Por Miguel Ángel Antoñanzas, CNN Español

Nota del editor: Miguel Ángel Antoñanzas se encuentra en Brasil para documentar la verdadera experiencia de un hincha durante la Copa del Mundo. Equipado con una cámara Nikon Coolpix, saldrá fuera de la cancha para capturar la vida, los sonidos y el sabor de Brasil.

(CNN Español) – Si hay algo que llama la atención en este Mundial de Brasil es la pasión mexicana. Y no sólo hablo de la bravura que mostró su portero, Guillermo Ochoa, en el partido el martes aquí en Fortaleza ante Brasil, sino también a la de los seguidores.

Se estima que fueron más de 20.000 mexicanos los que llegaron a esta ciudad, al norte de Brasil, casi 4.000 en un crucero de lujo.

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Muchos llegaron también en vuelos chárter directos desde México. Y eso se notaba en la ciudad. Los colores verde, blanco y rojo resaltaban en el paseo marítimo más concurrido, la playa de Iracema, con gritos de ¡México, México!, y por supuesto la tradicional canción “Canta y no llores”. Pero de hecho se cantó mucho y no se lloró nada,  tras ese valiente empate contra Brasil.

Este video es una crónica de lo que se vivió en los alrededores del estadio Castelao.

Tras esa marea de colores, amarillo, verde, rojo y blanco, encontré a gente como el joven que se alquiló un traje de charro para venir al Mundial. Bajo un sol justiciero, reconocía que se estaba achicharrando. Imagínense: a 30 grados y con un traje negro recio, que lo tenía ya empapado.

Encontré al mismísimo Moctezuma, el guerrero azteca que había llegado para dar valor a los jugadores y que estaba encantado de haber conseguido llegar a su primer Mundial.

Había muchos ‘Chavos del Ocho’ y ‘Chilindrinas’ que también son conocidos en Brasil, y por supuesto enmascarados de lucha libre, uno de los deportes más seguidos en México junto con el fútbol.

Pedro Soria, de Sonora, ha traído en su atuendo de guerrillero mexicano, en su larga cartuchera hasta 25 litros de tequila en pequeñas balas de cristal o botellines. 

Lleva además un rifle transparente, una curiosa botella, con más tequila que fue disparando a bocajarro a aquellos que lo pedían y nunca vi a un grupo de “fusilados” más feliz.

Pedro sabía que no le dejarían entrar con semejante arsenal, por lo que estuvo dispuesto a acabar con toda su munición antes del partido.

Otro personaje, Pedro Chávez, de Chihuahua, vino ataviado como los indios Tarahumaras, o pies ligeros, capaces de recorrer ultradistancias sin cansarse.

Uno de los más divertidos fue un señor mayor de Oaxaca con un precioso penacho que a duras penas podía mantener y que me invitó a chapulines o saltamontes, una insecto que, según dice, tiene poderes afrodisíacos, pero cuyo sabor fue para mí difícil de disfrutar.

Y uno de los más ocurrentes, que llegaba muy tarde casi de los últimos, pero a paso tranquilo era un hombre ataviado con un poncho mexicano y tocado de plumas,  como si fuese otro emperador, que aseguraba a grito pelado que era el padre de Neymar, la estrella brasileña.

Por supuesto hubo enormes sombreros mexicanos que nos hicieron preguntarnos cómo lograron introducir en el avión, y un joven nos dijo que se pliega igual que un taco y luego se protege con un plástico.

Pero lo que no se pliega, y eso es seguro, es el espíritu de este país, que ha venido el Mundial a hacer historia o al menos a intentarlo.