Por Thomas Schlich
(CNN) — La Primera Guerra Mundial mató y mutiló a soldados a una escala que el mundo nunca había visto. No sorprende que la gran cantidad de veteranos lisiados que regresaban a casa propiciara grandes avances en la tecnología de las prótesis.
Prácticamente todos los aparatos que se crean ahora para reemplazar las funciones corporales perdidas de los soldados que regresan de las guerras modernas —así como de las víctimas de accidentes y de actos criminales como el atentado del maratón de Boston— tienen sus raíces en los avances tecnológicos que nacieron en la Primera Guerra Mundial.
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Esa guerra, que empezó hace casi 100 años, produjo su propia camada de hombres biónicos. En las guerras anteriores, los soldados que quedaban gravemente heridos sucumbían a la gangrena y a las infecciones. Gracias a las mejoras en la cirugía, muchos sobrevivieron esta vez. Tan solo del lado alemán hubo dos millones de bajas y el 64% sufrió heridas en las extremidades. Unos 67.000 se sometieron a amputaciones. Según el Departamento de Asuntos de los Veteranos de Estados Unidos, se practicaron más de 4.000 amputaciones en soldados estadounidenses.
En todos los países que participaron en la guerra, la generación de “lisiados de guerra” —como se los llamaba en Alemania— amenazaba al sistema de pensiones y seguridad social y muchos burócratas del gobierno, líderes militares y civiles estaban preocupados por la suerte que correrían a largo plazo.
Una de las soluciones fue reincorporar a los soldados mutilados a la fuerza laboral. Se diseñaron varias prótesis para hacerlo posible, por lo que en muchos países la industria rudimentaria de producción de prótesis se transformó en una industria de producción moderna en masa.
En Estados Unidos, se fundó el Laboratorio de Extremidades Artificiales en 1971 en el Hospital General Walter Reed, que en colaboración con la Escuela de Medicina del Ejército tenía el objetivo de dar a cada soldado con amputación una “extremidad moderna”, lo que les permitiría pasar por ciudadanos con cuerpo normal en su lugar de trabajo. Aunque Estados Unidos siguió siendo el principal productor de prótesis en todo el mundo, los desarrollos en prótesis en Alemania incorporaron una búsqueda particular por la eficiencia.
Los ortopedistas, ingenieros y científicos alemanes inventaron más de 300 clases nuevas de brazos, piernas y otras prótesis. Las piernas artificiales que se fabricaban con madera o metal a veces eran relativamente rudimentarias y a menudo recreaban de alguna forma la articulación de la rodilla, lo que permitía que aquellas personas a las que se les había amputado una pierna se pusieran de pie y caminaran sin ayuda.
Los ojos de vidrio y varias prótesis faciales permitieron presentarse en público a quienes sufrieron heridas deformantes. Por ejemplo: una placa de cobre, galvanizada y pintada, llenaba el espacio vacío en la órbita ocular y el vecino hueso maxilar.
Era particularmente difícil reemplazar un brazo o una mano. En Estados Unidos, los ingenieros diseñaron un brazo mecánico cuyo uso se generalizó tras la guerra. El aparato, conocido como brazo Carnes, no era óptimo para el trabajo mecánico, pero imitaba a la extremidad natural y era relativamente fácil producirlo en masa a un costo bajo. Se volvió un gran éxito comercial.
En Berlín se evaluaban las tecnologías en prótesis —como el brazo Carnes— en el Centro de Pruebas para el Reemplazo de Extremidades. El centro de pruebas se ubica en donde confluyen la medicina, la ingeniería y la nueva ciencia de la ergonomía y es un ejemplo particularmente llamativo del entorno que hizo posible a las prótesis modernas.
El director del centro, el ingeniero y profesor Georg Schlesinger, era seguidor de la “gestión científica” de Frederick Taylor, enfoque que aplicaba el método científico a la optimización del flujo de trabajo y a la productividad laboral. Su idea era que una prótesis adecuada debía ser funcional y eficiente, un aparato intercambiable, que pudiera fabricarse en masa y que se ajustara al cuerpo humano.
Aunque las primeras prótesis trataban de replicar la apariencia del cuerpo o de seguir el plano estructural interior del apéndice original —su forma, músculos, tendones—, Schlesinger no lo consideró necesario. Razonó que si los aviones podían volar sin imitar las alas de las aves, las prótesis no tenían por qué emular a los brazos ni a las piernas.
El Brazo Universal Siemens-Schuckert-Works se inventó en 1916 y fue un ejemplo notable de eficiencia funcional. Básicamente era un soporte para herramientas con partes intercambiables. Sus manos podían ser un simple martillo, un instrumento cortante con manijas alargadas o un accesorio que podía montarse en una máquina. Podía ser de utilidad al carpintero, agricultor, dibujante, cerrajero, tornero, carpintero u hojalatero.
Muchas de estas prótesis literalmente fusionaban al hombre con la máquina, por lo que el hombre con discapacidad quedaba firmemente adherido a su estación de trabajo. Un veterano que tenía una amputación llegaba a su puesto de trabajo en una fábrica, enganchaba la prótesis a la parte de su extremidad que le quedaba y la unía a una de las máquinas de la fábrica. Trabajaría durante horas como un eslabón de una cadena cinética funcional.
La imagen de los hombres atados a su trabajo evoca incómodamente la predicción que Carlos Marx hizo respecto a que algún día el proletariado urbano se volvería un simple “apéndice de la máquina”. Es un ejemplo de la forma en la que las concepciones militares e industriales del cuerpo se extendieron para deshumanizar al cuerpo mismo.
Queda claro que algunos visionarios adoptaron la prostética como medio de transformación humana, como si el cuerpo fuera un objeto maleable al que la tecnología puede dar dignidad y mejorar.
Sin embargo, algunos pensadores van más allá e interpretan el mejoramiento tecnológico como el siguiente paso en la evolución humana. La realidad podría no estar tan retrasada: en 2008, el corredor Oscar Pistorius, a quien le amputaron ambas piernas, buscó competir en los Juegos Olímpicos de Beijing, pero algunas personas consideraron que sus prótesis para correr (hechas de fibra de carbono y diseñadas con base en las patas de un guepardo) le daban una ventaja injusta. Cuatro años después compitió en las Olimpiadas de Londres y encarnó un avance que se originó hace 100 años, en la Primera Guerra Mundial.
Las opiniones recogidas en este texto pertenecen exclusivamente a Thomas Schlich.