuelos dentro de unas 48 horas y no sabíamos qué hacer, porque si uno se queda y son 40 días, no teníamos el dinero, ni el conocimiento, ni idea de cómo ni dónde íbamos a estar”.
Aún en la sala de embarque, Lezama no se calmó hasta que se sentó en el avión. Dice que una de sus mayores preocupaciones era estar fuera del sistema de salud en México, donde se encontraba originalmente, y que nunca se había sentido tan desprotegida. Tiene claras las deficiencias de la infraestructura hospitalaria venezolana. Su odisea no terminaría en Maiquetía. En medio de la cuarentena declarada por Maduro aún tenía que buscar la forma de llegar hasta la zona rural del sureño estado Bolívar, donde reside cerca de las minas, lugar en el que la prensa local afirma que hay brotes de malaria. Por prudencia dice que pasaría la cuarentena en Caracas y que luego intentaría llegar a su residencia.
Comienzan los llamados a la puerta de embarque y los pasajeros se apresuran a hacer fila. Al ingresar a la aeronave los asistentes de vuelo indican que los asientos serán por libre designación. Eso es… siéntese donde pueda.
El uso de las mascarillas es obligatorio a bordo. Compartir con personas desconocidas y provenientes de distintas rutas en un mismo espacio generaba también el temor de un posible contagio.Cinturones abrochados y todo, los nervios no se aplacan hasta que finalmente escuchamos el anuncio de “bienvenidos a Venezuela”.
Al arribar a territorio venezolano, la gente aplaudía… otros hasta gritaban. No dio tiempo para mucha alegría. Venía otro protocolo de seguridad. Primero, los sobrecargos explicaron que rociarían un gas desinfectante en la aeronave. Aclararon que no era tóxico. Luego ingresó a la aeronave personal vestido con un traje especial blanco y equipado con un termómetro láser. A ver: 37 grados, 37 y medio… El protocolo fue rápido por eso muchos no entendimos por qué permanecimos cerca de hora y 30 de espera con las máscaras y sin aire acondicionado en el avión. Dos mujeres se desmayaron antes de pisar tierra.
Pero en toda travesía siempre está el optimista, que ve lo mejor de todo.
Gerard Esaffer, comerciante, reflexiona: “Venezuela tomó una decisión correcta al cerrar la fronteras y especialmente viendo casos como los de Italia y España”. En su opinión, estos países no le hicieron caso a lo que estaba pasando con el coronavirus y la enfermedad se propagó al instante. “Aplaudo a Venezuela porque esa fue la mejor decisión: cerrar porque a este virus hay que atacarlo de una vez”, agrega.
A su juicio, es normal sentir miedo. Por eso Esaffer tiene, al igual que otros pasajeros, máscara, guantes y gel antibacterial. Asegura que llegará a cumplir de forma estricta con su cuarentena, al tiempo que reconoce algunas fallas en el sistema de salud de Venezuela.
Ya en casa,dispuesta a cumplir de forma estricta mi cuarentena, leo que solo llegarán vuelos humanitarios de ahora en adelante. Y que hay muchos que esperan abordar alguno, mientras gastan lo último que les queda y además arriesgan su salud.
Un compás de espera incierto y desesperado.