CNNE c3150082 - 120711011947-orig-ideas-uncanny-valley-00004517-story-top

(CNN) — ¿Qué tienen en común los zombies y los androides? Son casi humanos, pero no del todo. Esta desconexión resulta espeluznante, en una forma que los científicos buscan entender.

El “valle inquietante” es un concepto para describir cómo, a medida que la apariencia de un robot se vuelve más y más humana, no siempre respondemos a esto más positivamente. Por el contrario, hay un punto en la escala del robot hacia el humano donde sentimos repulsión. Si es mecánico, pero no enteramente humano, el robot parece inquietante.

¿Por qué será? Tendría sentido que a medida que el parecido a un humano aumenta en un robot, también aumentaría nuestra comodidad. Pero en una gráfica que muestra esa relación, hay un “valle” donde esta familiaridad se sumerge en lo siniestro, y luego vuelve a subir con características más humanas.

Puedes haber experimentado este sentimiento mientras veías películas animadas que incorporan formas parecidas a los humanos. También es la razón por la que podrías asustarte con payasos o con fotografías de personas con cirugías plásticas extremas que ya no se ven reales. Nuestros cerebros llegan a un callejón sin salida cuando ven algo que se parece a un miembro de nuestra especie, pero simplemente no cumple con los estándares.

Algunos animadores eluden la cuestión. Por ejemplo, en la película Wall-E, el personaje principal tiene ojos, pero no es muy parecido a los humanos; es claramente un robot. Su amiga, Eva, es una forma blanca con ojos. Ambos expresan claramente emociones, pero no tratan de imitar la forma humana. Y HAL de 2001: Odisea en el espacio, es sólo un ojo de cámara rojo, pero también transmite sentimientos.

Pero cuando es más humanoide, las cosas se ponen extrañas. Por ejemplo, algunos críticos fueron intimidados por los personajes en la película El Expreso Polar.

Luego están los Na’vi en Avatar, que tienen varias características físicas humanas, además de sus características especiales y colas. Pero también son azules, lo que crea un sentimiento de “otredad” que pudo haberlos hecho menos desagradables para los espectadores; en otras palabras, eran lo suficientemente diferentes a los humanos.

Ayse Saygin, profesora en la Universidad de California, en San Diego, Estados Unidos, está utilizando ciencia cerebral de vanguardia para entender esta extraña peculiaridad de la naturaleza humana. Aunque la idea del “valle inquietante” ha sido estudiada, no ha habido un trabajo experimental científico y riguroso al respecto, en parte debido a que es difícil llegar al meollo de la cuestión objetivamente.

“Incluso si no lo definimos con palabras, podríamos encontrar señales de esto en el cerebro”, dijo Saygin.

Saygin y sus colegas publicaron un estudio el año pasado utilizando imagen por resonancia magnética funcional (fMRI, por sus siglas en inglés), observando si algo que pasaba en el cerebro pudiera explicar el fenómeno del “valle inquietante”. Su hipótesis es que, al menos en parte, el efecto podría resultar de una violación a las predicciones del cerebro. Cuando anticipamos una cosa pero vemos otra, obtenemos un error, y ese error nos hace rehuir de lo que estamos viendo.

Los investigadores mostraron a 20 participantes algunos videoclips de tres “actores” haciendo los mismos movimientos: un humano, un androide modelado como un humano, y un robot simple (el mismo androide, pero sin sus acabados humanoides). Aunque esta es una pequeña muestra de personas, es normal para estudios de neuroimagenología, los cuales son costosos y requieren de mucho tiempo.

Algo interesante surgió en los resultados: “La red que normalmente procesa tus movimientos corporales está más activa cuando ves un androide”, comparada con cuando ves un robot simplificado o un humano, explica Saygin.

Esto podría deberse a que el cerebro tiene que combinar información conflictiva, dijo.

“Tu cerebro va a decir, ‘oye, espera un momento, me dijiste que esto era un humano, y ahora esta área está diciéndome que no está moviéndose como un humano. Así que, tendré que computar esto””, dijo.

“Eso es por lo que creemos que el “valle inquietante” puede ser en parte causado, y hemos visto algo de actividad en el cerebro que se ve así”.

El fenómeno del “valle inquietante” fue presentado en un artículo en la revista Energy en 1970 por el experto japonés en robótica, Masahiro Mori. Pero antes de eso, Ernst Jentsch escribió sobre “la inquietud” en un ensayo en 1906, y Sigmund Freud lo siguió 13 años más tarde.

Sin embargo, la idea está ampliamente basada en anécdotas, e investigadores como Karl MacDorman, profesor de Interacción Computadora-Humano en la Universidad de Indiana, en Estados Unidos, están trabajando en experimentos para afinar posibles explicaciones. MacDorman brevemente trabajó con Saygin en Japón.

Desde su punto de vista, el efecto del “valle inquietante” tiene mucho que ver con una falta de coincidencia en las características de una sola animación o robot, cuando algunas partes parecen mucho más humanas que otras. Por ejemplo, cuando una cabeza que se ve muy humana es colocada en un cuerpo obviamente mecánico, eso puede ser espeluznante, así como un rostro humano con ojos robóticos.

“Cuando hay elementos que son tanto humanos como nada humanos, esta disparidad puede producir una sensación extraña en el cerebro”, dijo MacDorman. “Es cuando diferentes partes del cerebro llegan a diferentes conclusiones al mismo tiempo”.

Otros factores pueden formar parte.

El efecto del “valle inquietante” podría tener que ver con la incertidumbre sobre si un personaje robótico está verdaderamente vivo o muerto, e incluso formar parte de nuestros profundos miedos a la muerte. Alternativamente, podría ser parte de una disonancia cognitiva, lo cual ocurre cuando las creencias de una persona no están en línea con sus comportamientos; por ejemplo, un fumador que regaña a otros fumadores.

Desde una perspectiva evolutiva, los humanos han desarrollado una aversión a la enfermedad y un aspecto siniestro, casi humano, podría tocar nuestro sistema interno que nos advierte contra fuentes de enfermedad. Asimismo, evolucionamos para escoger parejas que son saludables, y los robots extraños pueden desencadenar las mismas alarmas de advertencia que les dijeron a nuestros ancestros que se alejaran de parejas sexuales inadecuadas.

El actual enfoque de MacDorman está en el “valle inquietante” relacionado con la empatía, es decir, ¿el fenómeno del “valle inquietante” está relacionado con la dificultad de una persona para identificarse con personajes robóticos o animados por computadora en las películas? ¿Se relaciona con la impresión de que estos personajes “no tienen alma”, y en qué forma?

Los estudios en curso de Saygin utilizan la electroencefalografía (EEG, por sus siglas en inglés), que mide la actividad eléctrica en el cuero cabelludo. Mientras que la fMRI nos dice dónde ocurre la actividad cerebral, el EEG es mejor para observar cuándo ocurre, es decir, cuándo cambian los patrones del cerebro cuando ven agentes con diferentes grados de humanidad. El EEG también es mucho más portátil y menos caro. En lugar de un escáner grande, involucra una gorra en la cabeza de la persona.

Los investigadores podrían entender los patrones EEG asociados con el efecto del “valle inquietante”, y la comodidad de las personas con varias formas robóticas. Eventualmente, esta información podría ser utilizada para ayudar a los desarrolladores de robots o a los artistas gráficos que no quieren que sus creaciones asusten a las personas.

“En lugar de preguntarle a alguien, ‘¿te gusta este robot?’, podríamos obtener esa información un poco más directamente, y quizá más rápidamente, si podemos desarrollar estas tecnologías”, dijo Saygin.