Por Danielle Dellorto
Nota del editor: Danielle Dellortto es productora senior de la Unidad Médica de CNN. Ella y el Dr. Sanjay Gupta viajaron a Líbano este mes para encontrarse con refugiados que han sido expulsados de sus hogares en Siria por la violencia. A continuación se presenta una visión de la manera en que el viaje le afectó.
BEEKA VALLEY, Líbano — (CNN) Nunca imaginé que me encontraría en Líbano, en las márgenes de la brutal guerra civil en Siria. Como mujer de 32 años de Chicago, no sabía qué esperar.
Cuando abordé el avión la semana pasada, parecía que los ataques aéreos de Estados Unidos o de los aliados sobre Siria eran inminentes y honestamente tenía miedo.
Pero puse en perspectiva el temor que sentía sobre la posibilidad de los ataques aéreos cuando conocí a Abdel, de siete años, en un campo para refugiados sirios en la frontera de Líbano con Siria.
Nunca olvidaré la primera vez que vi sus ojos. La tristeza y el miedo que vi en ellos eran de una persona mucho mayor, reflejaban la violencia extrema y el horror de los que había sido testigo: escenas y sonidos de la guerra que la mayoría de nosotros solo verá en películas.
Estuve ahí durante siete días, la mayoría de los niños del campo nos seguían en grupo, en ocasiones nos rodeaban, riéndose y practicando su inglés: “hello” y “thank you”. Les encantaba ver las imágenes en la pantalla de mi cámara después de que les tomaba una fotografía.
Pero no a Abdel. Él permanecía a un lado volteando ocasionalmente a ver a los otros niños que seguían a nuestro equipo. Se quedaba merodeando la mayor parte del día, pero no me hablaba, ni a nadie.
Cuando me senté a descansar, le hice una seña para que me acompañara. Creo que lo vi sonreír burlonamente. Al principio solo permanecimos sentados. No habló. Después, con ayuda de mi traductor que estaba sentado junto a mí, le pregunté a Abdel si le gustaba el pájaro Piolín: el personaje de caricaturas que tenía en su playera. Encogió los hombros diciendo que nunca había visto esa caricatura.
No tenían televisión en su casa de dos habitaciones en Siria, me dijo. Y por supuesto no existe alguna en la carpa para refugiados de piso de cemento de 10×10 pies que comparte con su madre y sus dos hermanos en el campamento.
En Siria, acudía a la escuela: primer grado, me dijo con orgullo. Entonces jugaba en el patio con sus amigos. Pero eso fue antes de la guerra. Le pregunté a Abdel si todavía se sentía seguro de jugar afuera en Siria. Negó con la cabeza y me mostró su brazo derecho deforme. Se lo rompió mientras huía de los disparos, dijo. Parece que no recibió cuidados médicos y los huesos se soldaron tan fuera de lugar que no puede doblar el brazo o estirarlo por completo.
No fue la lesión de Abdel lo que llevó a su familia a dejar su hogar y enfrentarse a un futuro incierto como refugiado. Fue una explosión, que unas semanas después causó quemaduras graves a su hermano de cuatro años. El padre de Abdel les dijo que huyeran. “Lleguen a la frontera hasta que la violencia cese”, dijo.
Desnutrición y miseria
El padre de Abdel se quedó atrás para trabajar y proteger la modesta casa de la familia, un escenario común para muchos de los refugiados que conocí. Eso fue hace cuatro meses. Ahora Abdel tiene el título del “hombre de la casa”. La preocupación en su mirada es constante. El peso que carga es tal que lo sentí con sólo sentarme junto a él.
Ahora Abdel duerme en el piso de cemento de la tienda de la familia, en un lugar extraño sin la familiaridad de casa, casi vacío, con una silla de plástico, unas cuantas cobijas y una cubeta. Su hermano pequeño sufren de desnutrición severa. Abdel está extremadamente delgado.
Conocer a Abdel y a cientos de otros refugiados tan solo en este campamento y escuchar sus historias me hace temer el efecto que un ataque aéreo potencial de Estados Unidos o sus aliados podría tener. Me temo que más violencia sólo ocasionará más dolor a los niños como Abdel.
Las cifras ya son terribles: más de 100,000 sirios han muerto, muchos de ellos mujeres y niños. En la última atrocidad, cerca de 1,400 personas murieron el mes pasado en un ataque con armas químicas perpetrado supuestamente por el gobierno.
Viajé a la frontera de Siria como voluntaria para ayudar a CNN a contar las historias de las personas afectadas por este conflicto atroz. La violencia ha obligado a más de seis millones de sirios a dejar sus hogares e ir a otras ciudades dentro de Siria o fuera del país y más de la mitad de los refugiados, cerca de cuatro millones tienen menos de 17 años.
Cuando los conocí y escuché los horrores que han vivido, me di cuenta de que las consecuencias humanas de la guerra son aterradoras. ¿Una acción militar exterior realmente detendría esa situación?
Si bien los ataques limitados podrían reducir el riesgo de otro a ataque químico, también podrían ocasionar más violencia dentro de Siria. Esto podría acabar con lo que queda del hogar de Abdel e incluso podría acabar con su padre.
Sin embargo, lo mismo podría suceder sin la intervención internacional. No sé cuál es la solución, pero sé que debe de haber alguna manera de ayudar a Abdel y a los miles de niños como él.