Por Rodrigo Cervantes*
¿Podríamos convertirnos en una mejor sociedad si cambiamos nuestro vocabulario?
De acuerdo con lo “políticamente correcto”, así es. Si empleamos expresiones y palabras menos ofensivas, lograremos una mejor convivencia.
Pero la problemática es más profunda que el mero uso de la lengua.
El debate en torno a las migraciones contemporáneas es ejemplo de ello.
¿Cuestión de términos?
La forma de llamar a quienes han migrado de una nación a otra sin autorización oficial ha despertado uno de los “dimes y diretes” más interesantes en cuanto a cómo referirse a un grupo en particular.
Por una parte, hay quienes avalan el uso de “inmigrante ilegal”. Incluso la agencia noticiosa AP lo emplea y, dado que muchos medios en el mundo siguen su manual, es el término más común en el ámbito periodístico.
Pero es como en la política, que ser el más popular no es indicador de ser el más adecuado. Muchas organizaciones a favor de los derechos de estos grupos objetan a que se emplee. Argumentan que ninguna persona es ilegal pues, si acaso, son sus actos los que llegan a serlo.
Más criticado aún resulta emplear la palabra “ilegal” por sí misma para hablar de estas personas, ya que incluso es un error sintáctico (o sea, es un adjetivo y no puede actuar como sustantivo).
Ante ello, algunas agencias noticiosas y grupos de derechos humanos han propuesto terminología alternativa como: “inmigrante clandestino”, “migrante transitorio” o “inmigrante indocumentado” –el que más impera y el que más empleamos en la prensa hispana y de comunidades inmigrantes.
Pero incluso este término no se salva de la controversia, pues hay quienes consideran que muchos de estos inmigrantes llegan a sus destinos con documentos -visas y pasaportes- que al final expiran o no cumplen con su función.
Como sea, no es tanto el término y la precisión del mismo lo que molesta y genera controversia, sino cómo se emplea y el efecto nocivo que tiene.
Y de ahí viene la creencia de que se puede generar un ambiente de mayor armonía y tolerancia si se logran restringir las expresiones aparentemente maliciosas.
Fondo más que forma
“Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo”, decía el filósofo Ludwig Wittgenstein. Y, siguiendo con dicha premisa, ¿será que, cuando nos ponemos demasiado “políticamente correctos”, restringimos más nuestra realidad por limitar nuestro vocabulario?
El semiólogo y lingüista Umberto Eco puntualizó que el problema de lo “politically correct” es que “nació para promover tolerancia y reconocimiento de cualquier diferencia y aun así se está convirtiendo en una nueva forma de fundamentalismo” .
Es decir, ser políticamente correcto hace que las reglas en el cómo hablar sean más rígidas, pero eso no detiene la posibilidad de que haya discriminación, incluso al emplear nueva terminología.
En otras palabras, discriminar es un problema más de fondo que de forma pues de nada sirve usar nuevas expresiones si, al final, la intención es la misma.
Por ello, ¿qué diferencia hace llamar a una persona “inmigrante ilegal” o “indocumentado” si aun así se le trata como a un criminal o se le rechaza por tener diferencias étnicas, raciales, linguísticas o culturales?
Falta de profundidad
En la agenda pública, particularmente en Estados Unidos, hablar de migración se ha vuelto tan “políticamente correcto” que se llega a evadir el tema o se involucran a personajes inadecuados en el debate.
Por una parte, hay casos de medios que prefieren no tocar el asunto de la inmigración por no querer tomar posturas o para no herir susceptibilidades en su audiencia. Pero ello viola la responsabilidad periodística de informar, investigar y exponer los problemas de nuestra sociedad.
También hay medios que, en aras de “balancear su información”, consultan a fuentes incorrectas: voces antiinmigrantes, xenofóbicas y racistas que de esta forma logran hacer públicas sus posturas radicales. Para que se entienda mejor, es como si en pleno movimiento de los derechos de los afroamericanos se consultara al Ku Klux Klan como fuente confiable y veraz.
Por ello, es indispensable que el debate actual en torno a la migración se aleje más del lenguaje y se acerque más al sujeto.
El inmigrante indocumentado –o como se le quiera llamar- está condenado actualmente a que se juzgue sin entender su contexto. A él se le adjudican problemas en la economía pero se dejan a un lado sus aportaciones. A él no se le incluye ni siquiera en la discusión por no ser ciudadano, por ser ser pobre o por simplemente ser fugitivo de su realidad.
Por ello, aunque sin duda es importante la cautela en el uso de palabras, más relevante debe de ser que se logre una mejor comprensión de la problemática para hallar soluciones realistas.
Más allá de la palabra que se emplee, está el ser humano que la encarna.
*Nota del editor: Rodrigo Cervantes, periodista mexicano, es editor general de MundoHispánico, el periódico en español más grande y antiguo de Atlanta, EE.UU. Recientemente recibió un galardón de la Asociación Nacional de Publicaciones Hispanas (NAHP) por su trabajo como columnista.]
(Las opiniones expresadas en este artículo corresponden exclusivamente a Rodrigo Cervantes)