Los mensajes de apoyo han llegado de todas partes del país y del mundo.

Por Sheri Piers, especial para CNN

Nota del editor: Sheri Piers es una corredora profesional que llegó en segundo lugar de su categoría y en el vigésimo puesto general femenil en el maratón de Boston de este lunes. El año pasado llegó en la décima posición general y fue la primera estadounidense en cruzar la meta. Es enfermera y vive en Falmouth, Maine.

(CNN) — Corrí mi octavo maratón de Boston este lunes, el día en que estallaron las bombas. No podemos dejar que esta terrible tragedia opaque el significado de este increíble evento internacional ni permitir que el responsable gane. Por eso volveré a correrlo.

Los maratonistas somos decididos y soportamos la incomodidad por largos periodos. Disfrutamos correr como sinónimo de superación y a veces contagiamos a otras personas y hacemos amigos en el proceso. Algunos son altamente competitivos, como yo, y disfrutan del largo y arduo viaje para ponerse en forma antes de un maratón.

Después de tanto entrenamiento, el evento de Boston es usualmente una ocasión feliz que da como resultado un grato sentimiento de logro. Sin embargo, ahora la mayoría de los corredores probablemente se sienten igual que yo: indignados, tristes, molestos y deprimidos.

Parece irreal, casi como si no hubiera ocurrido, como si todo el entrenamiento y el esfuerzo no hubieran servido para nada. No creo que un participante pueda alejarse del maratón y sentirse feliz.

La mayoría de las personas dice que quieren olvidarlo por la tristeza y el duelo.

El día del maratón, me dirigí a Hopkinton, Massachusetts —en donde empieza la carrera— para arrancar en el grupo femenil de élite, que inicia 30 minutos antes que el resto de los participantes.

Mientras esperaba en la línea de salida y miraba a las miles de personas que había a mi alrededor, me atacó un pensamiento terrible e inusual: “Este lugar sería una oportunidad para que alguien lastimara a muchas personas”. El pensamiento pasó, escuché el disparo que anuncia la salida y emprendí el camino rumbo a Boston.

Este era un año especialmente emocionante porque por primera vez mis tres hijos —de 13, 11 y 10 años— venían a verme. Cuando terminé la carrera en segundo lugar de mi categoría y en el 20 lugar general femenil, de inmediato me escoltaron de vuelta al hotel Fairmont Copley, donde mi familia y yo nos hospedábamos. Nos sentamos a hablar de la carrera, cuando ocurrió la primera explosión. Luego la siguiente. Nos miramos uno al otro preguntándonos qué habría ocurrido, con una sensación desagradable.

Aullaban las sirenas y la confusión reinaba en las calles.

Empezaron a llegar rápidamente los mensajes de texto llenos de pánico de familiares y amigos, en los que preguntaban si estábamos a salvo y enviaban información acerca de las dos bombas que estallaron casi simultáneamente en la meta. Teníamos el televisor apagado. Alguien me dijo que lo dejara apagado para evitar que los niños se enteraran de los detalles grotescos. El hotel se cerró durante las cinco horas siguientes y nuestro temor creció.

No podíamos evitar pensar en toda la gente involucrada, en la gente que había muerto o resultado herida, en sus familias, los voluntarios, los trabajadores de emergencias, el personal médico y los corredores.

Nos preguntábamos cómo la estaría pasando el director de la carrera, Dave McGillivray. Él es una persona muy respetada por los corredores debido a todo lo que ha hecho para que el maratón de Boston sea especial y memorable para todos los involucrados.

Mis hijos no dejaban de preguntar: “¿Qué clase de idiota haría algo como esto? ¿Quién pudo hacerlo? ¿Qué pensarán acerca de lo que hicieron? ¿Tienes miedo de volver a correr el maratón de Boston, mamá?”.

Los corredores seguiremos participando en el maratón de Boston, pero tal vez pasen años para que el miedo se desvanezca por completo. Amo correr y no dejaré de hacerlo. Pero la próxima vez que pase por la calle Boylston hacia la línea de meta, pensaré en todas las personas heridas y en quienes perdieron su vida por nada. Pienso que mis hijos vieron correr a su madre en Boston por primera y última vez.

Las opiniones recogidas en este texto pertenecen exclusivamente a Sheri Piers.