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Por Ellis Cashmore

Nota del Editor: Ellis Cashmore es profesor de cultura, medios y deportes en la Universidad de Staffordshire, en la Gran Bretaña, y es autor de Making Sense of Sports.

(CNN) — El caso de Lance Armstrong nos obliga a considerar un problema filosófico que ha atormentado al deporte desde 1988, cuando Ben Johnson fue descalificado de los Juegos Olímpicos después de salir positivo en una prueba antidopaje.

No se trata de “Cómo podemos mejorar la detección y hacer que el castigo sirva como freno y restitución”, sino sobre si “¿Deberíamos permitir que los atletas usen drogas?”. Mi respuesta es: Sí.

Pudimos tratar a los atletas como adultos maduros capaces de tomar decisiones informadas basadas en información científica, así que también podríamos permitir el uso de sustancias que mejoren el desempeño, monitorear los resultados y hacer todo el proceso transparente.

En cambio, seguimos satanizando a quienes son hallados culpables por doparse, manteniéndonos a nosotros mismos en la ignorancia.

Los atletas toman sustancias desconocidas, que vienen de fuentes desconocidas y con resultados inciertos. Permitir el uso del dopaje rescataría al deporte de su estado clandestino, creando un ambiente que no solo sería seguro, sino más congruente con la realidad del deporte profesional en el siglo XXl.

Después de 21 años del escándalo de Johnson, las drogas que mejoran el desempeño son tan abundantes como siempre, como nos lo recuerda la experiencia de Armstrong, las pruebas se quedan penosamente detrás de la curva. A pesar de los avances alcanzados desde 1988, muchos atletas han evadido la detección no solo para esa competencia, sino para todas, a lo largo de sus carreras.

Antes de Armstrong, la velocista estadounidense Marion Jones fue convicta y encarcelada, aunque, como Armstrong, ella nunca dio positivo en ninguna prueba de drogas (la encontraron culpable de impedir una investigación federal). Ni lo hizo el beisbolista Barry Bonds, quien fue condenado por engañar al gran jurado que investigaba el uso de drogas en atletas del 2011.

Hoy en día, ningún analista de temas deportivos niega la prevalencia de drogas en prácticamente todos lo deportes importantes, sin embargo, uno argumentaría que nunca podrán ser eliminadas del todo. Simplemente el dinero lo garantiza. Los días de los caballeros ya se fueron hace mucho: los atletas de hoy en día están compitiendo por grandes apuestas, no solo millones, sino docenas de millones (Armstrong vale unos 70 millones de dólares, según Forbes).

En una cultura que impulsa la búsqueda constante de los límites del alcance humano, nosotros, los fanáticos, los consumidores del entretenimiento del deporte popular, gozamos al saber de nuevos récords, por el desafío a la gravedad o hazañas casi increíbles en el campo de juego. Promotores, ligas, patrocinadores, anunciantes y demás se encuentran entre las partes interesadas.

Armstrong se hizo rico gracias a la beneficencia de la gente que no solo lo respaldó sino que lo alababa e incluso idolatraba como el mejor ciclista de todos los tiempos y probablemente, libra por libra, uno de los mejores deportistas del mundo. Fue motivado a jugarse una pequeña maravilla: un rápido cálculo de costo-beneficio le pudo haber señalado que las oportunidades de detección eran mínimas comparadas con los premios que se le presentarían.

Las objeciones son predecibles:

Esto es trampa. En un sentido técnico, tal vez sí, pero eso podría arreglarse cambiando las reglas. En un sentido moral es injusto con aquellos competidores que no quieren usar drogas.

La evidencia de la investigación de Armstrong sugiere que muchos otros ciclistas también estaban dopados. No podemos decir lo mismo de otros deportes, aunque podemos recordar a los competidores entre la gama de ayudas que mejoran el desempeño que tienen a la mano, como acupuntura, hipnotismo, tiendas o camas hipóxicas (instrumentos que simulan una gran altitud) y otras incontables ayudas para mejorar el desempeño, perfectamente legales, que son probablemente más peligrosas que las drogas.

Tomar drogas es malo. Tal vez, pero ¿cuántos de nosotros sobreviven el día a día sin tomar un producto farmacéutico, como estatinas, antidepresivos, pastillas para el dolor y más? Por un accidente del lenguaje usamos el mismo término para estos productos que para las drogas ilegales como el crack, la cocaína y la heroína.

Hay demasiados peligros. Claro que los hay, tal y como están las cosas. Al invitar a los atletas a declarar, con impunidad, sobre qué es lo que usan, animamos y abrimos el discurso y promovemos la investigación para estar en posición de aconsejar acerca de los valores y riesgos relacionados con diferentes sustancias. Esta apertura no será posible mientras sigamos provocando que las drogas sean consumidas por debajo de la mesa. Abrir el deporte de la forma en la que lo estoy sugiriendo podría convertirlo en un ambiente más seguro y lo mantendría a salvo.

Las estrellas deportivas son modelos a seguir. Posiblemente. Pero no son ejemplos de virtud, y aunque lo fueran, los jóvenes que los siguen y organizan sus propias ambiciones inocentes alrededor de las de ellos, pronto se enfrentarán a la dura realidad de que las drogas son al deporte lo que Twitter para las celebridades, un recurso valioso cuando se usa estratégicamente.

Los fanáticos dejarán de seguir al deporte. Pregúntate esto: ¿Sentiste emoción al ver al imperioso Armstrong cruzar la línea en el Tour de Francia del 2002, siete minutos antes que su rival más cercano? ¿O cuando viste a Marion Jones llegar a la victoria en la final olímpica de 100 metros en el 2000? En ese momento no nos dimos cuenta de que ellos, o cualquiera de sus rivales, estaban dopados. Y no afectó nuestro gusto sobre su desempeño, como si hubiéramos sabido que estaban usando ropa diseñada con tecnología aerodinámica.

El argumento a favor de permitir las drogas en el deporte no es popular en una época en la que el mundo está ocupado aniquilando a Lance Armstrong. Pero es racional e iría en armonía con el deporte actual, no como lo era en la época de ‘Carros de Fuego’, sino como lo está en el siglo XXI: implacable, competitivamente despiadado e incansablemente orientado hacia los triunfos.

Las opiniones recogidas en este texto pertenecen exclusivamente a Ellis Cashmore.