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Por Patrick Oppmann

SAN CRISTÓBAL, Cuba (CNN) — Hace 50 años, el adolescente Omar López sabía un secreto por el que varios gobiernos del mundo hubieran matado por conocer: tropas soviéticas estaban construyendo instalaciones militares ocultas en Cuba.

Una de esas instalaciones estaba en la granja donde su familia criaba gallinas y puercos.

En 1962, la revolución de Fidel Castro apenas empezaba a redefinir a Cuba. Miles de cubanos habían abandonado el país, y el año anterior, las tropas de Castro habían repelido una invasión patrocinada por Estados Unidos en Bahía de Cochinos.

¿Estados Unidos debía pelear o ser amigo de Cuba?

Pero muy poco del drama de esos tiempos alcanzó la lejana granja de López, de 15 años, en el occidente de Cuba, donde las palmeras superan varias veces a los habitantes.

“Nuestra vida era despertarnos todos los días para llevar al ganado a pastar”, recuerda López medio siglo después. “Los observábamos, trabajábamos, hacíamos nuestras tareas e íbamos a dormir para hacerlo otra vez al día siguiente”.

La rutina de López fue interrumpida cuando su padre, Manuel, regresó de la granja un día para hallar a un comandante cubano uniformado esperándolo en el porche de la casa.

“Dijo que necesitaban la granja”, recordó López. “No estaba bien, pero ese era momento de guerra y necesitaban que nos moviéramos y nos darían una granja más grande y nos construirían unan nueva casa”.

Unas 72 horas después, había sido construida una casa para ellos, lo cual no era poca cosa en un país acosado por la escasez, dijo López. Él, su hermano y sus padres dejaron la granja con sus animales y sus posesiones.

“Mientras salimos, las tropas comenzaron a entrar”, recordó.

“Las tropas” eran miles de soldados y técnicos soviéticos que se habían introducido en secreto a Cuba como parte de un acuerdo confidencial entre Castro y el premier soviético Nikita Khrushchev para llevar misiles nucleares a la isla en medio de la Guerra Fría.

En la nueva granja de su familia, a casi tres kilómetros, López pudo no haber conocido que una gran operación militar estaba en camino donde una vez vivió, si no hubiera sido por los cerdos.

Los cerdos de la familia López seguían regresando a la vieja granja y Omar era enviado a traerlos.

Husmeando entre los guardias cubanos, López encontró a visitantes altos, rubios que se habían metido con sus cerdos.

“Se comieron nuestros puercos”, dijo López. “Cuando decías, ‘ey eso es mío’, ellos decían ‘no comprende’”.

Mientras López regresó con los puercos que pudo rescatar, los rusos le pidieron al joven cubano que regresara con ron para ellos.

A pesar de la intensa actividad en su vieja granja, López no puso mucha atención a los extranjeros.

Luego llegaron los brillantes aviones. Aparecieron volando rápido y bajo sobre las verdes colinas.

“Vi los aviones dos veces. Volaban sobre la altura de la montaña, venían hacia abajo y luego se iban”, dijo López. “Entonces fue cuando vimos un gran movimiento entre las tropas cubanas”.

Los aviones que López vio eran aviones espías de Estados Unidos, que volaban sobre San Cristóbal el 15 de octubre de 1962, mientras traban de capturar las primeras fotos de los misiles nucleares soviéticos en Cuba.

Esas fotos llegaron al escritorio del presidente John F. Kennedy la mañana siguiente.

Más vuelos espía revelaron instalaciones soviéticas a través de la isla y misiles nucleares que podían alcanzar la costa este de Estados Unidos.

Kennedy ordenó que naves de la Marina aislaran Cuba para evitar que más misiles y tropas soviéticas llegaran a la isla. Para millones de personas en el mundo, una guerra y un holocausto nuclear eran inminentes.

El enfrentamiento que tendría lugar los próximos 13 días sería llamado la Crisis de los Misiles cubanos en Estados Unidos, la Crisis Caribeña en la URSS, y la Crisis de Octubre en Cuba.

Pero aunque vivía junto a un sitio de lanzamiento de misiles, Óscar López no sabía en ese momento que ninguna crisis de ningún nombre estaba teniendo lugar.

“En ese entonces, no teníamos televisión”, dijo López sobre su vida simple en la provincia cubana. “No recibíamos las noticias, ni un periódico. Vivías para trabajar. En ese entonces, si tenías un radio eras considerado rico. No teníamos idea de lo que estaba ocurriendo”.

López dio que nunca escuchó de la crisis de los misiles mientras se desarrollaba o cuál era el trato alcanzado entre estadounidenses y soviéticos para remover los misiles si los estadounidenses prometían no invadir Cuba. Él recuerda el alto ruido de camiones transportando el material soviético de su granja.

Después de que los misteriosos visitantes se fueron, López dijo que él y su padre regresaron a la vieja tierra, donde trincheras cruzaban el campo. Bunkers de concreto yacían donde el ganado había pastado. El nuevo terreno que habían recibido era cuatro veces el tamaño de la vieja (y ahora dañada) granja.

Sin embargo, el padre de López fue a ver al comandante para pedir que le regresaran su granja.

“El comandante dijo ‘si te di una granja más grande, ¿por qué quieres regresar a una más pequeña?’”, relató López.

“Mi padre respondió, ‘me dieron una granja más grande, pero esa no es mi granja’”, dijo López. “Mi granja es la pequeña, y esa es a donde quiero volver”.

La familia López aún trabaja la tierra donde las tropas soviéticas alguna vez erigieron sitios de lanzamiento de misiles.

Cuando López, ahora de 65 años, no está atendiendo a sus animales, lleva a algún visitante ocasional a ver los trazos de la ocupación soviética de su granja. El camino que los rusos usaron para transportar los misiles desapareció hace tiempo y la forma más rápida de alcanzar los sitios de lanzamiento es en mula y carreta.

El día que llevó a CNN a ver las ruinas de los sitios de lanzamiento, López usaba una gorra de béisbol y se disculpó por tomar prestada la carreta de su vecino porque la suya tenía una llanta ponchada.

Manejando, López señaló a una barda que había hecho del metal que los soviéticos dejaron.

También mostró cómo sus vecinos usaron trozos curvos de concreto de un búnker para construir un corral para los cerdos.

Después de casi 30 minutos de trayecto, López y los visitantes alcanzaron una de las bases de los misiles.

En la jungla cercana, las viñas envolvían edificios caídos que parecían pertenecer a una civilización vieja y olvidada.

Una pequeña y borrosa placa de mármol marca el lugar donde los soviéticos alguna vez apuntaron sus misiles nucleares a Estados Unidos. López dijo que la placa de mármol era el reemplazo de una de bronce que desapareció hace años.

El sonido más ruidoso en el remoto sitio era el viento silbando a través de los plantíos de caña contiguos.

“Tuvimos suerte de que no haya habido guerra”, dijo López. “Después de las bombas atómicas y las enfermedades que hubieran venido, no hubiera quedado un solo cubano y no hubiera habido mucho de ustedes porque están demasiado cerca”.