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Por Tara Sonenshine, especial para CNN

Nota del editor: Tara D. Sonenshine es exsubsecretaria de Estado de Diplomacia Pública y Relaciones Públicas de Estados Unidos. Recibió 10 premios Emmy de Noticias en periodismo. También fue vicepresidenta del Instituto de Paz de Estados Unidos. Sonenshine ocupó varios cargos en la Casa Blanca durante el gobierno de Bill Clinton.

(CNN) — Con la llegada del verano a las costas de Estados Unidos, quizás a algunos les venga a la cabeza la película Tiburón, de Steven Spielberg y el miedo  que los tiburones nos provocan. Sin embargo, paradójicamente, nos alegramos con los esfuerzos a nivel mundial para evitar el declive de esta especie producto de la pesca.

El mundo se ha dado cuenta de que necesitamos a estas especies, junto con las demás criaturas de la Tierra para mantener el delicado balance del ecosistema.

Los tiburones están “de moda” en la actualidad. Gracias a una buena política pública, al poder de la educación pública y a las campañas  que protagonizan estrellas como Yao Ming, Jackie Chan y Ang Lee, matar tiburones para hacer sopa de aleta de tiburón ya no está bien visto.

La demanda ha crecido en las últimas décadas, amenazando con la extinción de los tiburones: hasta 100 millones de tiburones se matan cada año solo por sus aletas. Pero hemos empezado a revertir la tendencia, en particular en zonas acaudaladas de Estados Unidos y en el extranjero, donde los restaurantes ofrecían antes aleta de tiburón entre los manjares de su menú.

En California y otros estados, se ha prohibido la venta y posesión de sopa de aleta de tiburón este año, después de algunas agresivas campañas publicitarias por parte de WldAid y otras organizaciones.

En el extranjero, se vienen realizando desde hace tiempo esfuerzos de mercadotecnia y  diplomacia pública mediante carteles colocados en los sistemas de transporte público, así como algunos comerciales de televisión. Estas campañas demuestran su éxito, tanto en el suministro como en la demanda del comercio de la aleta de tiburón. El Departamento del Censo y Estadísticas de Hong Kong registró que se habían exportado a China 3.100 toneladas métricas de aleta de tiburón el año pasado, aunque los números de este año son mucho menores.

Detener la matanza de tiburones es parte de un movimiento más amplio para acabar con la matanza de animales salvajes y el tráfico de productos de estos animales en el mundo: productos que vienen de la caza furtiva de elefantes, tigres y rinocerontes, además de la matanza de la vida marina.

En noviembre, la exsecretaria de Estado de Estados Unidos, Hillary Clinton, hizo un llamado para proteger la vida salvaje elevando el nivel de urgencia hasta considerarlo una creciente amenaza de seguridad nacional.

Por ejemplo, la caza furtiva de elefantes para obtener sus colmillos de marfil y fabricar artículos de lujo se había convertido en una guerra a gran escala entre los cazadores (que alguna veces son terroristas) y los gobiernos en diferentes países de África. Los embarques ilegales de colmillos a lo largo de fronteras porosas generan premios en forma de dinero y armas.

Aunque antes era un tema marginal de la política exterior de Estados Unidos, Clinton y el actual secretario de Estado, John Kerry, han colocado al tráfico de vida salvaje al tope de la agenda, debido a los grandes tentáculos que llegan hasta África, Asia, Rusia, Indonesia y otros consumidores en casi todos los países del mundo.

Según National Geographic, que ha rastreado la caza furtiva de elefantes, las pérdidas financieras colocan el problema al nivel del crimen y las drogas, con un estimado de 30.000 elefantes africanos sacrificados para obtener sus colmillos el año pasado, una tasa de matanza, dicen los expertos en vida salvaje, que podría llevar a los animales a la extinción en este siglo. La disminución en las poblaciones de elefantes africanos es alarmante. Gran parte del marfil se destina a China para hacer palillos chinos y joyería, así como al lejano oriente donde los precios pueden alcanzar más de $1.300 dólares por libra.

Ya se trate de sopa de aleta de tiburón o  teclas de piano de marfil, la matanza de animales es un gran negocio. Junto con socios internacionales, grupos conservacionistas, organizaciones sin fines de lucro y negocios, Estados Unidos lidera la campaña mundial para reducir la demanda de joyería, medicinas herbales, pieles, alimentos y otros productos que dependen de la matanza de animales y de la vida marina. En colaboración con gobiernos y a través de los protocolos y convenciones existentes, Estados Unidos está llamando a los actores a presionar a aquellos que ofrecen santuario a los cazadores furtivos o que permiten que los bienes o parte de ellos salgan de los países hacia el mercado.

La diplomacia y la educación públicas, junto con una buena política, proporcionan el modelo de éxito. Utilizando Facebook, Twitter, avisos del servicio público, medios, entrevistas con celebridades, videos y enseñanza en las escuelas podemos sumar fuerzas para convencer a los consumidores de que comprar productos de elefantes o tiburones sacrificados  está mal y es peligroso.

Y podemos rastrear el tráfico de productos de la vida salvaje y castigar a los criminales.

Ésta es una de esas raras historias internacionales donde los sectores público y privado, junto con Hollywood, pueden crear una película muy diferente.

(Las opiniones expresadas en este texto pertenecen exclusivamente a Tara Sonenshine)