Por Mauricio Torres
Ciudad de México (CNNMéxico) — Las cuatro horas que Carlos Fuentes dedicaba cada mañana a escribir lo convertían en “el ser más feliz del mundo” porque le recordaban que las palabras eran su “razón de ser”.
Con 83 años y decenas de libros publicados —novelas, ensayos y cuentos—, Fuentes no sentía que le faltara algo por hacer en su carrera, aunque afirmaba que trataba de explotar los días al máximo.
“Yo sé que sólo hay una vida, años contados, de manera que trato de aprovechar el tiempo que tengo, me cuesta mucho desperdiciarlo. He conocido demasiados escritores, entre comillas, mexicanos y latinoamericanos, que creían que sentarse en un café y hablar de literatura era hacer literatura. No, la literatura exige disciplina, exige un horario, exige sentarse a hacer las cosas”, dijo en entrevista con CNNMéxico en diciembre pasado.
Su labor diaria, decía Fuentes, consistía en prepararse él mismo el desayuno, bañarse y escribir entre las 8 de la mañana y 12, una rutina que no le resultaba un “trabajo laborioso” sino “un placer muy grande”.
“Soy dueño de un mundo, precisamente; creo un universo que puede ser bueno o malo, (pero) me satisface a mí como expresión y esto haré hasta el último día de mi vida”, dijo.
El ganador del Premio Cervantes en 1987 y autor de las novelas La región más transparente, La muerte de Artemio Cruz y Aura, entre otras, murió este martes en la Ciudad de México. Sus últimas obras publicadas fueron el libro de cuentos Carolina Grau (2010) y el ensayo La gran novela latinoamericana (2011).
Escribía a mano porque los “aparatos”, como la máquina de escribir o la computadora, le quitaban tiempo y sensibilidad al momento de crear.
“Tengo la costumbre cervantina de escribir a mano. No sé usar ningún aparato, pierdo mucho tiempo corrigiendo, se me van las cosas, se separan, qué lata… No, yo escribo a mano, con pluma, en cuadernos; luego, tengo gente que me ayuda a pasarlo en máquina y llevarlo a la imprenta, pero yo no sé escribir si no es con una pluma y un papel, y de una manera sensual, directa, olfativa, que no me da ningún otro medio”, dijo.
Embajador en Francia en la década de 1970, crítico de los actuales candidatos a la presidencia mexicana y considerado como uno de los narradores latinoamericanos más ambiciosos, Fuentes sostenía que la función social de la literatura y los escritores era preservar la lengua.
“En el sentido profundo, ¿para qué sirve la literatura? La respuesta es para conservar la lengua, para darle vida al idioma, para que no se pierda el idioma, esto para mí es importantísimo porque desde el momento en que ya no sabemos hablar, tampoco sabemos actuar, ni amar, ni hacer política, ni nada”, dijo.
“Entonces, es una función primordial, que a veces aparece vaga, lejana, pero yo se lo aseguro como escritor, que cada mañana me levanto y digo: ‘Estas palabras son mi razón de ser’. Y mi razón de ser es mantener el lenguaje y el lenguaje es privado, mío, imaginativo, pero en el momento en que lo publico se vuelve un lenguaje público, y a eso contribuimos a la sociedad”.