(CNN) – En Namibia, la pregunta de quién es dueño de la vida silvestre a menudo se encontró con dificultades.
En 1967; un año después de que las Naciones Unidas demandaran que Sudáfrica dejara Namibia, el gobierno sudafricano del apartheid le daba la propiedad de la fauna local a (predominantemente) los terratenientes blancos.
Poco después, los namibios indígenas fueron empujados a la exreserva protegida de vida silvestres Kaokoveld, donde se les dio una franja de tierra para cosechar. Para aquellos que viven en las tierras comunales, cazar gacelas y cebras a menudo era visto como la única forma en la que una familia podía permanecer alimentada.
Cuando John Kasaona era un niño, su padre hizo lo que muchos hombres hicieron en ese momento; cazó furtivamente.
“Solía cazar todo, desde gacela hasta león”, recuerda Kasaona. “Había comida constantemente en nuestra familia”.
Por supuesto, la práctica era ilegal, y los terratenientes a menudo iban tras los cazadores.
“Era una situación muy extraña”, dice Kasaona. “El departamento de conservación del gobierno colonial comenzó a abrir ollas en las comunidades locales para ver qué había en ellas”.
Aunque las autoridades arrestaban a los cazadores, la caza furtiva se mantuvo rampante en las décadas de 1970 y 1980 mientras las malas sequías y una guerra de independencia devastaban el ganado local. Como resultado, muchas especies en Namibia enfrentaban la extinción.
“En las tierras privadas, a la vida silvestre le iba bastante bien”, señala Chris Weaver, director del Fondo Mundial para la Naturaleza-Namibia (WWF-Na). “Sin embargo, en las tierras comunales, estaba en sus puntos históricos más bajos”.
En 1983, el jefe de la villa le pidió al padre de Kasaona que dejara de cazar. A partir de ahora ya no cazaría vida silvestre; la protegería. Fue uno de los primeros cazadores convertidos en “guardabosques”, en el país.
La novedosa idea; proteger la vida silvestre al enlistar a aquellos más habilidosos en rastrearla, fue idea del Desarrollo Integral Rural y Conservación de la Naturaleza (IRDNC, por sus siglas en inglés), una ONG en la que Kasaona ahora es el director. Uno de los fundadores de IRDNC, un conservador llamado Gareth Owen-Smith, formó la idea para el sistema de guardabosques junto con los pastores locales herero.
“Descubrió que estas personas mayores no querían ver el fin de la vida silvestre más de lo que él quería”, destaca la cofundadora de IRDNC, Margaret Jacobsohn. “Podría no tener sentido desde una perspectiva exterior, pero desde una perspectiva local, estos son los hombres que saben y disfrutan estar en el monte. Pero ahora ganan un salario al estar allí”.
Cuando Namibia ganó su independencia en 1990, el gobierno reconoció los éxitos logrados por el sistema de guardabosques, y enlistó la ayuda del IRDNC al lanzar una escala nacional. Para 1996, la idea maduró; en lugar de simplemente pagarle a las comunidades locales para cuidar la vida silvestre, el gobierno utilizó la propiedad como incentivo. A cabio de formar una “comunidad conservadora”, a la comunidad se le otorgaban los derechos de los animales en su tierra.
“Si las personas sienten que realmente son dueños de un recurso, si sienten que tienen responsabilidad de eso, van a ser responsables y van a cuidarlo”, señala Jacobsohn. “Simplemente es algo muy lógico. Si rentas un departamento, lo tratarás de una forma. Si es tuyo, podrías tratarlo ligeramente mejor”.
El financiamiento inicial vino del gobierno y las ONG, incluidas IRDNC y el WWF, quienes, junto con USAid, invirtieron 48 millones de dólares en el programa de conservación desde 1993.
Al ver las cifras hoy en día, está claro que ha sido un gran éxito. El país actualmente tiene la población más grande del mundo de chitas y rinocerontes negros libres (donde alguna vez estuvieron al borde de la extinción). En la última década, la población de elefantes aumentó de aproximadamente 13,000 a 20,000. En el noroeste del país, donde los leones se redujeron a menos de dos docenas, ahora en total son aproximadamente 130.
Sin embargo, la meta siempre fue que las zonas de conservación se volvieran autosuficientes, ya que tener vida silvestre no es suficiente para asegurar su protección. Para que el esquema de conservación realmente funcione, las personas en la tierra tuvieron que reconocer que podían beneficiarse más de los animales vivos que; como dice Jacobsohn, “en sus ollas de cocina”.
Cuando el sistema de conservación comenzó en 1996, hubo cuatro áreas que generaban ingresos insignificantes. Hoy en día, hay más de 74 que ganan un total combinado de más de 4.8 millones de dólares. La mayoría de ese dinero se deriva del turismo conjunto, con la caza de trofeos en un distante segundo lugar. Muchas zonas conservadoras utilizaron el flujo de dinero para desarrollar mejor sus escuelas locales, ofrecer programas de apoyo a individuos con VIH/Sida y mejorar la infraestructura y una serie de otros proyectos rurales de desarrollo.
“Hubo un gran cambio cuando entramos al negocio del turismo”, recuerda Bennie Roman, el administrador de Conservación Torra, una de las más antiguas del país, y la primera en convertirse independiente financieramente en su totalidad. Roman recordó cómo antes de que Torra fuera establecida, los únicos empleos disponibles eran en la enseñanza y la agricultura.
“Los jóvenes iban a las áreas urbanas y los mayores se quedaban para administrar la tierra”, dice. En 1995, el resort ecológico Damaraland Camp se trasladó cerca. Al principio, Roman dice que la comunidad lo veía con sospecha.
“Los vimos como competencia”, admite. “Generaban un ingreso de los recursos con los que vivíamos”.
Sin embargo, desde entonces, Torra se convirtió en el primer grupo de conservación en unirse con un negocio privado. El Damaraland Camp paga renta al grupo y contrata a habitantes locales dentro de la comunidad; uno de cada hogar.
Hay otros efectos en el programa de conservación, algunos que no siguen principios estrictos de la conservación. La práctica de la caza de trofeos probó ser controversial, al invocar la ira de varios activistas de los derechos de los animales.
Sin embargo, Weaver lo ve como benéfico para la preservación.
“Desde mi perspectiva, intentamos conservar a las especies, no al animal, y esto crea un beneficio cuando se realiza en una forma regulada y los beneficios van a la comunidad local”, dice.
Otra cuestión es que los grupos conservadores han hecho su trabajo demasiado bien.
“Los números de cebras y elefantes aumentaron, pero también los de leones, chitas y hienas”, señala Kasaona. “Se volvió un gran problema para nuestros agricultores”.
Los grupos de conservación respondieron en varias formas. La mayoría ofrece una suma pequeña a los agricultores para compensar sus pérdidas. Algunos utilizan dispositivos GPS de rastreo en los depredadores para alertar a los agricultores cuando se dirigen a su área. Roman comenzó una estación de cría para ayudar a reemplazar el ganado que es mutilado por los depredadores locales. Kasaona admite que el problema es “parte de la historia de éxito de Namibia”.