Por Anna Salter, especial para CNN
Nota del editor: Ana Salter es experta a nivel internacional en delitos sexuales, es psicóloga y autora de tres libros sobre abuso sexual, incluyendo: Predators. Ha trabajado en la evaluación y tratamiento a delincuentes sexuales y víctimas durante más de 35 años. Da conferencias y consultorías a lo largo de Estados Unidos y en el extranjero. También escribe novelas de misterio.
(CNN) — “Hay tantas maneras de ser despreciable, que es increíble. Pero la manera más impactante de serlo es no tener compasión por el dolor de otras personas”. James Baldwin.
Sin duda, la mayoría de las personas que escucharon el conveniente monólogo de Ariel Castro durante su audiencia sobre el “sexo consensuado” y la “armonía en esa casa”, pondrán en duda su sanidad mental y su definición de “monstruo”. Sin embargo, la salud mental es medida mediante una prueba de realidad y no por medio de la compasión. La crueldad humana no es una enfermedad ni corporal ni mental, aunque es una plaga de la sociedad.
Tras haber trabajado con delincuentes sexuales violentos durante más de 35 años, puedo decir sin temor a equivocarme que el número de ellos que niega y minimiza o justifica su comportamiento sobrepasa por mucho el número de los que se hacen responsables. No prestemos atención a las tortuosas vueltas que da la mente. Si el sexo fue consensuado, ¿para qué, entonces son las cadenas y los candados? No hay límite a la capacidad que tiene la mente para racionalizar.
Un hombre que había golpeado a un niño de tres años hasta la muerte dijo que solo era violento “cuando la situación lo requería. Nunca hice nada que no tuviera que hacer”. Cuando le pregunté qué sentía con respecto al sufrimiento del niño, contestó, “creo que no siento nada”. Cuando cuestioné sobre si se consideraba un criminal, dijo, “sé que así me ven, pero no, no creo ser criminal”.
Un hombre cuyo hermano le dio cobijo cuando no tenía ningún lugar a dónde ir, después de ser liberado de prisión, violó a la hija de 12 años de su benefactor, su sobrina y apuñaló a su hermano 12 veces cuando trataba de rescatarla.
Cuando le preguntamos por qué lo hizo, contestó: “Estaba alcoholizado. Simplemente sucedió… No puedes culpar a alguien de la lluvia. No puedes hacerlo por nada”.
Estamos familiarizados con culturas enteras que justifican la violencia tan extrema como el genocidio. ¿Por qué nos sorprendemos cuando ciertos individuos hacen lo mismo? La violencia casi siempre es negada o racionalizada después del hecho, si no es que antes.
Incluso la violencia que parece ser impulsiva normalmente tiene relación con patrones de pensamiento y creencias que lo justifican. Tales elementos son importantes para proteger la autoimagen. De nuevo, Baldwin dijo, “ningún hombre es un villano ante sus propios ojos”.
En cuanto al alegato de Castro de que tenía una enfermedad, una adicción sexual, hay una diferencia entre los impulsos y los comportamientos. Castro pudo haber lidiado con los problemas si hubiera buscado ayuda. Los medicamentos y el tratamiento han estado disponibles para los delincuentes sexuales durante más de una década.
¿Habrían funcionado? No lo sabemos. Él no lo intentó. Tomó la decisión de vivir sus fantasías sexuales y no trató de controlarlas. En un tratamiento, por lo menos habría aprendido una manera de no reforzar sus fantasías a través de la pornografía violenta. Al menos con decirlas a alguien, hubiera habido una revisión de su comportamiento.
Puede ser que Castro no haya elegido las fantasías que dominaron sus sueños, pero sí decidió realizarlas. Durante más de una década, incluso los impulsos más persistentes no están presentes 24 horas al día. Todo lo que Castro necesitaba era que una parte de él tuviera un ataque de conciencia por algunos minutos suficientes como para permitir que esas mujeres abrieran una puerta. En más de una década, nunca tuvo esa conciencia.
De hecho, atormentó a sus víctimas no solo de manera sexual, sino también de otras formas. Les mostraba la cobertura televisiva de sus familias en duelo. Le dijo a una de ellas que a su familia no le importaba. Las alimentaba una vez al día. Golpeó a una mujer embarazada hasta que tuvo un aborto.
Nada de esto nos habla de impulsos sexuales; estos actos muestran rasgos psicopáticos. La carencia de una conciencia, de sentimientos hacia otros seres humanos, la crueldad, la falta de culpa y de remordimiento, en resumen, es maldad, el deseo de lastimar a otro ser humano sin razón y sin compasión por su dolor.
Incluso ahora, no ha mostrado un remordimiento o un arrepentimiento genuinos. En cambio, lo que presenciamos en la audiencia fue un capullo de narcicismo agresivo que envolvía fuertemente a Castro y le permitía declarar con un rostro imperturbable, que las mujeres encadenadas tenían relaciones sexuales consensuadas con él. Sin embargo, al mismo tiempo pidió su perdón.
No hay duda de que habrá quienes aconsejen a las víctimas que deben perdonar para poder dejar todo atrás. Estoy en desacuerdo. El perdón no es un regalo, debe ganarse.
La expiación y el cambio deben preceder al perdón o de lo contrario es un gesto vacío.
Es difícil imaginar cuánto tendría que cambiar Castro para que la solicitud de perdón sea legítima. No estoy segura si su sentencia es suficientemente larga para que eso suceda, y a la fecha, no ha dado un solo paso en esa dirección.
Las opiniones recogidas en este texto pertenecen exclusivamente a Anna Salter.