Por Charles Garcia*
(CNN) — La semana pasada, en sus primeros días como mánager de los Miami Marlins, Ozzie Guillén, nacido en Venezuela, le dijo a la revista Time, “Amo a Fidel Castro”. Y añadió: “¿Saben por qué? Mucha gente ha querido matar a Fidel Castro desde hace 60 años, pero ese desgraciado sigue aquí”.
El nuevo parque de beisbol de $634 millones de dólares de los Marlins se encuentra en la Pequeña Habana, y sin asombro alguno, las palabras de Guillén prendieron una poderosa carga de emociones y enojo de los cubano-americanos. Desde entonces, Guillén se ha disculpado y ha recibido su castigo: cinco juegos de suspensión.
Y para muchos, eso fue todo. Después de todo, algunos dicen que Guillén, legendario por sus metidas de pata al hablar, solo estaba de bocón. Michael Baumann lo explicó de esta manera: “No puedo creer que a alguien le importe lo que Ozzie Guillén piense de un dictador extranjero. El béisbol no debería de ponerse en el plan de restringir el discurso político”.
Guillén se una a la larga lista de personas en posiciones poderosas en los deportes que dicen cosas ofensivas: la lengua ácida de Marge Schott, ex propietaria de los Rojos de Cincinatti, llegó incluso a alabar a Hitler.
Pero tildar las palabras de Guillén como inconsecuentes, tan absurdas que no merecen un análisis más profundo, es ignorar la profundidad y la pasión de los cubanos que viven en este país no como inmigrantes, sino como exiliados.
Un cruel dictador echó a los cubano-americanos de Cuba. Es por ello que su visión de Castro está impregnada de memorias violentas y trágicas, y por una profunda apreciación por las libertades de las que ahora gozan en los Estados Unidos, el hecho de que una figura pública haya hecho público su respeto, incluso su amor por Castro, es despreciable.
Se ha llegado a solicitar la renuncia de Guillén, se han lanzado amenazas de boicot para los juegos de los Marlins y en Miami continúa la cobertura constante del caso que parece haber cobrado fuerza luego de que Guillén echara a perder una disculpa pública al decir que todo se debió a un problema de comunicación debido a su mal inglés.
En medio del furor, algunos jugadores de las Grandes Ligas se abstuvieron de hacer algún comentario por miedo a repercusiones en Cuba. Livan Hernández, lanzador de los Bravos de Atlanta que salió de Cuba hace 17 años, no quiso arriesgarse a decir una opinión, es así de fuerte su miedo a Castro. “No hablo de política”, dijo Hernández. “Aún tengo familia ahí”.
Dan Le Batard, periodista del Miami Herald, explicó: “Sin entrar en comparaciones de atrocidades … para los cubano-americanos, él es nuestro Hitler”.
Los cubanos de mayor edad todavía recuerdan con gran dolor los infames paredones de Castro, o sus escuadrones de tiradores, con los que sometió, al principio de su revolución, a miles de sus enemigos. Como lo documentan los reportes de Amnistía Internacional, el terror, la tortura y la represión que los cubanos siguen experimentando bajo el brutal régimen de Castro parece no tener fronteras. Los activistas que están en contra del régimen son apresados en centros de detención y son sometidos a “interrogatorios, intimidación y amenazas. También se han reportado palizas durante esas detenciones”.
El reconocido doctor cubano-americano Bernie Fernández, director ejecutivo de la Clínica Cleveland en Florida, recordó que cuando tenía cinco años y aún vivía en Cuba, su padre Bernardo, también doctor, se desilusionó del régimen de Castro y pidió permiso para emigrar. Ese simple acto era considerado como traición e inmediatamente fue enviado al campo de trabajos forzados por tiempo indefinido.
La policía cubana hizo un inventario de las posesiones de la familia, tomó posesión de ellas oficialmente, y Bernie, su mamá y su hermana fueron forzados a sobrevivir por sí mismos. Siete años después liberaron a Bernardo. En 1973, cundo Bernie tenía 12 años, la policía de Castro les hizo otro inventario antes de dejarlos salir de Cuba.
A Bernie Fernández se le hace un nudo en la garganta al recordar cómo subió al avión en una camiseta y pantalones hechos de un saco de papas. La familia llegó a España sin un centavo. Fernández llegó finalmente a Miami, en donde peleó por aprender inglés y por hacer algo por sí mismo. “Nuestra experiencia”, dice ahora, “fue leve comparada con otros millones de cubano-americanos”.
Los insensibles comentarios de Guillén y la reacción explosiva que le siguió de parte de los cubano-americanos ha expuesto una vena dolorosa en la experiencia hispana de Estados Unidos. Y esa vena no debería de ser ignorada.
Cuando Schott emitió sus comentarios racistas, la suspendieron dos temporadas y al final la forzaron a vender a los Rojos de Cincinnatti. Ella será recordada como una anti-semita intolerante.
En ese marco, la suspensión por cinco juegos de Guillén casi no parece justa. Castro no es Hitler, pero el que Le Batard haya dicho que Castro es “nuestro Hitler”, sentimiento compartido por varios exiliados, apunta que la forma en la que los cubano-americanos se sienten por Castro es muy parecida a la manera en la que los judíos se sienten por Hitler.
También apunta hacia la lamentable falta de entendimiento de parte de los estadounidenses, los que desechan las palabras de Guillén junto con la reacción de los exiliados cubanos hacia ellos como irrelevantes, acerca de la experiencia cubano-americana, en contra del entendimiento que tienen los propios estadounidenses acerca de la experiencia judía. De hecho, si Guillén hubiera expresado su amor y respeto por Hitler en lugar de Castro, su castigo hubiera sido inmediato y severo, y nadie hubiera tomado su declaración como irrelevante.
Las palabras de Guillén fueron un insulto para todos los estadounidenses amantes de la libertad, no solo para los cubano-americanos. Y para los que digan lo contrario, les diría que tiene que haber una llamada de atención hacia la experiencia trágica y dolorosa del exilio de los cubanos.
Una llamada de atención de ese tamaño haría que hubiera un mejor entendimiento de lo que significa ser cubano-americano y lo que significa ser estadounidense, y provocaría una mejor apreciación por las libertades que muchas veces tomamos por sentado en este país. Libertades que Castro, el amado de Guillén, arrebató tan despiadadamente a sus compatriotas.
*Nota del Editor: Charles Garcia es presidente de García Trujillo, una empresa enfocada en el mercado hispano, y autor de “Leadership Lessons of the White House Fellows”. Oriundo de Panamá, vive en Florida. Puedes seguirlo en Twitter en @charlespgarcia.
Las opiniones recogidas en este texto pertenecen exclusivamente a Charles Garcia