Las niñas de la India son engañadas por personas que les ofrecen 'un mejor estilo de vida' y las venden a la prostitución.

Por Davinder Kumar

Nota del Editor: Davinder Kumar es un galardonado periodista de desarrollo y un becado en Derechos Humanos de Chevening. Trabaja para Plan International, una organización que vela por los derechos de los niños. El 11 de octubre, Día Internacional de la Niña, Plan International lanzó su campaña global “Because I am a Girl”, dedicada a mejorar la educación de las niñas. Los nombres de las personas involucradas en la historia han sido cambiados para proteger su identidad.

Prakasam, India (CNN)— Mientras cae la tarde, las adolescentes comienzan a sentirse nerviosas. Reunidas en grupo, algunas guardan silencio, otras se agitan. La gran sala de la residencia se llena con una atmósfera de miedo y ansiedad.

Una de las niñas se desmorona al recordar su experiencia en el burdel Hyderabad de donde fue rescatada hace solo unos días. Durante dos semanas la mantuvieron sedada y la ofrecían a clientes en un estado inconsciente antes de que le permitieran comer.

La habitación se vuelve un caos mientras se develan los horribles detalles de su captura. Dominada por la emoción, Jyothi, de 14 años, lucha por recuperar el aliento que le ha quitado el llanto. Kavya, de 16, también está inconsolable. Vijayalaxmi golpea su cabeza contra la pared, y otras menores tiemblan y se mecen. Todas lloran. Algunas murmuran para sí mismas mientras que se empeñan en ser escuchadas.

Las escenas en esta casa para niñas en el distrito Prakasam, de Andhra Pradesh en India, son desgarradoras. Jóvenes desde los 13 años son traídas al refugio temporal tras ser liberadas de los traficantes sexuales y burdeles de grandes ciudades como Hyderabad y Mumbai. Cada una sufrió varios grados de abuso, tortura, esclavitud y trato inhumano.

El hogar está lleno hasta su máxima capacidad. Constantemente recibe a alguien nuevo mientras que el Gobierno lucha por combatir el tráfico sexual de niños a gran escala.

Andhra Pradesh cuenta con casi la mitad de los casos de comercio sexual, la mayoría involucra a adolescentes. De acuerdo con los cálculos de la policía, unas 300,000 mujeres y niñas han sido intercambiadas para la explotación sexual de Andhra Pradesh, de éstas solo 3,000 han sido rescatadas, hasta ahora.

Prakasam es relativamente próspero, es el cuarto lugar en términos de producto interno bruto per cápita en la India, pero también es el hogar de algunas de las personas más pobres en el país.

Los comerciantes sexuales son tan organizados que los traficantes se implantan hasta en los pueblos más remotos, orillando a las jóvenes de hogares pobres a la explotación sexual, y la esclavitud por toda la India. Promesas de matrimonio, de trabajo, y hasta de comida son utilizadas para sacar a las mujeres de sus casas, solo para forzarlas a ser parte del negocio.

Sunitha era amiga de su vecino, quien le prometió un mejor trabajo en Hyderabad. La vendieron a un operador que la llevó a un burdel en la ciudad. La joven dice que la forzaron a tener sexo a cambio de cupones y si servía a 250 clientes podrían ser canjeados por una comida mejor.

La naturaleza de algunos de los ataques sexuales perpetrados a las niñas son tan gráficos que no se pueden publicar los detalles. No es de sorprenderse que cuando se llevan a las niñas al albergue, su mente y cuerpo tienen un trauma profundo.

“Algunas llevan días, otras hasta meses antes de que puedan contar lo que pasó”, dice Ramamohan, de HELP, una ONG que administra el albergue. “Tenemos situaciones en las que muchachas rescatadas de burdeles se arrancan la ropa en las noches y exigen sexo y alcohol”.

Para algunas, el trauma es tan severo que el impacto en su salud mental es irreversible: Lakshmi no ha dicho una palabra desde que llegó hace semanas, dicen los trabajadores de la casa. Se esconde de los extraños y ha tenido regresiones de alguien mucho menor.

En el 2005, la Comisión de Derechos Humanos Nacional de la India (NHRC, por sus siglas en inglés) estimó que 44,000 niños desaparecen de sus casas cada año. De los cuales, 11,000 nunca son encontrados. Un reporte de 1998 arrojó que los niños constituían más del 40% de las personas que son traficadas para explotación sexual en el país.

Un estudio en India de la campaña EPCAT para acabar con el tráfico sexual de niñas, descubrió que tres de cada 10 niñas traficadas son infectadas con SIDA, enfermedades de transmisión sexual (ETS) y otros problemas ginecológicos.

Sudha tiene solo 16 años, es madre de un bebé de tres años, y es tratada por una ETS. Dice que su marido la forzó a prostituirse para poder pagar una deuda que tenía con un pariente que le había prestado dinero para comprarse una motocicleta. “Solo me aceptará de regreso si continuo en el negocio sexual para él”, comenta.

La mayoría de las niñas que forman parte de la explotación sexual, provienen de barrios rurales de la India en extrema pobreza. Las estructuras sociales y las predisposiciones de género arraigadas profundamente significa que son las personas más pobres, con más desventajas incluso dentro de sus propias comunidades. Las niñas por lo general dejan la escuela mucho antes que sus hermanos, se les asignan tareas de la casa y muchas veces cuidan de sus hermanos mientras que sus padres van a trabajar.

En muchos casos, las niñas simplemente son abandonadas al cuidado de vecinos, ya que sus padres se van a trabajar por temporadas a las ciudades. Con apenas siete años, encontraron a Sravani vagando por las calles de un pueblo local sin comida o agua después de que sus padres la abandonaron y se fueron a Hyderabad para buscar trabajo. Ahora ella está en un refugio.

“No solo es pobreza si no una neglicencia y discriminación general de las niñas, lo que las hace vulnerables a la explotación y el abuso”, dice Bhavani SV de Plan India.

La ONG apoya a la recuperación y rehabilitación de las niñas rescatadas en casas aleatorias. Se les impulsa a seguir con su educación y son parte del entrenamiento para asegurar un trabajo decente o montar su propio negocio.

En la unidad de refugio de Prakasam, las recién llegadas Meena y Vasanthi preparan masa para bollos bajo la mirada de la supervisora Raji. Las aprendices sonríen cuando sacan las hogazas de pan del horno.

“Nuestro pan ya es muy famoso en los pueblos cercanos”, dice Meena. “Espero encontrar un día un trabajo en una gran panadería en el pueblo”.

A unos metros de ahí, se lleva a cabo un curso rápido de belleza. Una entrenadora tiene la atención de un grupo ansioso por aprender mientras que muestra los aspectos básicos sobre maquillaje. Hay mucha discusión acerca de las elecciones de las sombras de ojos y los colores del brillo de labios.

Por unos momentos, las niñas pueden olvidar sus circunstancias, y regresar unas divertidas jovencitas. Algunas tienen la esperanza de emprender una nueva vida. “Quiero ser especialista en belleza. Este es mi curso favorito”, dice Bajiyamma.

Sin embargo, Vijayalaxmi lucha. Su humor cambia de optimista a desesperada. Como de unos 20 años, ella se encuentra entre las mayores del grupo, y también tiene miedo por su futuro. Vijayalaxmin lleva más de un año en la casa y aún espera que su familia la acepte de regreso. “Me di por vencida”, dice ella.

Los miedos de Vijayalaxmi reflejan una realidad oscura: la mayoría de las jóvenes rescatadas del trabajo sexual nunca son aceptadas por sus familias y comunidades. Las que llegan a serlo son estigmatizadas y viven en el prejuicio, lo que les hace imposible recuperar una vida normal. Las niñas sufren de una pérdida total de autoestima. A la mayoría las consume la culpa por vivir una vida “inmoral” como trabajadora sexual en una ciudad gobernada por sanciones y costumbres tradicionales.

Muchas veces ni queridas ni bienvenidas, las víctimas se encuentran atrapadas en una larga vida de destitución y esclavitud. Algunas veces la única opción es regresar al comercio. Casi ocho de cada 10 víctimas se ven forzadas a regresar a las calles y a los burdeles después de la rehabilitación, de acuerdo con la policía de Andhra Pradesh.

Muchos de sus traficantes no son castigados, y mantienen un mercado sexual exitoso. A pesar de que muchas niñas son rescatadas de burdeles cada año, la policía dice que el rango de convicciones de los perpetradores bajo la Ley de Prevención de Tráfico Inmoral nacional es bajo.

Esto deja a muchas trabajadoras sexuales solas y sin ayuda, y varias de ellas no pueden romper el círculo. Otras tantas nisiquiera existen en los récords oficiales, se quedan sin papeles de identificación y las excluyen del poco apoyo de bienestar que les puede dar el estado, como el de raciones de comida con descuento.

Sujatha vende sexo en las calles para sobrevivir. Es analfabeta, tiene SIDA y vive con su hija de nueve años en las faldas de Rajahmundry. Cuando fue a la oficina gubernamental local para pedir una tarjeta de ración la rechazaron porque no tenía una dirección permanente. “Me dijeron que podía ganar más con unas cuantas horas extras de trabajo sexual y así no necesitaría las raciones subsidiadas”, dijo.

Kandula Durgesh, miembro del consejo legislativo del estado de Andhra Pradesh, concuerda que es largo el camino por recorrer antes que los trabajadores sexuales puedan tener acceso a los derechos básicos para su bienestar. “La sensibilización debe de empezar desde la legislatura a nivel político y administrativo”, comentó el funcionario.

El apoyo de rehabilitación para las mujeres explotadas sexualmente es prácticamente inexistente y muchos o no pueden tener acceso o deciden regresar al comercio sexual.

Solo los trabajadores con SIDA como Sujatha tienen derecho a un apoyo financiero mensual de parte del estado que son menos de cuatro dólares. Pero incluso los que califican, muy rara vez lo reciben.

Situaciones como esta hacen que el trabajo de las organizaciones como Plan International y otras ONGs sea un gran reto por cumplir.

“Nuestros esfuerzos se enfocan no solo en rehabilitar a las niñas rescatadas si no también en prevenir a que las niñas sean forzadas al trabajo sexual a través del tráfico. No podemos ganar esta batalla a menos que el gobierno, la sociedad civil, y las comunidades se movilicen activamente para terminar la trata de humanos”, dice Bhavani.

En la casa de Prakasam ya oscureció, una tarde incómoda y silenciosa es remplazada por una mañana cargada de emociones. Jyothi tiene fiebre y le ayudan dos muchachas a recostarse en una colchoneta en el piso. Otras se sientan quietas con sus espaldas hacia la pared.

Vijayalaxi sigue en la orilla. Con lágrimas en su cara ella repite: “Quiero irme a casa”. Otra vez sus padres le negaron la oportunidad de volver.