Por Jareen Imam
(CNN) — El corazón de Heather Kern había latido demasiado rápido desde que tenía once años.
A veces, se le aceleraba de forma aleatoria y después volvía a la normalidad. Sin embargo, esas singularidades no le impidieron ponerse sus botas para salir a caminar todos los fines de semana o tirarse a la piscina para nadar un buen rato, al menos hasta que dio a luz a su hija en agosto de 2008.
Fue entonces cuando su corazón cambió.
Si estás en un móvil mira las fotos de su transformación aquí:
Dos semanas después de dar a luz a su hija Cindy, Kern se dio cuenta de que algo andaba muy mal. A la mujer de 32 años se le empezaron a dormir las extremidades y tenía un dolor severo en el pecho.
“Mi corazón parecía una pelota de ping-pong; era una locura cómo se aceleraba y luego volvía a la normalidad”, recuerda.
Kern fue con un cardiólogo en el estado de Tejas, su nuevo lugar de residencia. Ella no sabía qué esperar; durante años, los doctores le habían restado importancia a sus síntomas.
Le sorprendió enterarse de que la causa de sus problemas era una enfermedad cardíaca. La madre primeriza tenía una miocardiopatía no compactada del ventrículo izquierdo, un trastorno congénito que afecta a un porcentaje muy pequeño de personas. En esta enfermedad, las fibras musculares de la cámara inferior izquierda del corazón no se convierten en músculo sólido como debería ocurrir en un desarrollo normal. En cambio, las fibras subsisten e interfieren con la función del corazón.
El cardiólogo de Kern sospechó que ella también padecía de taquicardia ventricular polimórfica catecolaminérgica, un trastorno del ritmo cardíaco que podía causar un paro cardíaco repentino.
El diagnóstico la llevó a un estado de depresión.
“Pensé que iba a morir”, dice. Ella ya había aumentado 18 kilos durante el embarazo y ahora le decían que no podía hacer ninguna actividad que esforzara su corazón.
La vida se convirtió en una serie de exámenes y chequeos, de idas y venidas al hospital. Fue necesario el implante de un desfibrilador cardioversor implantable (DCI), y le recetaron medicamentos para el corazón a fin de regular las arritmias que ponían en riesgo su vida. Con el tiempo, Kern empezó a reunirse con un consejero para lidiar con el dolor emocional.
“Ese primer año con mi hija, no pude disfrutarla porque tenía problemas y estaba enferma”, dice.
A medida que intentaba hacerle frente a su nueva realidad, se volcó a la comida. Durante los próximos cuatro años, su peso aumentó considerablemente. La comida, la inactividad e incluso la medicina para el corazón fueron la causa del aumento de peso. Y el aumento en la medida de su cintura no ayudaba a su autoestima. Engordó tanto que no soportaba subirse a la pesa y se negaba a ser fotografiada con sus amigos.
A inicios del año 2012, se enteró de un reto de pérdida de peso en un sitio web de cupones. El desafío iba a llevarse a cabo, en línea, entre un grupo de desconocidos que contaban calorías para bajar de peso. No parecía ser algo que representara demasiado esfuerzo para su corazón, así que Kern decidió unirse al reto del grupo.
“Pensé que trataría de bajar de peso con personas en línea. Concluí que si fallaba, no era tan malo porque no los conocía en realidad”, dice.
Así que redujo su ingesta de alimentos en 500 calorías al día; comía solo 1.200 calorías y diligentemente documentaba todo lo que se llevaba a la boca .
Aunque era amante del chocolate, se deshizo de todas las golosinas que habían en su casa. Y dejó de comer lo que dejaba su hija.
“Oh, las papas fritas; mi hija con su Cajita Feliz me volvía loca”, dice. “Me comía la mitad de su menú porque ella no podía teminarlo”.
Pero con el conteo de calorías, no había lugar para la comida de más.
Cuando inició el reto, pesaba 117 kilos. Bajó más de 9 kilos en 6 semanas; así, ganó la competencia de pérdida de peso.
Éste fue el aumento de confianza que la motivó a tomar el control de su vida. Decidió que iba a alcanzar un peso saludable, no solo por ella, sino también por su hija.
“Tanto mi mamá como mi abuelo murieron de cuarenta y tantos años debido a esto, y no sabían que padecían de enfermedad cardíaca”, dijo. “Muchas personas tienen lo mismo que yo. Es una situación completamente distinta cuando estás tratando de bajar de peso”.
Ella hizo del conteo de las calorías una rutina; registraba su consumo en sitios como caloriecount.com o en su teléfono móvil. Pero ella quería ir más allá. Quería estar activa, pero no sabía cómo. Le pidió información a su cardiólogo acerca de ejercicios ligeros; él pensó que sería una buena idea intentarlo.
Así que Kem se ató sus zapatillas, puso a Cindy en su cochecito y caminó por la calle. Eso era lo más lejos que ella iría. El miedo de que su corazón se viera afectado hizo que ella regresara. Pero esos primeros pasos fueron solo el comienzo. Poco a poco, adquirió el valor para caminar un poco más lejos cada día alrededor de su vecindario, prestando especial atención a su cuerpo.
Pronto, logró subirse a la elíptica durante cinco minutos, y así, desarrolló resistencia. “Tienes que ir poco a poco”, dice.
Bajar de peso fue un proceso gradual para Kern, quien mide 1,72 metros. Le tomó dos años alcanzar su peso meta de 61 kilos en octubre de 2013. Kern, quien empezó un nuevo trabajo en una compañía que se dedica a la defensa del paciente, ahora está enfocada en mantener su peso.
Se inscribió en un gimnasio para fortalecer sus músculos, y asiste todos los días. Todavía padece de enfermedad cardíaca, pero bajar de peso la ha ayudado a mantener controlado su corazón.
“Algunos días voy al gimnasio y mi corazón no coopera. Parece como si traqueteara”, dice. Nunca te empujas a ti mismo con esta enfermedad. Te dicen que te esfuerces en el gimnasio, pero tienes que escuchar a tu cuerpo”.
Actualmente, Kern solo toma la mitad de su medicamento para el corazón. Su cardiólogo atribuye la mejora en su salud a la pérdida de peso. Ella dice que todo el proceso le cambió la forma en que ve la vida.
“Cuando me diagnosticaron la enfermedad cardíaca, yo literalmente pense que mi vida había terminado”, dijo. “Pero la gran cantidad de peso que bajé me demostró que todavía puedo lograr lo que me propongo. La vida no había terminado; podía ser maravillosa”.