Nota del editor: Pedro Brieger es un periodista y sociólogo argentino, autor de varios libros sobre temas internacionales y colaborador en publicaciones de diferentes países. Es profesor de sociología en la Universidad de Buenos Aires (UBA). Director de NODAL, un portal dedicado exclusivamente a las noticias de América Latina y el Caribe. En la actualidad es columnista de TV en la cadena argentina C5N, en el programa “En la frontera” de PúblicoTV (España) y en programas de radio de las señales argentinas Radio10, La Red, La Tribu y LT9-Santa Fe. A lo largo de su trayectoria Brieger ganó importantes premios por su labor informativa en la radio y televisión argentina. Las opiniones expresadas en este comentario son propias del autor. Más artículos de opinión en CNNe.com/opinion
(CNN Español) – La crisis que sufre Brasil por el coronavirus se produce apenas un año y semanas después de que Jair Bolsonaro jurara como presidente el 1º de enero de 2019. En su primer mensaje ante el Congreso prometía “rescatar a Brasil” de las ideologías que habían dominado al país. Y cuando analizó la situación de la salud en ese discurso -hoy un tema central- aseguró que el “pueblo había sido abandonado”.
Durante la campaña electoral de 2018, Bolsonaro apareció como una novedad que salía de la marginalidad y podía capitalizar la insatisfacción respecto del establishment político y el Partido de los Trabajadores en el gobierno desde el 1º de enero de 2003.
Más allá de la desconfianza hacia su persona por parte de la inmensa mayoría de los partidos políticos nacionales históricos y del mundo empresarial, logró que lo apoyaran porque se había convertido en la única figura que podía derrotar al Partido de los Trabajadores y “salvar” al país de su continuidad al frente del Estado.
No es casual que el presidente apele de manera recurrente a su segundo nombre, “Mesías” (adoptado por él en una ceremonia en el río Jordán), para presentarse como “el salvador”, aunque hace poco reconoció que no hacía milagros.
Entre sus “garantes” estaba el juez Sergio Moro, que había logrado encarcelar a Lula da Silva y a quien Bolsonaro designó ministro de Justicia. Hoy Moro ya no lo acompaña y ambos están enfrascados en una dura pelea política y jurídica, de cara -tal vez- a las elecciones presidenciales de 2022. Moro no fue el único que lo abandonó. Este año se alejaron varios alcaldes, gobernadores, legisladores e incluso su ministro de Salud, Luiz Mandetta, que manifestó abiertamente su disconformidad con la estrategia del presidente para combatir el coronavirus.
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¿Qué pasó? ¿Será que la aparición del coronavirus desnudó la fragilidad intelectual y emocional de Bolsonaro para gobernar? Dicho en otras palabras: no es lo mismo salir de la marginalidad y ser un buen candidato para ganar elecciones, que enfrentar una crisis sanitaria que es también social y política.
Cuando Bolsonaro dice “quien no quiera trabajar que se quede en su casa”, deja a las personas libradas a su suerte como si fuera un simple observador de la realidad y no un presidente cuya responsabilidad es comandar al país.
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El gobernador de Sao Paulo, Joao Doria, al frente de la ciudad más importante y poblada de Brasil y quien llegó al cargo acompañando a Bolsonaro, no dudó en decir que Brasil tiene un presidente que no está con las facultades mentales en plenitud para poder liderar el país.
Y con el coronavirus en expansión, cabe preguntar: ¿es Brasil un cóctel explosivo?