Por Mick Ebeling, especial para CNN
Nota del editor: Mick Ebeling es el fundador de Not Impossible Labs y de The Ebeling Group. Es un conferencista internacional sobre el tema de los dispositivos médicos de código abierto y uno de los 10 pioneros culturales principales de la red de Estados Unidos.
(CNN) – Fue algo bueno que no supiera exactamente lo peligroso que era el viaje en el que me estaba embarcando, porque cuando dejé mi casa en octubre del 2013 para volar a Sudán, ya estaba bastante asustado. Para ser bastante honesto, a lo que me había comprometido era la cosa más “imposible” que alguna vez hubiera tratado de lograr.
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Tres meses antes, durante la cena, me enteré sobre un médico en los Montes Nuba de Sudán, el Dr. Tom Catena, que estaba tratando a miles de personas, muchas de ellas niños, a quienes les habían amputado las extremidades durante los bombardeos aéreos del gobierno sudanés. Por casualidad, acabábamos de publicar un artículo en nuestra página web sobre Richard Van As, un inventor increíble que creó a bajo costo manos prostésicas impresas en 3D. Así que, al estar bebiendo la segunda cerveza, me planteé la posibilidad, ¿no sería genial si trajéramos impresoras e hiciéramos brazos para estos niños?
La historia podría haber terminado ahí, uno de esos planes que ingenias durante la cena y se olvidan para el desayuno. Realmente, ¿qué puede hacer una persona al enfrentarse a un sufrimiento tan generalizado a miles de millas de distancia?
Pero cuando llegué a casa e indagué sobre el Dr. Catena, leí sobre uno de los pacientes que él había tratado: Daniel, un niño de 12 años, quien tratando de protegerse de un ataque aéreo, envolvió sus brazos alrededor de un árbol. El árbol protegió su cuerpo, pero sus brazos fueron amputados por la bomba que explotó a pocos metros de distancia.
La amputación y el tratamiento del hospital le habían salvado la vida, pero cuando Daniel se despertó y se dio cuenta de lo que había pasado, él dijo que hubiera deseado haber muerto. Esta fue una de las historias más desgarradoras que alguna vez hubiera leído.
Eran las 11 de la noche. Miré por el pasillo hasta donde mis tres hijos estaban durmiendo y pensé, “¿Y si fuera mi hijo?” ¿Y si esto les hubiera pasado a ellos y alguien allá afuera pudiera ayudarlos, y no lo hiciera?
En ese momento, me di cuenta que no podía simplemente apagar la computadora, tomar un vaso de agua y acostarme. Tenía que hacer algo.
Ir a Sudán para tratar de ayudar a miles de personas era demasiado abrumador. No había forma que pudiera entender eso.
No podía ayudar a muchos. Pero sí podía ayudar a uno.
Podía ayudar a Daniel.
Curso intensivo de impresión en 3D
Eso sí, en ese momento yo sabía muy poco sobre la impresión en 3D y aún menos sobre los brazos protésicos. Así que hice lo que siempre hago: rodearme de gente inteligente, callarme y absorber su conocimiento. Reuní a todos los expertos, incluyendo al mismo gran Van As, para darme un curso intensivo de impresión en 3D y brazos protésicos.
Paso 1: imprime los archivos en 3D.
Paso 2: suaviza el ortoplástico en agua caliente, luego envuélvelo alrededor de la extremidad del paciente para moldear el plástico transpirable de grado médico y hecho a la medida que asegurará los componentes impresos.
Paso 3: coloca la mano y el guante, y enhebra los cables a través de cada dígito, corriéndolo hacia atrás a un punto de sujeción detrás de la muñeca o codo del paciente. El movimiento de la muñeca (arriba y abajo) o el codo (lado a lado) luego jala el cableado y cierra los dedos. En resumen, los cables se tensan y se liberan alrededor de un punto pivote.
Habiendo recibido el curso intensivo y solo tres cortos meses después de esa cena inicial, me encontré en Yida, un campamento desolado y polvoriento de refugiados en Sudán del Sur, hogar de unas 70.000 personas hambrientas y desesperadas, expulsados de sus hogares por las campañas de bombardeo y horrores inimaginables.
Establecí un taller en un cobertizo viejo y me preparé para hacer un brazo mecánico funcional. A pesar del calor (que mantienen el filamento de impresión fusionado) y los errores (que obstruían los motores de la impresora 3D), me las arreglé para lograr que las impresoras 3D funcionaran y la configuré para crear un brazo …para un niño de verdad, ahora sentado a cinco metros de mí. Ese niño del que había leído esa noche de julio en mi cocina. Daniel.
Conociendo a Daniel
Daniel no era comunicativo cuando nos conocimos. Tenía la mirada perdida, de forma huraña y resignada, en la media distancia. Le di mi tableta para jugar mientras yo trabajaba y él hizo lo que cualquier otro adolescente haría: encontró un video juego y empezó a jugar. Solamente que usó sus muñones en lugar de dedos. Poco a poco me empezó a tener confianza en mí y empezó a mostrar cierto interés en lo que estaba haciendo. Cada vez que me frustraba, o algo no estaba funcionando bien, solo tenía que ver a Daniel y nada más importaba. Tenía que hacerlo funcionar.
Después de unos días, y de algunos fracasos, nos las arreglamos para encajar un brazo sobre Daniel. Él todavía no era lo suficientemente fuerte como para hacer el movimiento que haría el tensar la mano, eso vendría después, pero podía manejar su mano hacia la boca. Le puse una cuchara de estaño y lo llevé a la tienda de comedor. Lo colocamos frente a un plato de estofado de cabra y calabaza.
Fue aquí, por primera vez en dos años, que Daniel se alimentó a sí mismo. Él me miró y, poco a poco, una pequeña sonrisita se dibujó en sus labios. Se dio la vuelta, miró a la pequeña multitud que se había reunido alrededor de él, de repente dibujó una enorme sonrisa que jamás había visto, y luego volvió por más.
Supe entonces, que me había topado con algo mucho más grande que yo, más grande que Daniel y más grande que una sola comida. Fue la idea de que al ayudar a uno, tienes el potencial de ayudar a muchos, y ese podría ser el secreto de todo.
La realidad, creo, es que todo cambio empieza por lo pequeño. El panorama general es demasiado difícil de manejar, demasiado incomprensible y aparentemente inamovible. Pero danos algo individual, cuantificable y que se pueda personalizar y, de pronto, nuestra perspectiva cambia a la correcta.
Solamente un paso. Solamente una milla. Solamente un dólar. Solamente un beso. Solamente una persona. Cuando vemos la vida a través del lente de “uno”, todo se vuelve mucho más asequible.
Para el final de la semana, yo estaba en los Montes Nuba de Sudán, donde el hospital del Dr. Catena continúa su trabajo. Con un flujo constante de energía solar, llené una sala de gente local, algunos invitados, otros no, y les enseñé como hacer impresión en 3D. La mayoría de ellos nunca habían visto una computadora y ninguno había visto una impresora 3D alguna vez. Sin embargo, allí estábamos, preparándonos para iniciar una fábrica de creación de manos, entusiasmados por la posibilidad de hacer brazos para otros amputados.
Mientras estaba empacando para irme, estábamos hablando sobre lo que queríamos lograr. Hablamos sobre cuántos miembros queríamos hacer, a cuántas personas queríamos ayudar y sobre cuántos brazos deseábamos haber hecho para cuando yo regresara.
Y me detuve.
“No importa cuántos hagamos”, les dije. “Finalmente, en algún momento lo lograremos”.
“Por ahora, solo hagan uno”.