Por Catherine Allgor
Nota del Editor: Catherine Allgor es profesora de historia en la Universidad de California en Riverside y consejera del Museo de Historia de las Mujeres. Su más reciente libro es “The Queen of America: Mary Cutt’s Life of Dolley Madison” (Universidad de Virginia Press, 2012)
(CNN) - Existió una época en la que las primeras damas y las siguientes en tomar el puesto, simplemente sonreían detrás de sus maridos de traje azul mientras saludaban a la multitud. Su prensa se limitaba a un artículo en una revista femenina con algunas de sus recetas.
Actualmente tienen una agenda y son las oradoras más esperadas en el gran juego de las elecciones, la noche de las convenciones de los partidos. Michelle Obama lo hizo el martes pasado.
En esta opinión haremos un recuento de lo más relevante de los discursos de las esposas de los candidatos desde hace 20 años y analizaremos su significado.
La homilía por parte de las esposas es uno de los tantos aspectos que conforman la política electoral que intriga al resto del mundo. Cuando era reportera del VG (The Way of the World), el periódico más grande de Noruega, escuchaba decir, “¿Qué hacen estas mujeres que sus hombres no?”
En diferentes procesos electorales de Europa del oeste, el público votante ni siquiera sabe el nombre de los familiares de los candidatos, pero ese no es el caso en Estados Unidos. Desde el principio, las esposas de los presidentes han sido el centro del ojo público, para el disgusto de Martha Washington, quien nunca quiso que su esposo fuera el líder de la nueva república. Abigail Adams, esposa del segundo presidente John Adams, no tenía tiempo para saciar la curiosidad de la gente. No sería sino hasta que Dolley Madison se convirtió en figura de su poco carismático marido, James, que nacía un nuevo papel para la primera dama.
Lo que buscaban los nuevos estadounidenses, mientras que celebran a Martha Washington durante su viaje inaugural y cantaban “Queen Dolley” en sus famosas fiestas de los miércoles por la noche, era seguridad. Nadie sabía si este nuevo experimento de libertad iba a funcionar, o si “los Estados Unidos” (del cual se pensaba en plural) iban a resistir.
Ansiosos por detectar mensajes “psicológicos”, la gente estaba al tanto de cómo vestían y actuaban las primeras damas con el fin de encontrar pistas acerca de los líderes del país. Las mujeres demostraban seguridad, autoridad, legitimidad y, en especial Dolley, un toque de aristocracia glamorosa.
Ahora cuando las esposas de los candidatos enfrentan las luces, multitudes y la cobertura en vivo, les asignan una tarea diferente. Para contestar a la pregunta de los reporteros noruegos, lo que las mujeres pueden hacer es humanizar a sus candidatos.
Nosotros los estadounidenses creemos que una esposa puede hablar de su marido de una manera en la que no nos podemos enterar a través de la publicidad, discursos editados o incluso en los debates. Su moral, su carácter y cómo reacciona ante las crisis, son parte de las cosas que solo una esposa puede platicar.
La primera esposa del candidato presidencial y futura primera dama en ese entonces que se dirigiría a una multitud en una convención, desde Eleanor Roosevelt, fue Barbara Bush en 1992, quien dio un testimonio sobre su marido, George H.W. Bush.
Referirse al “personaje” político era un problema en ese momento, uno que creció en importancia durante los años de Clinton, o como cuando Elizabeth Dole tomó el podio en 1996 en apoyo a su esposo, Robert, ella invocó su honor. De hecho, si escuchas estos discursos, te darás cuenta de palabras pasadas de moda y repetitivas como decente, firme, confiable, confianza, y hasta “valores.”
Es chistoso escuchar a Barbara Bush decir que es una audiencia difícil, ya que las convenciones son unos notables festivales de amor. Pero creo que simplemente era su reacción ante la idea de hablar en público sin ningún modelo a seguir. Elizabeth Dole también parecía un poco nerviosa, aunque como líder de la Cruz Roja de EU estaba acostumbrada a hablar a las masas y probablemente pensaba en postularse ella misma.
El servicio militar casi siempre es sinónimo de “fuerza” en Estados Unidos. Cindy McCain citó el distinguido récord de su esposo, John, en 2008. Tipper Gore le dio un giro a esta estrategia con un punto a favor de su esposo Al Gore tras sembrar la duda sobre cuántos vieron la guerra del 2000 como injusta.
Es fácil encomendar a la esposa de un candidato la tarea de que humanice a su esposo, ¿pero cómo hacerlo? Uno de los beneficios de dulcificar a los postulantes es que tienen la oportunidad de brillar por encima de las fastidiosas diferencias de clases, cuando la primera dama relata historias sobre los “primeros días” de lucha en su juventud y los paseos en su auto viejo.
Recurrir a las joyas de la familia y sus momentos privados son parte de la magia. Como hablar de sus padres cuando eran estrellas de la comedia o las hazañas de sus presidenciables progenitores.
Cada primera dama quiere darnos una historia de amor, tal como lo hizo Ann Romney, para asegurar que todos podemos tener lo que ella llamó “verdadero matrimonio”. A todos nos gustan las historias de amor, pero además de eso son atractivas porque asumimos que un hombre que puede inspirar y merecer el amor de una buena mujer es alguien en quien podemos confiar. Muchas veces las historias de amor comienzan como en nuestras películas favoritas.
Una característica principal acerca de estas historias de “amor a primera” relatada para un auditorio lleno de personas, es la idea de que el hombre en cuestión es EL hombre entre los hombres. Sí, elector estadounidense, lo que ves es lo que obtienes, parecen decir, y si te gusta lo que ves, ¡No necesitas ver más allá o más profundo! La estabilidad cuenta también. Los actuales presidenciales no han cambiado en esencia de los impresionantes jóvenes en el baile o (en el caso de los Clinton) en la librería.
En realidad nadie cuestiona si las mujeres que hablan de sus maridos son la autoridad sobre sus cónyuges, y les gusta recordarnos, con pequeños recuerdos de esposa (hasta Michelle Obama pensó que Barack tenía un nombre chistoso), que ellas conocen al hombre público a un nivel más personal.
No cuentan si dejan su ropa sucia tirada en el piso o la taza del baño arriba, pero los observadores de la convención llenan esos espacios. Una de las razones por las que tienen un lugar en el programa es porque los dirigentes de campaña de sus esposos también piensan que tienen una segunda fuente de autoridad, ellas son mujeres.
Por décadas, se asumió que las esposas votaban igual que sus esposos. En la misma época en la que las esposas de los candidatos empezaron a hablar en las convenciones, los políticos estadounidenses comenzaron a ver que no era el caso.
Si los términos son “mamás de soccer” o “brecha de género”, el “asunto de las mujeres” es parte del cálculo. Pero es tramposo. Utilizar la racionalización de “Yo soy mamá, tu también eres una mamá”, la primera dama debe tratar temas más allá de lo que sucede bajo su propio techo. Tiene que ser cuidadosa al hablar tal cual de política, eso todo el mundo lo entiende, va más allá de su experiencia. A menos que sea Hillary Clinton claro está.
Cuando Hillary Clinton mencionó un problema personal, inmediatamente lo relacionó con un cambio legislativo o político bajo la primera administración de su esposo. Lo hizo durante todo su primer discurso. Lo suyo era el argumento de un abogado entrenado con miras a ser la futura secretaria de estado.
Sin embargo no es correcto decir que estas mujeres son simples peones de sus dirigentes y los de sus esposos, quienes les piden que sirvan para los propósitos de las campañas, pero muchas veces ellas tienen sus propios mensajes que dar. Hasta cuando se trata de la esposa entregada y devota, ellas comparten algo de sí mismas y de sus propios valores.
Con tal historia llena de retórica de primera dama, los estadounidenses no dejarán de fascinarse por las esposas de los candidatos presidenciales. Hay algo acerca de esta actitud, tan despiadadamente moderna como tradicionalmente sentimental.
Por un lado, volteamos a ver a las mujeres porque entendemos que la persona pública del hombre político es una construcción cuidadosa, incluso una actuación. Al mismo tiempo, sentimos esa necesidad de conocer al verdadero hombre.
Las opiniones recogidas en este texto pertenecen exclusivamente a Catherine Allgor