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La tragedia de los niños inmigrantes
02:59 - Fuente: CNN

Por Rafael Romo

OMOA, Honduras (CNN) - Alexis González camina lentamente y con un poco de vacilación. Con ayuda de la pared de afuera de su casa mantiene el equilibrio.

“Me estoy acostumbrando a la prótesis”, dice el joven de 16 años de edad. Trata de sonreír, pero una expresión de tristeza regresa rápidamente a su rostro.

Cuando tenía 15 años, González tomó una decisión que cambió su vida para siempre —salir de Omoa, en Honduras— con el sueño de llegar a los Estados Unidos.

Al final de la travesía —más o menos 2.500 kilómetros (1.500 millas) a lo largo de México y Guatemala— él veía esperanza, educación, un empleo y la oportunidad de enviar dinero a casa.

“A veces ni siquiera tenemos qué comer y yo también quería una mejor educación”, dice González.

Su madre criaba sola a nueve hijos, y se desempeñaba en trabajos informales en restaurantes y campos cercanos. Ellos vivían en una sola habitación, una casa de adobe con piso de tierra construida en una colina empinada y cenagosa. Los pollos que criaban como alimento rondan la construcción. González dice que su padre abandonó a la familia cuando él era un niño pequeño.

Cuando González se fue en enero de 2014, no le pidió permiso a su madre. Él solo dejó una carta en la que le informaba sobre sus planes. “No lo hubiera dejado ir”, dice su madre, Mercedes Meléndez. “Cuando se fue, salí a buscarlo por todas partes”. Ella incluso fue a Corinto en la frontera entre Honduras y Guatemala para preguntarles a las autoridades si lo habían visto.

González dice que viajó por tierra a través de Honduras y Guatemala con uno de sus primos adolescentes. Ellos tomaron el autobús y también caminaron y viajaron “a dedo” en algunos lugares.

Una vez que llegaron a México, se subieron al tren de carga utilizado por migrantes llamado “La Bestia”. Los migrantes logran transportarse de manera arriesgada, pero gratuita, al sujetarse en la parte exterior del tren. Pandillas violentas en ocasiones se suben al tren para violar, robar y matar a los migrantes. Quienes no tengan dinero para pagarle a los mafiosos son arrojados del tren, a veces encuentran la muerte en profundos barrancos o afiladas rocas.

González dice que nunca se encontró con pandillas. Parecía que las cosas le estaban saliendo bien a él y a su primo durante algún tiempo. Ellos habían estado viajando durante varios días en el tren y estaban emocionados porque pronto llegarían a la frontera entre México y Estados Unidos y entrarían a la tierra de sus sueños.

Pero también estaban cansados. Comían lo que podían, pero no lograban dormir durante períodos de más de una hora. Ellos se aferraban a la rejilla sobre los enganches del vagón del tren. “Utilizamos nuestros propios suéteres para atarnos al tren, a modo de que no nos cayéramos”, dice González.

Pero la tragedia los esperaba a la vuelta de la esquina. De alguna forma, no sabe cómo, él se cayó del tren mientras dormía. Cuando se despertó, la sangre salía a borbotones. “El tren me había cortado mi pierna derecha y parte de mi talón izquierdo”, dice.

Al final fue rescatado por la Cruz Roja Mexicana y fue trasladado a un hospital donde estuvo en recuperación durante un mes. Permaneció en un refugio para migrantes lesionados durante dos meses más. Ahí le proporcionaron una prótesis libre de costo.

Es común encontrar historias de menores en Centroamérica que han perdido extremidades, han sido secuestrados o han muerto mientras intentaban viajar a través de México con el sueño de emigrar a Estados Unidos.

Juan Armando Enamorado, un joven de 22 años que vive en el pueblo costero de Tela, Honduras, dice que él casi perdió la vida a la edad de 17 años cuando saltó del tren, en un intento por huir de las pandillas.

“Ellos se subieron al tren para robarle dinero a las personas. Cuando escuché que venían, salté del tren que viajaba a más de 48 kilómetros por hora”, dice.

Enamorado dice que apenas pudo llegar al pueblo más cercano después de caminar durante cuatro días sin comida y con muy poca agua.

Los niños huyen de la pobreza endémica y la violencia del narcotráfico en Centroamérica.

El año pasado, las autoridades de inmigración de Estados Unidos detuvieron a casi 18.000 menores de Honduras que trataban de cruzar la frontera sin documentos. En conjunto, más de 67.000 menores, principalmente de Centroamérica, fueron detenidos, de acuerdo con cifras del gobierno de Estados Unidos.

Para entender por qué los niños huyen en grandes grupos, CNN viajó a San Pedro Sula, Honduras. Esta es la segunda ciudad más grande del país. Tiene el índice de asesinatos más alto del mundo. La violencia aumenta a causa de disputas territoriales entre dos bandas poderosas que controlan barrios enteros. El gobierno de Honduras está tratando de cambiar esta dura realidad al desplegar fuerzas de seguridad hacia zonas de conflicto.

Vilma Maldonado dice que su hijo se vio obligado a irse por las amenazas de muerte que recibió por parte de pandillas cuando tenía solo 15 años de edad. Él salió de La Lima, justo en las afueras de San Pedro Sula, hace cuatro años, a la edad de 19. La última vez que tuvo noticias suyas, él estaba en Monterrey, México, con la esperanza de entrar a Estados Unidos.

“A veces pienso que está muerto”, dice Maldonado entre lágrimas. “Pero luego busco refugio en Dios y trato de pensar lo contrario, y le pido a Dios que saque estas ideas de mi mente porque si confío en Dios, tengo que tener fe para creer que mi hijo sigue vivo”.

Para el monseñor Rómulo Emiliani, obispo auxiliar de San Pedro Sula, la migración de niños de Centroamérica a los Estados Unidos es una vergüenza regional.

“Es algo terrible, triste y vergonzoso para los hondureños que casi 18.000 de nuestros niños se hayan ido desesperadamente a causa del hambre y la violencia. Es una bofetada en nuestros rostros y hay personas a quienes no les importan estos 18.000 niños.

“¿Puedes imaginarte el viaje hasta Estados Unidos para un niño que tiene 4, 6, 10, 12? Muchas niñas han sido tocadas y violadas por contrabandistas”, dice el monseñor Emiliani.

El presidente de Honduras Juan Orlando Hernández dijo que su país ha sido víctima de poderosas organizaciones criminales alimentadas por el dinero del narcotráfico y las armas que vienen del norte y las drogas del sur, pero él insiste en que el gobierno está trabajando arduamente para ponerle fin a la situación.

“Tenemos nuestra propia responsabilidad. Lo aceptamos y estamos haciendo nuestro trabajo. Nos estamos esforzando por hacer que esto mejore. Otros países son responsables de esta guerra que estamos viviendo”, dice el presidente Hernández.

De vuelta en Omoa, Mercedes Meléndez, la madre de Alexis González, dice que está profundamente preocupada por su hijo.

“Él me ha dicho que está deprimido. Recientemente se ha sentido mejor, pero solía decirme que se quería morir. Me estaba preocupando mucho porque él dijo que quería suicidarse”, dijo Meléndez.

El adolescente dice que ahora dibuja y escribe para olvidar. Él nos muestra un dibujo de una familia de cuatro integrantes que están tomados de las manos. Utiliza colores pastel y rasgos suaves en el dibujo, y escribió palabras como “feliz”, “amor” y “te quiero” en él.

Puede ser que nunca vaya a la universidad o logre ayudar a su familia de la forma en la que quería hacerlo.

Pero cuando le preguntamos si lamenta su decisión de haberse ido, él dice que no: las recompensas eran tan altas que hacían que correr el riesgo valiera la pena.

Y lo mismo aplica para incontables jóvenes como él, de todas partes de Centroamérica.

Y lo seguirán intentando.