(CNN) – Decir que Brasil vio las señales de advertencia sería un gran eufemismo.
En momentos en que el covid-19 crecía en Europa, golpeaba al primer ministro del Reino Unido y estrangulaba a la ciudad de Nueva York meses atrás, Brasil tuvo muchos avisos de que una catástrofe iba en camino. ¿Quedó ahogado el peligro por el megáfono de su grandilocuente presidente Jair Bolsonaro, que ha descalificado en repetidas ocasiones al virus como una “pequeña gripe”?
Brasil ostenta ahora el sombrío título del país con mayor cantidad de casos de covid-19 a nivel mundial después de Estados Unidos. Más de 25.000 personas murieron en Brasil por el virus, y algunos expertos sostienen que el índice de muertos podría quintuplicarse para agosto. Tanto los hospitales como los cementerios están siendo llevados al límite.
En todo el mundo, los ciudadanos están preguntando a sus gobiernos cómo los brotes locales se salieron de control. Pero en Brasil, donde el ministro de Salud en funciones es un general militar sin antecedentes en el tema de salud y el presidente asiste personalmente a las manifestaciones en contra del cierre de actividades, no está claro quién en el Gobierno federal podría siquiera dignarse a responder a la pregunta.
“¿Qué quieres que haga?”, le preguntó Bolsonaro a los periodistas el mes pasado. “No hago milagros”, agregó.
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Un puñado de casos
No siempre fue así. Cuando el virus letal comenzó a propagarse en China en febrero, Bolsonaro mostró una clara preocupación por la amenaza que representaba: aceptó solo de mala gana repatriar a los ciudadanos brasileños del entonces epicentro del coronavirus, la provincia de Hubei, supuestamente preocupado porque pusieran en peligro al resto del país.
La saga doméstica de Brasil con el virus comenzó oficialmente el 5 de marzo, con el anuncio del Ministerio de Salud de que “el escenario nacional ha cambiado”. Un total de ocho casos en São Paulo reportados en 10 días mostraron que el virus ya no era importado, la propagación comunitaria estaba en marcha.
La semana siguiente, gobernadores estatales comenzaron a actuar para contener la propagación del virus, cerrando negocios y suspendiendo actividades no esenciales en Río, Goias, São Paulo y el Distrito Federal. Pero sus precauciones levantaron una bandera roja para Bolsonaro.
“Cuando prohíbes el fútbol y otras cosas, caes en histeria. Prohibir esto y aquello no va a contener la propagación”, le dijo a CNN Brasil el 15 de marzo. “Deberíamos tomar medidas, el virus podría convertirse en un problema bastante serio. Pero la economía tiene que funcionar porque no podemos tener una ola de desempleo”, agregó.
Este se convirtió en el argumento que el presidente de “los negocios primero” ha repetido constantemente, incluso cuando la crisis de coronavirus evolucionó drásticamente a su alrededor: no se puede sacrificar la economía en aras de la salud pública.
La primera muerte
Bajo el sistema federal de Brasil, los funcionarios estatales y municipales tienen el poder de implementar medidas regionales, mientras que el Gobierno nacional supervisa asuntos más amplios.
En marzo, el Gobierno de Bolsonaro hizo su parte para prevenir la expansión del coronavirus: cerró Brasil al mundo exterior al definir el cierre de la mayor parte de las fronteras terrestres e impedir a extranjeros ingresar a través de vuelos internacionales. El ministro de Economía del país, Paulo Guedes, también anunció una importante medida de estímulo para financiar los programas de asistencia social y amortiguar la caída de las personas que perdían sus trabajos por el cierre.
Pero el virus ya se estaba propagando internamente. El 17 de marzo, funcionarios de la salud de Sao Paulo confirmaron la primera muerte por coronavirus, de un hombre de 62 años que había viajado a Italia.
Los esfuerzos de los gobiernos locales para erradicar el virus fueron criticados desde arriba: Bolsonaro ridiculizó las impopulares medidas de cuarentena y confinamiento.
“Nuestra vida debe seguir. Los trabajos deben mantenerse”, dijo Bolsonaro en un discurso del 24 de marzo transmitido por la televisión y radio nacional.
Bolsonaro también tuiteó videos de él mismo visitando distritos comerciales en Brasilia, alentando a la gente a que siguiera trabajando y promoviendo la cloroquina, medicamento que no había sido probado, como cura para el virus. El 29 de marzo, Twitter tomó la extraordinaria decisión de eliminar los mensajes.
Mientras tanto, historias de horror sobre el coronavirus iban surgiendo en otros lugares del continente. En Ecuador, la ciudad de Guayaquil vio cómo su lucha contra el virus quedó al desnudo en Internet a principios de abril, con vídeos y fotos en las redes sociales que mostraban cadáveres tirados en las aceras y abandonados frente a los hospitales.
1.000 muertes
Cuando el tiempo frío comenzó a instalarse en otoño, Bolsonaro volvió a tomar medidas para reforzar la economía y el sistema de salud pública.
Impulsó los fondos para las indemnizaciones para los trabajadores despedidos y firmó una ley para proporcionar tres meses de fondos de emergencia a los trabajadores pobres e informales del país. El Ministerio de Salud también anunció que registraría cinco millones de profesionales de la salud para reubicarlos en los estados más afectados para reforzar los sistemas de salud pública.
Pero sus palabras y acciones personales continuaban desmintiendo el trabajo de su Gobierno. El 9 de abril, imágenes mostraron al presidente con la cara descubierta en una panadería local, abrazando a sus partidarios y posando con la gente en desafío a los consejos de distanciamiento social. También se podía oír a las multitudes de fondo abucheando y gritando por las ventanas de los edificios de alrededor.
El país pasó las 1.000 muertes el 10 de abril.
5.000 muertes
Una serie de semanas desafiantes siguieron para el Ministerio de Salud de Brasil: el 16 de abril, luego de semanas de luchas internas y amenazas, Bolsonaro despidió a su entonces ministro de Salud, Luiz Henrique Mandetta. Él había sido uno de los principales impulsores del aislamiento social, apoyando las decisiones de los gobernadores de cerrar escuelas y comercios.
En una conferencia de prensa luego del despido de Mandetta, Bolsonaro alabó su trabajo, pero insistió que la economía y la salud en ese momento debían ser tratadas como dos enfermedades. “No puedes tratar una e ignorar la otra”, dijo, agregando que ya había discutido la necesidad de “reabrir gradualmente” con el ministro entrante, Nelson Teich.
El 28 de abril, Bolsonaro amplió la definición de negocios esenciales, añadiendo a la lista a los comercios minoristas, los servicios de alimentación, el transporte, los talleres de reparación de automóviles y los negocios de almacenamiento.
“Estábamos claramente en lados opuestos”, dijo Mandetta a Christiane Amanpour de CNN semanas después. “Pensaron que no iba a haber más de 1.000 (casos). Y yo creo que vamos a superar esto. Creo que Brasil puede llegar a ser uno de los países con mayor número de casos en el mundo”, añadió.
Para el 29 de abril, más de 5.000 personas habían muerto. Consultado por periodistas fuera de la residencia presidencial en Brasilia, el presidente pronunció las infames palabras “¿Y qué? Lo siento, pero, ¿qué quieres que haga?”.
Más tarde agregó: “Lamento la situación que estamos viviendo por el virus. Expresamos nuestra solidaridad a aquellos que han perdido a personas queridas, muchas de las cuales eran mayores. Pero eso es la vida, podría ser yo mañana”.
10.000 muertes
La tasa de infecciones se aceleró en mayo.
El 7 de mayo, Bolsonaro y Guedes publicaron una declaración insistiendo en que las medidas de cuarentena debían ser flexibilizadas o la economía podría colapsar. Dos días después, Brasil superó las 10.000 muertes por coronavirus.
La semana siguiente Bolsonaro volvió a ampliar la noción de servicios esenciales, esta vez sumando a los salones de belleza, barberías y gimnasios.
“Esta historia del cierre, cerrar todo, ese no es el camino (…). Ese es el camino a la derrota, a romper Brasil”, dijo a la prensa el 14 de mayo, el mismo día en que firmó un decreto que exime a los funcionarios públicos de responsabilidad por sus respuestas a la pandemia, a menos que una acción tenga un “elevado grado de negligencia, imprudencia o mala praxis”.
Al día siguiente, el nuevo ministro de Salud, Nelson Teich, renunció. Oncólogo de profesión, Teich ocupó el cargo menos de un mes, en el que supuestamente se enfrentó por la promoción de la cloroquina como tratamiento. Mucho más tarde, en una entrevista con la cadena de noticias Globo, parecería que Teich también criticó la noción de negocios esenciales en Brasil que cada vez se ampliaba más.
“El cuidado de la salud es absolutamente esencial. Obviamente”, dijo al medio brasileño el 24 de mayo. “¿Es esencial la belleza? No lo sé”, agregó.
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15.000 muertes
Después de tener dos expertos en medicina al frente del Ministerio de Salud y sin tener en vista el fin de la crisis, Bolsonaro cambió de rumbo. Eligió a Eduardo Pazuello, un general militar sin experiencia en medicina o salud pública, para liderar la lucha del país contra el coronavirus como ministro interino.
Brasil sobrepasó los 15.000 muertos el 16 de mayo. Ese día, Bolsonaro se sumó a otra manifestación fuera de su residencia oficial en Brasilia. El video transmitido en la página de YouTube de Bolsonaro lo mostró usando una mascarilla, estrechando manos e incluso cargando a varios niños.
El día siguiente, Brasil sobrepasó al Reino Unido y se convirtió en el tercer país del mundo con más casos de coronavirus.
20.000 muertes
En pocos días, Brasil subió de nuevo en los sombríos rankings, superando a la muy afectada Rusia con más casos confirmados de coronavirus que cualquier otro país del mundo, excepto Estados Unidos.
Para el 21 de mayo habían muerto 20.000 personas.
Esa noche, cuando Bolsonaro se detuvo en un carrito de perros calientes en Brasilia, su séquito atrajo a una mezcla de partidarios y manifestantes furiosos.
En un video difundido por medios locales se pudo escuchar a una mujer gritándole “¡asesino!”.
25.000 muertes
El miércoles, el Ministerio de Salud elevó el número de muertes en Brasil a 25.598.
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A lo largo de los últimos meses, el enfoque del Gobierno federal de proteger primero la economía se ha confirmado en gran medida con medidas para aliviar a las empresas e inyectar dinero en efectivo en la economía. Pero mientras que el Ministerio de Salud también ha apoyado los sistemas de salud estatales, el presidente ha socavado a los líderes locales encargados de gobernar sobre el comportamiento que propaga el virus.
“Con el ejemplo del presidente de Brasil, todo es más difícil para nosotros”, dijo el martes a Isa Soares de CNN Joao Doria, gobernador de Sao Paulo. “Sale a la calle sin mascarillas. Un comportamiento equivocado y una indicación equivocada. Esto es muy triste para Brasil y hace todo más difícil para los gobernadores de los estados de Brasil”, explicó.
La estrategia del líder populista parece haber sido dejar las decisiones impopulares a otros, mientras intenta ganar crédito entre sus seguidores, para quienes interpreta el rol del la persona común promoviendo “curas” no probadas contra el coronavirus y desafiándolos a violar las restricciones en las redes sociales.
Pero los ciudadanos que siguen su ejemplo pueden estar poniéndose en peligro. Cada día se diagnostican decenas de miles de nuevos casos, pero la adhesión a las normas de distanciamiento social parece estar disminuyendo. En Sao Paulo, por ejemplo, más del 60% de la población siguió inicialmente las pautas de permanecer en casa, según los funcionarios de la ciudad. La semana pasada, menos de la mitad se quedó en casa.
Bolsonaro ha comenzado recientemente a llamar a la lucha contra el virus una “guerra”, aunque sigue insistiendo en que el estancamiento económico perjudicará a Brasil más que el propio virus. En momentos en que el total de casos se acerca al medio millón, no está claro si algún número de tumbas podría revertir ese cálculo para él.
Con reportes de Taylor Barnes, Flora Charner, Claudia Dominguez, Helena DeMoura, Maija Ehlinger, Jonny Hallam y Jennifer Hauser en Atlanta. Shasta Darlington y Nick Paton Walsh reportaron desde São Paulo y Manaos. Escrito por Caitlin Hu en Nueva York.