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(CNN) — Jan Petter Vala, sentenciado a prisión por homicidio, tiene manos del tamaño de un plato y hombros como los de un buey. Hace algunos años, en una riña producto del alcohol usó su fuerza para estrangular a su novia hasta matarla. Sin embargo, hace unos días, en esta prisión que se parece a un camping de verano en medio de una isla al sur de Noruega, donde los convictos tienen la llave de sus dormitorios y no hay guardias armados, Vala usó sus mismas manos enormes para ayudar a traer vida al mundo.

El asesino de 42 años estuvo atendió a una vaca para dar a luz a un ternero. Lloró cuando nació el ternero, dice, y mientras limpiaba la cara del recién nacido para que pudiera dar su primer respiro. Después de esto, Vala llamó a su madre para compartir la buena noticia. “Le dije a mi familia que ahora soy padre”, dijo, radiante de orgullo.

Éste es el tipo de cambio drástico, de asesino enfurecido a gigante partero gentil, que los funcionarios de correccionales de Noruega esperan crear con esta prisión controversial, única en su estilo.

Fundada en 1982, la prisión Bastoy está ubicada en una isla de una milla cuadrada cubierta de pinos y rodeada de costas rocosas, con vistas al océano dignas de una postal. Parece más un centro de vacaciones que una cárcel y los prisioneros gozan de libertades, impensables en cualquier otro lugar.

Hay una playa donde los prisioneros toman sol en el verano, pescan en lugares ideales, y aprovechan la sauna y las canchas de tenis. Algunos de los 115 prisioneros de la prisión, todos hombres que cumplen condena por homicidio, violación, tráfico de heroína, entre otros delitos, se hospedan en cabañas de madera, pintadas en rojo cereza. Van y vienen a su antojo. Otros viven en La casa grande, una mansión blanca en la montaña que, desde su exterior, se parece a una residencia universitaria. Hay un pollo en el sótano, dice un guardia, que proporciona huevos frescos para los internos. Cuando usted le pregunta al cocinero qué hay para cenar, responde con opciones de menú como “pescado en salsa con camarones” o “pollo, carne de res o salmón”.

Muchos pagarían para vacacionar en un lugar así. A primera vista, todo esto probablemente resulte indignante. ¿Estos hombres no deberían ser castigados? ¿Por qué tienen acceso a todos estos privilegios cuando otros viven en pobreza?

Pero si el objetivo de la cárcel es cambiar a las personas, entonces Bastoy parece funcionar. “¿Qué hay de malo si hemos creado un campamento para delincuentes?”, pregunta Arne Kvernvik Nilsen, gobernador de la prisión y psicólogo. “Deberíamos tratar de reducir el riesgo de reincidencia, porque si no, ¿qué sentido tiene el castigo, excepto favorecer el lado más primitivo del ser humano?

Un 20% de los prisioneros condenados a las prisiones de Noruega reincidieron en sus delitos a menos de dos años de haber sido liberados, según un reporte 2010 ordenado por los gobiernos de distintos países nórdicos. En Bastoy, esa cifra es más baja aún, dicen los funcionarios: aproximadamente un 16%.

Compare esta cifra con la tasa de reincidencia de tres años en las prisiones estatales de Estados Unidos: un 43%, según el reporte 2011 de Pew Center sobre los estados, un grupo de investigación independiente. Los reportes de gobiernos anteriores hablaban de cifras más altas aún.

Ryan King, director de investigación de Pew y autor del último reporte del grupo, dice que es difícil comparar las tasas de reincidencia de un estado a otro, y mucho menos de país a país. En vez de enfocarse en las cifras, dice, el enfoque debería hacerse en lo que está haciendo (o no) un país para abordar las tasas de reincidencia.

Aún así, Bastoy es controversial aún para los académicos. Irvin Waller, presidente de la Organización Internacional de Asistencia a la Víctima y profesor de la universidad de Ottawa, dijo en un correo electrónico que la relativa comodidad de una prisión no tiene efecto alguno en la reincidencia de los internos cuando son liberados. “La clave no es tanto qué pasa en la prisión, sino qué pasa cuando las personas son liberadas”, dice.

Pero los funcionarios de esta prisión sostienen que sus métodos hacen la diferencia, y que les dan seguimiento a través de programas luego de la puesta en libertad. La meta de Bastoy no es castigar o buscar la venganza, dice Nilsen. El único castigo es quitarle al prisionero el derecho a ser un miembro libre de la sociedad.

La vida en Bastoy

Para entender la filosofía noruega con respecto a las prisiones, primero hay que entender cómo se desarrolla la vida en una prisión de baja seguridad como Bastoy. Hay pocas reglas aquí. Los prisioneros pueden tener televisores en sus cuartos, siempre que los traigan de “afuera” cuando reciben la sentencia. Usan la ropa que quieran: mezclilla, playeras. Ni los guardias usan uniforme, por lo que es imposible distinguir a un funcionario de un traficante de drogas. Todos trabajan en Bastoy, y los prisioneros deben asistir a su trabajo de 8:30 de la mañana a 15:30 de lunes a viernes. Algunos son jardineros, otros granjeros. Algunos talan árboles y juntan leña para las chimeneas. Todos se mueven libremente durante estas tareas. Los guardias están presentes a veces, pero no siempre. Nadie usa grilletes o brazaletes electrónicos de monitoreo.

La idea es que la prisión funcione como un pequeño pueblo autoustentable. Los internos reciben un sueldo por su trabajo. Cincuenta y nueve coronas noruegas por día, aproximadamente 10 dólares. Pueden ahorrar ese dinero o gastarlo en la tienda local. Además, reciben 125dólares por mes para su comida. Los internos que trabajan en la cocina sirven la cena a los residentes de Bastoy todos los días. Para el desayuno y el almuerzo, los internos usan su dinero y realizan compras en la tienda local para cocinar en su casa. Muchos viven en pequeñas casas con cocinas totalmente equipadas.

El objetivo, dice Nilsen, es crear un entorno donde las personas puedan construir su autoestima y reformar sus vidas. La prisión, dice Nilsen, les da la posibilidad de ver que son valiosos, “de descubrir que no soy tan mala persona”. En las prisiones cerradas, los internos son tratados como “animales o robots”, dice, pasando de un lugar a otro sin poder decidir dónde estar. Aquí, se obliga a los internos a tomar decisiones, a aprender cómo ser mejores personas.

Sin duda, los prisioneros aprecian este enfoque. Kjell Amundsen, un hombre de 70 años que dice que está en prisión por un delito financiero, estaba aterrorizado el día que abordó el ferry a Bastoy. Hace algunos días, limpiaba el vivero mientras sonaba Imagine, de John Lennon, en la radio. “Creo que es maravilloso estar en una prisión como ésta”. Piensa seguir con este trabajo una vez que cumpla su condena. “Cuando salga, viviré en un departamento, pero estoy convencido de que debería tener un jardincito”, dice. Algunos prisioneros van a clases en un edificio al estilo bávaro cerca en el centro de la isla. Una tarde de hace algunos días, tres jóvenes aprendían a usar programas de computación para crear modelos de automóviles en 3-D. Todos dicen que están interesados en seguir con este trabajo una vez que salgan de prisión.

Tom Remi Berg, un hombre de 22 años que dice que está preso por tercera vez luego de una riña en un bar y de golpear a un hombre hasta casi matarlo, dijo que finalmente está aprendiendo la lección en Bastoy. Trabaja en la cocina y tiene planeado formarse como chef cuando salga de prisión. También toca en la banda de blues de la prisión y vive con sus compañeros de la banda.

Si se escapa, llame por favor

Los prisioneros tienen que presentarse ante las autoridades varias veces al día para que los guardias sepan que siguen en la isla. Solo necesitarían robar uno de los botes de la prisión para cruzar el canal, dicen muchos internos. Sería relativamente fácil escapar. En el pasado, algunos prisioneros trataron de escapar. Uno nadó hasta la mitad del canal y se enredó con una boya. Comenzó a gritar para que lo rescataran, dicen los funcionarios de la prisión. Otro logró cruzar el canal con un bote robado, pero fue detenido del otro lado. Sin embargo, muchos no quieren escapar. Si lo intentan y no lo logran, serán trasladados a una prisión de mayor seguridad y sus sentencias podrían extenderse.

Cuando los internos llegan a la prisión en la isla, el gobernador Nilsen les da una plática. En ella dice, entre otras cosas: Si ustedes se escapan y logran llegar a tierra, por favor busquen un teléfono y llamen para saber que están bien y “para que no tengamos que enviar a la guardia costera a buscarlos”.

Este tipo de confianza podría parecer sorprendente o ingenua desde afuera, pero es la base de la existencia de Bastoy. Solo tres o cuatro guardias custodian de noche la isla con este grupo de hombres condenados por delitos graves. Si los guardias llevaran armas (cosa que no hacen), esto podría motivar a los internos a llevar armas también, dice Nilsen. Para complicar más la situación de seguridad, algunos internos, mientras se acerca la fecha de su libertad, tienen permiso para dejar la isla durante el día para asistir a clases. Se espera que regresen a su libre albedrío.

Los internos son controlados para ver que estén estables mentalmente y que no vayan a planear un escape antes de llegar a Bastoy. La vasta mayoría, el 97%, según Nilsen, ha cumplido parte de sus sentencias en prisiones de mayor seguridad en Noruega. En los cuatro años en que Nilsen ha dirigido la prisión, no ha habido incidentes de violencia “serios”, dice. Cuando llegan a Bastoy, los internos ven la isla como un alivio.

“Sigue siendo una prisión”

Hay una pregunta que se les hace frecuentemente a los internos: ¿Cuándo termine su sentencia, querrá irse? La respuesta, a pesar de las buenas condiciones, es siempre un enfático sí. “Sigue siendo una prisión”, dice Luke, de 23 años.

Hay solo 3,600 personas en prisión en este país, en contraste con 2.3 millones en Estados Unidos, según el Bureau of Justice Statistics. En relación con su población, Estados Unidos tiene aproximadamente 10 veces más internos que Noruega. Más del 89% de las sentencias a prisión de Noruega son por menos de un año, dicen los funcionarios. En las prisiones federales de Estados Unidos, las sentencias más largas son mucho más comunes, con menos de un 2% de los internos que cumplen condenas de un año o menos, según el Federal Bureau of Prisons. Algunos investigadores apoyan los esfuerzos de Noruega para relajar las sentencias. Piense en una prisión como si fuera el trabajo de un padre formando a su hijo y comienza a tener sentido, dice Mark A.R. Kleiman, profesor de políticas públicas de UCLA y autor de When Brute Force Fails.

“En Estados Unidos, si el sistema de justicia criminal fuera un padre, diríamos que es abusivo y negligente”. Kleiman dice que las víctimas tienen derecho a ver a los delincuentes castigados. Pero en Noruega, un país con uno de los estándares de vida más altos del mundo, la permanencia en una isla que se parece a un lugar de vacaciones puede sentirse como un castigo para muchos, dice.

La investigación también sugiere que los programas como Bastoy que capacitan a los internos para su transición de regreso al mundo libre ayudan a los prisioneros a readaptarse.

“Hay extensa evidencia de que la rehabilitación funciona mucho mejor que el castigo para reducir las posibilidades de reincidencia”, dice Gerhard Ploeg, asesor senior del Ministerio de Justicia, que supervisa el sistema correccional de Noruega. “Todo se hace en pos de la reintegración”, agrega. “No se va a encontrar un día parado en la calle con la bolsa de plástico con la que ingresó a la prisión”.

Un asesinato masivo desafía el sistema

Las políticas inusuales de las prisiones noruegas han estado bajo la mira internacional luego de una serie de bombas y asesinatos durante el año pasado, en los cuales murieron 77 personas, entre ellas niños. Existe la posibilidad, si bien es mínima, de que Anders Behring Breivik, que confesó ser el autor de estos crímenes, cumpla su condena en Bastoy, una de las prisiones abiertas de Noruega, dice Nilsen. Es más probable que Breivik sea enviado a muchas de las prisiones “cerradas” de Noruega, que se parecen mucho más a las prisiones
estadounidenses.

También podría quedar en libertad algún día. Noruega tiene una sentencia máxima de 21 años, que pueden extenderse solo cuando un interno se considera una amenaza real e inminente para la sociedad. El país espera que casi todos los prisioneros se reintegren a la sociedad, lo cual influye en sus esfuerzos para crear un ambiente de prisión que reduce las tasas de reincidencia.

“Lo que deberíamos preguntarnos es, ‘¿Qué tipo de persona quiero como vecino?”, dice Ploeg. “Aún así, es probable que la sentencia de Breivik se extienda al punto de que pasará el resto de su vida en una prisión de alta seguridad, dice. O podría quedar bajo cuidado psiquiátrico de por vida. El caso de Breivik desafía a un sistema que espera poder adaptarse para todos. El caso ha provocado niveles inusuales de ira poco característica de Noruega, que se jacta de ser un centro de mediación de conflictos y de derechos humanos, un lugar que es sede de la ceremonia del Premio Nobel de la Paz y tiene uno de los mejores estándares de vida en el mundo.

El control de la ira

Bjorn Ihler, un joven de 20 años que pudo escapar al tiroteo de Breivik sumergiéndose en el océano con dos niños mientras las balas volaban hacia ellos, dice, “es muy importante que no dejemos que este terrorista cambie nuestra manera de pensar y la manera en la que funcionan las cosas”.

“El sistema penitenciario de Noruega se basa en el principio de lograr la reintegración de los delincuentes a la sociedad, y de alejarlos de su vida delictiva, y que obtengan trabajos normales”, dice. No sabemos cómo se sentiría si Breivik fuera liberado, pero quisiera que el sistema funcionara como siempre. “Por lo tanto, las prisiones deben estar más enfocadas en llevar a las personas a un lugar donde sean capaces de llevar una vida normal, lejos del delito. Y es la mejor manera de preservar la sociedad del delito, creo”.

Mirar al futuro

Estos esfuerzos intentan ayudar a personas como Vala, el gigante gentil que estranguló a su novia, a prepararse para su reinserción en la sociedad cuando se cumpla sus 10 años de condena. Luego de asistir en el nacimiento de un ternero, dice Vala, se apoyó en la cerca próxima al corral de la vaca y reflexionó sobre su vida y la muerte que lo trajo a este lugar. No se le pasó por alto el hecho de que había usado sus manos para terminar con una vida y para ayudar a otra a empezar. “Me quedé allí por seis horas”, dijo. “Era muy bello”.

La noche en que asesinó a su novia, dice Vala, se cegó y recién se dio cuenta de lo que había hecho cuando su novia ya estaba muerta. “Nunca peleamos”, dice. “Por eso no sé qué pasó”. Se sintió indefenso y fuera de control cuando tomó conciencia de lo que había hecho.

Pero ahora está tratando de recuperarse. Decidió dejar de beber para siempre. Y cuando trabaja con animales, dice, siente que lo invade una nueva calma. Es un cambio que también han notado los guardias. Sigurd Vedvik dice que conoció a Vala cuando cumplía la primera parte de su sentencia en una prisión de alta seguridad. Vedvik estaba estudiándolo para ver si podía ingresar a Bastoy. Vala apenas podía comunicarse. Parecía destruido. “Cuando llegó aquí, temía a muchas personas”, dice Vedvik, que se considera más un maestro o un trabajador social que una persona que se encarga de la seguridad.

Ahora Vala ha hecho amigos. Habla más. Se hace cargo de las vacas que tiene a su cuidado. Les acaricia el cuello con ternura como si temiera lastimarlas. Cuando Vala salga de Bastoy, tiene planes de ingresar en el negocio de la construcción y esperar encontrar el modo de seguir trabajando con animales. “Estoy tratando de pensar en mi futuro”. Es algo que no podía hacer antes del asesinato. Y fue necesaria una prisión elegante, con ganado y caballos, para que llegara a este estado.