Por Milumbe Haimbe
Nota del Editor: Milumbe Haimbe es una ilustradora digital con experiencia en bellas artes y arquitectura. Ella explora los géneros como los cómics, la animación y las novelas gráficas. Milumbe ha exhibido su trabajo en espectáculos como el Bienal de Arte Contemporáneo Africano en Dakar, 2014.
(CNN) — Los superhéroes siempre han tenido un lugar especial en mi corazón.
Crecí en Zambia en los años ochenta, una época que marcó el comienzo de la peor crisis económica del país. Los recuerdos de mi infancia son los de un prolongado estado de emergencia que se caracterizaba por graves escaseces de alimentos y una decadencia económica en la que apenas se satisfacían las necesidades básicas de la familia promedio de Zambia.
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Mis hermanos y yo —y nuestro grupo de amigos que provenían de los alrededores de las tierras de labranza— pasábamos incontables horas sentados en la pared de un criadero de cerdos abandonado, perfeccionando nuestro lenguaje en clave extraterrestre.
Nuestro objetivo era enviar un SOS a los superhéroes en las galaxias, y tener nuestro lenguaje en clave lo suficientemente refinado como para llegar al otro lado del espacio, quizás una nave espacial bajaría a la Tierra para salvarnos de nuestras deprimentes vidas y nos llevaría al espacio exterior.
En busca de superhéroes
Regresemos solamente unos años atrás —desde mediados hasta finales de la década de 1970 y antes de la crisis económica— cuando los superhéroes como Superman, Spiderman, Batman y el increíble Hulk— eran algo verdaderamente importante para cualquier niño.
En nuestros ojos de niños, estos eran seres poderosos que lo personificaban todo, y sus marcas eran comercializadas en camisetas, gorras, loncheras, juguetes y en casi cualquier cosa. Ellos influenciaron muchos aspectos de la experiencia de la niñez a tal grado que pasé gran parte de mis primeros años aspirando a convertirme en superhéroe cuando fuera grande.
Pero entonces me encontré con la desilusión. De pronto entendí que nunca sería un superhéroe, ya que la mayoría de ellos eran hombres… y blancos. Entonces, la búsqueda desesperada de un superhéroe alternativo y con el que las personas se pudieran relacionar solo dio lugar a más desilusiones.
Muchos años después, en 2015, es un tanto desconcertante experimentar hoy la misma desilusión cuando veo tan poca representación de las minorías culturales en los medios populares.
Esto es algo importante para mí.
Soy de la escuela de pensamiento que cree que la radio, la televisión, el cine y otros medios de la cultura popular proveen los símbolos, mitos y recursos a través de los que formamos una cultura común.
Conoce a Ananiya
El peligro de excluir a las minorías culturales de los medios populares es que esta visión limitada comienza a pintar una imagen restringida de cómo una persona debería verse, cómo se debería comportar y vivir a la negación de las experiencias alternativas de ser humano. Estas deliberaciones son la base de mi novela gráfica, “The Revolutionist”.
“The Revolutionist”, una obra en progreso, se desarrolla en el futuro cercano, en una colonia satelital que está ubicada cerca de la órbita de la Tierra y es administrada por una corporación.
La conformidad social en el interés de lo colectivo es subliminalmente reforzada a través de simbolismo e iconología, mientras la economía es puramente manejada por empresas. La explotación de humano por humano, y robot por humano da lugar a la resistencia.
Ananiya tenía solo 13 años cuando se unió a la resistencia. Ahora, a los 17 años, ha sido designada como una agente en la División de Operaciones Encubiertas. En el enfrentamiento que surge donde la Corporación mantiene el control cada vez con mano más dura, no pasa mucho tiempo antes de que la resistencia se convierta en una revolución a gran escala.
A medida que las masas son impulsadas a un estado de emergencia, el mundo de Ananiya está caracterizado por toques de queda, redadas por parte de la policía, la censura y la propaganda. ¿Triunfará la revolución?
Con esta oferta literaria y visual, describo un mundo que es parecido —y al mismo tiempo muy distinto— a nuestro propio mundo. Como una joven de raza negra, mi protagonista, Ananiya, es la heroína menos probable para la revolución.
De hecho, sería certero interpretarla como la antítesis del tradicional héroe que casi siempre es hombre, de raza blanca, heterosexual y privilegiado.
Vaya, quizá algún día la versión de nueve años de mí misma pueda crecer para convertirse en superhéroe después de todo.
Las opiniones expresadas en este comentario son únicamente las de la autora.