Por Susan Ople, especial para CNN
Nota del editor: Susan Ople es fundadora y presidente del centro Blas F. Ople Policy Center and Training Institute, organización no lucrativa dedicada a ayudar a trabajadoras filipinas en el extranjero con problemas relacionados con el trabajo y la migración. El centro también ofrece asesoría jurídica para ayudar a los sobrevivientes del tráfico humano, y otras servicios gratuitos de reintegración. Fue nombrada Trafficking in Persons (TIP) Hero por el Departamento de Estado de Estados Unidos en 2013.
(CNN) — Si le preguntáramos a los jóvenes qué podrían comprar con 200 dólares o menos, sus respuestas probablemente incluirían una tablet, un teléfono inteligente o una bolsa de diseñador.
Lo que no aparece en la lista es una trabajadora doméstica extranjera, a menos que vivas en Singapur, Malasia, Hong Kong o cualquier otro país de medio oriente.
En Estados Unidos, las trabajadoras domésticas son para los ricos y famosos. La esclavitud moderna en el mundo occidental normalmente lleva la cara de una prostituta, un niño vendido o un inmigrante ilegal explotado por su empleador. Para los países en desarrollo, la esclavitud humana frecuentemente tiene la cara de una trabajadora doméstica invisible y aislada de la sociedad dentro de la casa privada de su jefe.
Como defensora de los derechos de los trabajadores migrantes, he observado la esclavitud de cerca. Tiene muchas caras: una empleadora celosa, predadores sexuales, proxenetas, reclutadores ilegales y funcionarios corruptos. Entre ellos es común la creencia de que una trabajadora doméstica extranjera se trata de una comodidad que puede utilizarse, venderse o ambas.
Sara (no es su verdadero nombre) era una trabajadora doméstica en Filipinas que fue vendida 11 veces a diferentes empleadores en Arabia Saudita. Terminó en un hospital después de haber sido golpeada por su último jefe. Fue repatriada a su país sin meses de pago. La esclavitud ha dejado una huella en su manera de hablar, a veces incoherente y su desconfianza en las personas.
El año pasado en Malasia, el propietario originario de Singapur de una agencia de recursos humanos fue enjuiciado por trata de personas. “Aquí en Malasia, yo soy su dios”, le dijo a dos trabajadoras domésticas filipinas a quienes había abofeteado en repetidas ocasiones. En este caso, una estrecha coordinación entre las víctimas, los dos gobiernos (el filipino y el malayo) y la organización sin fines de lucro que dirijo en el centro Blas F. Ople Policy Center llevó a su arresto. El reto está en tratar de replicar el mismo modelo para víctimas en otros países.
El Centro Ople lleva el nombre de mi difunto padre, Secretario de Relaciones Exteriores y de Trabajo en Filipinas, el senador Blas F. Ople, de origen humilde. Él desarrolló el programa de empleo en el extranjero como Secretario de Trabajo durante la era de Marcos. En esos días, Filipinas enviaba a enfermeras, ingenieros, trabajadores de la construcción, y otros trabajadores capacitados principalmente a medio oriente.
Hoy, nuestros archiveros están llenos de historias de trabajadoras domésticas filipinas que han sido maltratadas y vendidas a diferentes patrones por una paga mensual promedio de 200 dólares (2,563 pesos) a través de las agencias de empleo.
Nuestra misión, en conjunto con el gobierno de Filipinas, es traerlas nuevamente a la seguridad de su casa. Ofrecemos capacitación para que estas personas tengan otras alternativas que les permitan acceder a trabajos mejores, más seguros y a una libertad duradera.
Recientemente, Filipinas estableció un emblemático tratado bilateral con Arabia Saudita que establece un sueldo mínimo de 400 dólares (unos 5,128 pesos) para trabajadoras domésticas filipinas. Nuestro gobierno busca crear acuerdos similares con otros países.
En junio, recibí el premio Trafficking in Persons (TIP) Hero del Secretario de Estado de EU, John Kerry en Washington, D.C. Al recibir el premio, pensé en todas las mujeres que han sufrido de abuso y que hemos rescatado alrededor del mundo. Ellas son las verdaderas heroínas que luchan por darles mejores condiciones de vida a sus familias.
Detrás de cada trabajadora doméstica extranjera hay una familia que lucha por sobrevivir en la pobreza. Algunas sociedades deciden menospreciarlas debido al trabajo que realizan. Sin embargo, luchar contra la esclavitud comienza con ser más amable y más respetuoso como persona, como nación y como civilización en general.
Una persona esclavizada nos desprestigia a todos, sin importar lo que hagamos o quiénes somos.
Las opiniones recogidas en este texto pertenecen exclusivamente a Susan Ople.