Por Charles García, especial para CNN
Nota del editor: Charles García es presidente de García Trujillo, una empresa enfocada en el mercado hispano, y autor de “Leadership Lessons of the White House Fellows”. Oriundo de Panamá, vive en Florida. Puedes seguirlo en Twitter en @charlespgarcia.
(CNN) – Hoy se cumplen 508 años de la muerte de Cristóbal Colón.
¿Todo el mundo conoce la historia de Colón, no? Un explorador italiano de Génova que zarpó en 1492 para enriquecer a los reyes de España con oro y especias de oriente… Pues no.
Durante mucho tiempo, los historiadores ignoraron la gran pasión de Colón: liberar Jerusalén del dominio musulmán.
En tiempos de Colón, los judíos fueron objeto de una persecución religiosa. El 31 de marzo de 1492, el rey Fernando y la reina Isabel decretaron la expulsión de los judíos de España. El edicto estaba dirigido a los 800.000 judíos que no se habían convertido y les daba un plazo de cuatro meses para hacer las maletas y marcharse.
Los judíos que, obligados, renunciaron a su fe y se convirtieron al catolicismo se llamaban “conversos”. También hubo unos que fingieron haberse convertido y practicaban externamente el catolicismo pero ocultamente seguían las prácticas judías. Eran los llamados “marranos”.
Decenas de miles de “marranos” fueron torturados por la Inquisición española. Fueron presionados para dar los nombres de sus familiares y amigos, que luego eran amarrados a estacas y quemados vivos. Sus tierras y posesiones eran luego divididos por la Iglesia y la Corona.
Recientemente, varios investigadores españoles, como José Erugo, Celso García de la Riega, Otero Sánchez y Nicolás Días Pérez concluyeron que Colón era un “marrano” que tuvo que renunciar a la práctica externa de su religión ante la brutal limpieza étnica que se llevó a cabo.
Colón firmó su último testamento el 19 de mayo de 1506 en el que incluía cinco curiosas y reveladoras cláusulas.
Dos de sus disposiciones, entregar una décima parte de sus ingresos a los pobres y dar una dote anónima a niñas pobres, eran tradiciones judías. También dispuso dar dinero a un judío que vivía a la entrada del Barrio Judío de Lisboa.
En esos documentos, Colón utilizaba una firma triangular de puntos y letras similar a las inscripciones encontradas en lápidas de cementerios judíos en España. Ordenó a sus herederos utilizar la firma a perpetuidad. Según “La Historia de los Marranos”, del historiador británico Cecil Roth, el anagrama era una versión críptica del kadish, una oración recitada en la sinagoga por los dolientes tras la muerte de un ser querido. Por tanto, este subterfugio de Colón permitió a sus hijos rezar el kadish por su padre cuando murió. Finalmente, Colón dejó dinero para apoyar la cruzada que esperaba sus sucesores realizaran para liberar la Tierra Santa.
Estelle Irizarry, una profesora de lingüística de la Universidad de Georgetown, analizó el lenguaje y la sintaxis de cientos de cartas, diarios y documentos manuscritos de Colón y llegó a la conclusión de que el idioma principal del navegante, tanto escrito como hablado, era el castellano. Irizarry explica que el castellano del siglo XV era el “yiddish” de la judería española, conocido como “ladino”. En la parte superior izquierda de todas las cartas de Colón a su hijo Diego, excepto en una, aparecen manuscritas las letras bet-hei, que significan b’ezrat Hashem (con la ayuda de Dios). Los judíos practicantes han utilizado esta bendición en sus cartas durante siglos. Ninguna carta a otras personas tenía esta marca, y la única carta dirigida a Diego en la que se omitió fue en una que era para el rey Fernando.
En su libro de “Sails of Hope”, Simon Weisenthal sostiene que el viaje de Colón estuvo motivado por un deseo de encontrar un lugar seguro para los judíos tras su expulsión de España. Asimismo, la antropóloga de la Universidad de Stanford Carol Delaney concluye que Colón era un hombre profundamente religioso cuyo objetivo era navegar a Asia para conseguir oro y financiar una cruzada para recuperar Jerusalén y reconstruir el Templo de los judíos. En tiempos de Colón, los judíos creían que Jerusalén debía ser liberada y el Templo reconstruido para el retorno del Mesías.
Los expertos apuntan a la fecha en que partió Colón como una prueba más de sus verdaderos motivos. Originalmente iba a zarpar el 2 de agosto de 1492, que casualmente coincidía con la festividad judía de Tisha B’Av, que conmemora la destrucción del primer y segundo Templo de Jerusalén. Colón pospuso un día la partida para evitar salir en esa festividad, ya que los judíos lo consideraban de mala suerte (casualmente o a propósito, zarpó el mismo día en que los judíos, por ley, tenían que decidir entre convertirse, marcharse de España o morir).
El viaje de Colón no fue, como se cree comúnmente, financiado por la reina Isabel, sino por dos judíos conversos y un judío. Louis de Santángel y Gabriel Sánchez anticiparon un préstamo sin intereses de 17.000 ducados de su propio bolsillo para pagar el viaje, al igual que Don Isaac Abrabanel, rabino y estadista judío. De hecho, las dos primeras cartas enviadas por Colón durante su viaje no fueron para Fernando o Isabel, sino para Santángel y Sánchez, dándoles las gracias por el apoyo y contándoles lo que había encontrado.
Estas evidencias dan una imagen más compleja del hombre al que nuestro país dedica un día feriado y que ha dado su nombre a la capital.
Mientras el mundo ve correr sangre por violencia en nombre de la libertad religiosa, vale la pena fijarse en el hombre que surcó los mares en busca de esas libertades y que terminó llegando a un lugar que terminaría convirtiendo esa libertad en uno de sus valores centrales.
(Las opiniones expresadas en este artículo corresponden exclusivamente a Charles García)