Por Rubén Navarrete, colaborador de CNN
Nota del editor: Rubén Navarrette es colaborador de CNN y columnista sindicado del equipo de redactores del Washington Post. Síguelo en Twitter: @rubennavarrette.
San Diego, California (CNN) – Con la llegada del debate sobre inmigración a la Cámara de Representantes, los estadounidenses parecen totalmente comprometidos con el asunto. ¿Sería mucho pedir que estuvieran bien informados?
No son muchos los que sí lo están. Tienen opiniones fuertes sobre un asunto que no comprenden cabalmente. Saben en qué creen, pero hace mucho tiempo que dejaron de preguntarse por qué creen en eso.
Lo peor de todo es que algunas de las soluciones que proponen para el problema inmigratorio son impracticables o carecen de sentido.
Uno de los remedios propuestos destaca por su ridiculez. De hecho, resulta bastante ofensivo si amas a los Estados Unidos.
Presta atención a la interacción que tuve hace poco con un amigo interesado en la política.
Hijo de un minero y graduado de las universidades de Yale y Oxford, mi amigo opinaba sobre cómo solucionar el sistema inmigratorio.
Republicano moderado, no apoya el proyecto que el Senado aprobó por 68 votos contra 32 y busca una alternativa mejor. No le importaría legalizar a algunos de los indocumentados, pero primero quiere que Estados Unidos asegure las fronteras. Es razonable, pero el tema lo preocupa, lo mismo que varias de las soluciones propuestas.
Su remedio es el siguiente: “¿Por qué no hacemos lo que esté haciendo México? Digo, parece que hacen un buen trabajo manteniendo afuera a los inmigrantes ilegales. ¿Por qué no adoptamos sus políticas?”.
¡Ay, Chihuaha! Otra vez no. Escucho este argumento, o sus variaciones, de los lectores por lo menos tres veces por semana. Lo he escuchado de audiencias cuando doy discursos. Lo he escuchado de oyentes cuando estoy programas de radio.
Es o un chiste o lo que algunos consideran un gran avance. Hay una historia detrás. En los últimos años, los medios han informado con detalle sobre el terrible trato que reciben en México los inmigrantes de América Central que intentan ingresar al país para llegar a Estados Unidos. La frontera suele estar fortificada y el viaje puede ser peligroso.
Los agentes de inmigración mexicanos a veces hacen la vista gorda y dejan que los migrantes crucen la frontera entre México y Guatemala porque creen que lo hacen para seguir hasta Estados Unidos. Pero cuando hay posibilidad de que los centroamericanos se queden y busquen trabajo en México, las actitudes se endurecen, tanto en la frontera como en la sociedad mexicana. Y tanto los requisitos para ser ciudadanos como los castigos por infracciones son mucho más severos que en Estados Unidos.
Hablemos de ironía. Al parecer, los mexicanos temen perder trabajos a manos de los guatemaltecos, los hondureños o los salvadoreños como les ocurre a los estadounidenses con los mexicanos. Nos muestra que las personas actúan igual en todas partes.
No podemos negar la hipocresía de los mexicanos que insisten en una frontera segura en el sur pero preferirían una porosa en el norte. He hablado de este asunto con funcionarios mexicanos en varios viajes al Distrito Federal.
Pero eso no libera a los estadounidenses de su responsabilidad en este problema. Los empleadores en Estados Unidos contratan voluntaria y ansiosamente inmigrantes mexicanos y de otros países para realizar las tareas que los estadounidenses no quieren hacer.
Los hogares nunca han dependido tanto del trabajo informal de inmigrantes: niñeras, jardineros, amas de llaves y cuidadores que proveen a las clases medias de comodidades antes reservadas para los más pudientes.
¿Deberían los Estados Unidos aspirar a ser como México? ¿Está allí la solución al problema inmigratorio?
Claro. Intentémoslo. Le ha funcionado muy bien a México durante el último siglo.
Hablamos de un país del que la gente intenta escapar, donde las oportunidades escasean y donde la población se divide entre ricos y pobres, pueblerinos y gente de ciudad, gente de piel clara y gente de piel oscura y educados y analfabetos. Hablamos de un país en que las personas creen que no pueden tener nada a menos que lo obtengan de alguien más.
Hablamos de un país que recibe remesas de unos 25 mil millones de dólares de expatriados que viven en los Estados Unidos y que no tiene una verdadera política económica. Hablamos de un país todavía atascado en el Tercer Mundo con una economía de segunda, con inmigración controlada y restricciones a las inversiones extranjeras. Y, por último, hablamos de un país todavía plagado por el nativismo y el racismo contra los inmigrantes que son considerados inferiores a los locales.
¿Vale la pena imitar ese modelo? ¿Deberíamos ser como México?
No, gracias. No en esta vida. No para mí, un mexicano-estadounidense. Hace unos cien años, mis abuelos, y sus padres, eligieron Estados Unidos sobre México porque era un país superior. Durante la Revolución Mexicana, este era un país más seguro, con más libertad y oportunidades. Sigue siendo así en la actualidad.
Ahora, algunos compatriotas estadounidenses quieren que elija México sobre Estados Unidos, creyendo que nuestro vecino del sur nos puede enseñar algo sobre cómo comportarnos con los inmigrantes.
Claro, los estadounidenses tenemos nuestros problemas. Y nuestro sistema inmigratorio está roto. Pero, lo creas o no, todavía es la envidia del mundo. La inmigración es una de las cosas que hacemos bien. No lo olvides.
(Las opiniones expresadas en este artículo corresponden exclusivamente a Rubén Navarrete)