Por David Gergen y Michael Zuckerman
Nota del Editor: David Gergen es una experto analista político para CNN y ha sido consejero de cuatro presidentes. Graduado de la Escuela de Leyes de Harvard, es profesor de servicio público y director del Centro de Liderazgo Público en la Escuela Kennedy de Gobierno en la Universidad de Harvard. Síguelo en Twitter. Michael Zuckerman, su asistente de investigación, es un graduado del Colegio de Harvard y asistirá a la Escuela de Leyes de Harvard.
(CNN) — Las convenciones políticas en Tampa y Charlotte impulsarán las campañas electorales del 2012 a su máximo esplendor, y pondrán a los estadounidenses en un difícil camino rumbo a las elecciones.
Solo dos veces en la historia de la contienda electoral hemos visto una variabilidad de opciones con puntos de vista tan radicales acerca del papel del gobierno en la vida nacional.
La primera fue en 1964. Cuando Lyndon Baines Johnson llevaba el estandarte demócrata, hizo un llamado a que el gobierno creara una gran sociedad basada en nuevos programas federales. El opositor, Barry Goldwater, había cargado con la bandera republicana de los conservadores que dominaban antes y que se habían lanzado con una agenda más tradicional, con el fin de detener no solo a la gran sociedad, sino a muchos de sus participantes.
“¡El extremismo en defensa de la libertad no es ningún vicio y … la moderación en la búsqueda de la justicia no es ninguna virtud!”, declaró Goldwater con mucho éxito en la convención republicana. Fue una lucha sin guantes, pero Lyndon elaboraba su campaña bajo el manto de John F. Kennedy y las propuestas de Goldwater se veían como horribles y radicales. Baines Johnson arrasó con una victoria aplastante. Un punto para un gobierno más grande.
Las segundas elecciones con “opciones” llegaron en 1980 cuando, después de una década de liderazgo fallido, apareció un hombre del oeste que parecía ser una de las figuras con menos probabilidad de ganar. Ronald Regan resultó ser un líder fuerte con una sonrisa de un millón de dólares; Jimmy Carter, un hombre con más probabilidad de ser un santo que un político, se fue en picada. Un punto para el gobierno más pequeño.
Las elecciones de este año forman un encuentro con implicaciones mayores para el futuro del país. Mitt Romney y Paul Ryan marcan el contraste ideológico entre ambos candidatos.
Los ataques y los diferentes puntos de vista le hablan a unas elecciones que rompen de algún modo con lo tradicional. La época cambió, señaló Chirs Cilliza al Washington Post. Las instrucciones del juego antes eran simples: corre a la base en las primarias y regresa a la mitad en las elecciones generales ganando así a la mayor cantidad de electores que puedas a la mitad. (En la economía, a este efecto se le llama el Juego de Hotelling).
Pero estas elecciones cuentan con un pequeño número de electores indecisos, y de candidatos de ambos partidos con notables aspectos negativos, como lo describe Karl Rove del Wall Street Journal. Entonces, aunque Rove no estaría de acuerdo, la estrategia dominante se ha convertido en ir a la base primaria.
Eso explica la elección de Romney por Paul Ryan, pero también explica por qué los partidistas de ambos lados se congratularon cuando lo escogieron: sus fuertes creencias religiosas incitan el discurso demócrata al igual que el republicano.
Las opciones de este año son más rudas que las de 1980: Regan tenía una vena pragmática entonces estaba dispuesto a hacer un trato y continuar. Sin embargo, Romney y Ryan, apoyados por el Partido del Té, no muestran ninguna inclinación a cumplir con un trato. Del lado demócrata corre el rumor de que Obama ya hizo suficiente con tratar de acomodar a los republicanos.
Está por verse si ambos lados se ocupan de sus convicciones para llegar a unos planes más completos y detallados para los próximos cuatro años. Hasta ahora, se han negado a ir más allá de sus caprichos, ataques duros y triviales entre ellos. La mayoría de los votantes quiere más valor y menos chisme.
No debería de haber ninguna duda de que los dos candidatos tienen puntos de vista radicalmente diferentes acerca del gobierno y los individuos. Bajo el régimen del presidente Obama, el gasto federal es ahora del 24% de PIB, mucho más alto que el de décadas recientes. Mientras que Obama habla de recortes, sus consejeros más estrictos piensan que el gobierno puede crecer en años venideros sin importar quien gane.
Por su parte, Romney prometió hacer que el gasto federal se reduzca al 20%. La diferencia puede parecer poca, pero significa miles de millones de dólares al año. En una época en la que 10.000 baby boomers (personas nacidas durante la posguerra) son postulantes para el Medicare y el Seguro Social cada día, ir del 24% al 20% del PIB significaría recortes masivos.
¿A dónde van a parar los votantes? Esa es una pregunta que ha interesado a los expertos desde hace mucho tiempo. Hace algunos años, Lloyd Free y Hadley Cantril, científicos políticos, observaron que los estadounidenses eran conservadores filosóficos pero liberales operativos, es decir, que ellos en las encuestas exponen lo que quieren conservar del gobierno republicano: los bajos impuestos y el socialismo fuera. Pero cuando les preguntaban si querían que el gobierno gastara más en programas y beneficios, estaban a favor de eso.
En las elecciones venideras, hemos llegado a un punto de reconocimiento entre estos dos impulsos conflictivos. Y entonces, mientras que las convenciones son generalmente el lugar para las declaraciones arrasadoras, el candidato ganador tendrá que poder hablar tanto operativa como filosóficamente.
Todo esto forma una serie de discursos dramáticos, no solo para Mitt Romney y para el presidente Obama, si no para los voceros principales de sus partidos: gente como el gobernador Chris Christie, de Nueva Jersey, y Julian Castro, alcalde de San Antonio. Estas convenciones les darán la oportunidad de formar un caso firme para el público estadounidense acerca de qué tipo de gobierno, tanto operativa y filosóficamente, deberían escoger.
El gran reto de la elección es si, al final de esta campaña, el ganador realmente pueda gobernar. Ciertamente, la estridente y muchas veces viciosa naturaleza del combate hasta ahora no ha sido alentadora. Algunos de los votantes asiste a las convenciones desde hace unos 40 años y ha sido testigo del cambio.
Y el abismo entre los dos partidos sigue creciendo ante nuestros ojos. Un estudio profundamente esclarecedor, publicado hace unos días por el Washington Post y la Fundación de la Familia Kaiser, muestra que desde hace 14 años, los porcentajes de los demócratas y republicanos que se consideran a sí mismos “fuertes partidarios” se han disparado por casi 20 puntos en cada caso.
Entonces, al presionar a los electores para que elijan entre puntos de vista claramente diferentes, es muy importante que los candidatos vean hacia los próximos cuatro años y no solo hacia el presente.
Los discursos de aceptación no son solo un momento para alentar aún más a los que votaron por tu partido, también son un lugar para empezar a poner los cimientos de una presidencia exitosa.
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Las opiniones expresadas en esta columna son solamente las de David Gergen y Michael Zuckerman