Por Dario Klein, para CNN Español

Becharre, Líbano (CNN Español) – Viven en carpas precarias allá donde los dejen instalarlas. Viven en estacionamientos, en casa ruinosas o sin terminar, algunas que simplemente ocupan o, en otros casos, pagando alquiler.

Viven en escuelas abandonadas, convirtiendo salones de clases en hogares. Viven en medio del desierto, el campo, en ciudades o en pueblos.

La crisis humanitaria que de Siria salpica a sus países vecinos con más de tres millones de refugiados registrados oficialmente por la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR).

La mitad de ellos están dispersos en todo el Líbano, país al que los refugiados escapan de la guerra civil en Siria.

El director regional de Care, Ibrahim Hawi, dice que a diferencia de países como Jordania o Turquía, el gobierno libanés no permite establecer campos de refugiados.

En Líbano, son más de un millón y medio de refugiados registrados, el equivalente a la población de Montevideo. Sin embargo, hay muchos más sin registrarse.

Becharre es una zona montañosa ubicada a 1.500 metros de altura en el norte de Líbano, a unos 30 kilómetros de la frontera con Siria. El paisaje está dominado por los cedros, el árbol nacional. La zona está poblada en su mayoría por cristianos maronitas y miles de refugiados sirios. Adnane, es uno de esos refugiados que cómo él dice, sobrevive en la zona, junto a su mujer y cinco hijos.

La familia tiene cicatrices de la guerra civil de su país. El mayor de sus hijos sufrió heridas en la cara por esquirlas de bomba, y Adnane recibió un balazo que le dañó las articulaciones de la mano.

“En Siria uno nunca sabe de dónde vienen los disparos, ni quién es el enemigo”, comenta Adnane, quién usa una expresión árabe muy gráfica para relatar la guerra en su país: “se rompió el cielo por la guerra”.

Adnane cuenta que poco antes del conflicto le ofrecieron una buena cifra por su casa, pero no quiso venderla. Ahora, su hogar en Siria quedó reducido a escombros, y con las heridas a flor de piel, decidió escapar con lo puesto y los ahorros que le quedaban.

“Fueron siete días caminando por zonas montañosas, en pleno invierno, entre la nieve, buscando refugio en la naturaleza”, cuenta Adnane.

Al final del camino llegaron a Becharre, a una pequeña vivienda. Los problemas no se terminaron. Adnane dice que le cuesta conseguir agua, comida y trabajo. Según el hombre, los libaneses no los quieren en el lugar.

“Nosotros no vinimos a quitarles el trabajo”, asegura.

Hawi afirma que hay conflicto y tensión entre la comunidad libanesa y los refugiados porque compiten por las necesidades básicas, los trabajos, el ingreso.

El otro problema que enfrentan los miles de refugiados sirios es la falta de educación para sus hijos.

Adnane explica que no puede mandar a sus niños a la escuela: en la pública no los aceptan y la escuela privada no la pueden costear.

La familia lamenta la situación, aún más porque –dice– el hijo mayor es muy inteligente y en Siria tenía muy buenas calificaciones.

“Esto no es vida. Ellos se levantan, comen algo, se sientan y de noche se van a dormir. No hacen nada. La vida así no tiene sentido. Los niños están paralizados, no tienen futuro”, dice Adnane.

“Ya basta, ya es suficiente. A Siria no podemos volver, en Líbano no nos quieren, entonces, tenemos que ir a otro lugar”, agrega la familia, que sabe que Suecia y Alemania reciben refugiados, y cuentan que escucharon en la televisión sobre un país llamado Uruguay al que les gustaría ir.

Pero la familia de Adnane no está en la lista de preseleccionados por las autoridades uruguayas. Por ahora, deberán seguir esperando.