Por Ellis Cashmore, especial para CNN
Nota del editor: Ellis Cashmore es profesor de Cultura, Medios y Deporte en la Universidad de Staffordshire en Gran Bretaña y escribió el libro: Bekham.
(CNN) — Padre, esposo de una Spice Girl, ícono de la moda, ejemplo a seguir, embajador del deporte. A veces es fácil olvidar que David Beckham fue un centrocampista del más alto calibre, con más de 100 participaciones con la selección de Inglaterra.
Usó una pañoleta en la cabeza, barniz de uñas, adornó su cuerpo con tatuajes y cambió su peinado prácticamente cada semana. Hablaba poco, y cuando lo hacía, emitía un gemido agudo y ligeramente afeminado. Además, hasta donde sabíamos, su pareja femenina parecía tomar todas las decisiones importantes. Sin embargo, su masculinidad nunca estuvo en duda.
En la década de 1990, dijimos que Beckham era un nuevo hombre, un metrosexual. Evidentemente era heterosexual, pero no era agresivo ni enérgico en la tradicional forma masculina. De hecho parecía delicado. Se vestía a la moda —aunque pareciera demasiado extravagante para muchas personas—, se arreglaba minuciosamente y no parecía avergonzarse cuando se le preguntaba sobre su ejército de fans gay.
Beckham tenía un halo de complejidad brillante, una elegancia discreta, tal vez hasta un ingenio agudo. Los futbolistas, como el mundo los veía, eran personajes duros quienes gozaban de una bebida y de la publicidad, especialmente después de un partido. Su reputación había sido labrada con el granito de la tradición de la clase trabajadora, hombres duros e inconmovibles.
Apenas podemos imaginarnos las reacciones en los vestidores cuando Beckham sacaba de su bolso de baño un humectante, bronceador y varios productos para el cuidado del cabello.
A finales de la década de 1990, cuando empezó a despuntar, solo a Beckham se le permitía hacer eso. Después de todo, contaba con la adoración de las mujeres de todo el mundo, tenía una novia que era estrella pop y que pronto sería su esposa, y tenía que evadir a los anunciantes que clamaban la aprobación de sus productos. Era un hombre que tenía el mundo a sus pies. Todavía lo es.
Actualmente, la historia cultural es inimaginable sin Beckham porque ayudó a cambiarla. Dio un giro a la imagen del héroe deportivo macho e implacable, y emergió heroicamente como el primer atleta y celebridad multipropósito, como un símbolo de la nueva masculinidad.
Sin embargo, tenemos que recordar que Beckham nunca fue clasificado como el mejor futbolista del mundo. Además, lejos de ser un buscapleitos o un mujeriego serial como muchas de las notables figuras del deporte, siempre se mantuvo limpio. Bueno, al menos hasta 2004, cuando el tabloide News of the World afirmó que había tenido un romance con su asistente, cosa que negó.
Paradójicamente, el supuesto romance favoreció, en vez de perjudicar, a su ya inalcanzable estatus, agregó un toque de picardía que rescató a Beckham de la frontera con la santidad y tal vez sirvió como recordatorio de que a pesar de todas sus vanalidades, su virilidad estaba más allá de toda duda.
Entonces, ¿por qué Beckham es el célebre atleta que ha cambiado las cosas?
Hay dos David Beckham: el mortal de carne y hueso, que pateó una pelota para ganarse la vida, y el personaje que existió independientemente del tiempo y el espacio, un producto de nuestra imaginación.
Todos pensaban que conocían a Beckham y que gozaban de una relación secreta con él. Era como un lienzo en blanco. Si hubiese defendido sus propias opiniones o si se hubiera alineado con grandes causas, lo habría arruinado. Sin embargo, permaneció en silencio, rara vez concedía entrevistas y supongo que lo hacía a discreción de Victoria. Mientras era un desconocido, la mística que lo rodeaba creció.
Cuando Beckham entró por primera vez en la consciencia popular, lo rodeaban sentimientos de odio y venganza. Lo expulsaron en un encuentro crucial contra Argentina en el Mundial de 1998 y su equipo lo culpó por la eliminación. Se quemaron efigies de él y se vio obligado a retirarse. Es difícil imaginar la intensidad del odio de ese entonces. Sin embargo, fue esencial para generar interés e incluso pasión.
La simple imagen o el pronunciar su nombre despertaban sentimientos poderosos. Los aficionados del futbol tal vez lo despreciaban, pero otros solo sentían curiosidad. Su curiosidad creció conforme Beckham se negaba desafiante a conceder entrevistas o a presentarse en público, excepto si se trataba de un evento de moda o una fiesta con estrellas del rock. Todo esto era bastante ajeno al futbol y poco varonil.
Para cuando Beckham y Victoria se casaron, en 1999, el interés que generaba había trascendido la fraternidad del futbol. Sus más devotos seguidores no sabían nada de futbol. A diferencia de los aficionados tradicionales a los deportes, no les interesaba cómo jugaba: les interesaba él, simplemente Beckham.
A principios del siglo XXI, la cultura de la celebridad era solo un embrión, la fascinación que ahora sentimos por personas que no tienen influencia material en nuestra vida y que en muchos casos no tienen logros de importancia es un suceso nuevo y desconcertante. Los fans conocen a los deportistas famosos gracias a su talento y a sus logros.
Beckham era diferente, era conocido por ser él y, en este sentido, estuvo entre la primera generación de celebridades.
El retiro de Beckham del futbol no significa que desaparecerá. Seguirá en nuestros televisores, en las revistas y en la publicidad de todo el mundo. Pero, lo más importante, es que seguirá en nuestra imaginación.
Las opiniones recogidas en este texto pertenecen exclusivamente a Ellis Cashmore.