Nota del editor: María Lombardo es profesora adjunta en la Universidad de Northwestern en Qatar, donde enseña escritura y literatura de viajes. Las opiniones expresadas en este comentario son únicamente las de la autora.
(CNN) - Ahora que terminan o inician las vacaciones de primavera —dependiendo de en qué parte del mundo vivas—, todos parecen estar tomando fotografías de viajes. Ya pasó la época en la que compartías estas fotos días o semanas después de hacer el viaje; ahora, a menudo son compartidas desde el mismo sitio turístico donde fueron tomadas.
En lugar de vivir en el momento y observar, apreciar y adquirir conocimientos culturales mientras visitan nuevos lugares, los viajeros a menudo están más enfocados en tomarse la selfie perfecta para compartirla en Instagram, Facebook o Twitter y en contar los “me gusta” y las veces que las comparten.
Podríamos culpar a las redes sociales por fomentar este comportamiento, o podríamos atribuirlo al “selfie stick” (varilla que permite tomarse selfies desde una mayor distancia), el cual quizás es el accesorio más omnipresente de todos los accesorios de viajes, y el cual ahora ha sido prohibido en museos a lo largo de Estados Unidos y en el extranjero por lo molesto que resulta. Incluso Apple anunció una prohibición respecto al “selfie stick” en su Conferencia Mundial de Desarrolladores.
También podemos optar por etiquetar a estos turistas como narcisistas por tomarse autorretratos con monumentos famosos y catástrofes por igual. Un estudio demostró que las personas que publican más selfies obtuvieron puntuaciones más altas en las medidas de narcisimo y características antisociales.
Quizá las selfies giran en torno al narcisismo, especialmente en el caso de aquellas personas que parecen tomárselas todo el tiempo y en todo lugar, como Kim Kardashian. Pero creo que hay algo más profundo detrás de todas las selfies de viajes: la necesidad de captar nuestro propio lugar en la historia.
Esta necesidad es la razón por la que algunos turistas han sido descubiertos dejando su marca, literalmente, en sitios antiguos y artefactos alrededor del mundo, como las dos jóvenes turistas estadounidenses que recientemente tallaron sus iniciales en el muro del Coliseo romano de casi 2000 años de antigüedad. Fueron descubiertas justo después de tomarse selfies con su nueva marca en el sitio histórico.
Este deseo de demostrar que “yo estuve aquí” no es nuevo; solo lo es la forma de expresarlo. A lo largo de la historia, los viajeros han escrito acerca de los lugares que visitaron y sus marcas no siempre han sido consideradas como algo destructivo.
Cuando visité Egipto hace unos años, el guía señaló inscripciones en templos y tumbas, y mencionó que los primeros visitantes las dejaron mucho antes de la era del turismo masivo. Eso fue justo antes de que un adolescente chino decidiera añadir su nombre a una de las estatuas en el templo de Karnak.
Durante una visita a Pompeya en un día lluvioso, me encontré con los mismos recuerdos de antiguos visitantes: grafiti apenas visible en las paredes que se desmoronan. Las palabras y las imágenes fueron preservadas, puestas ahí por personas que vivieron antes de que el monte Vesubio hiciera erupción y cubriera el pueblo de ceniza en el año 79 d.C.
El grafiti de los viajeros tiene sus raíces en las redes sociales primitivas. Desde las pinturas rupestres y los jeroglíficos, los viajeros han querido escribir y conectarse con los espacios que ocupan, aunque sea temporalmente, para mejorar las relaciones sociales, demostrar el estatus que tienen y establecer presencia. Los viajeros quieren escribir sus nombres, fechas de visita y tal vez de dónde vienen.
Quieren hacerlo por la misma razón que los estudiantes en Oxford tallaron sus nombres en los dormitorios, por la que parejas cierran sus candados en el Puente de las Artes en París, y por la que los turistas publican sus selfies en línea.
Ellos quieren documentar que se encontraron cara a cara con la historia y luego, cuando sea posible, compartir esa experiencia con su red de amigos, familiares y seguidores que no pudieron estar físicamente allí.
Evidentemente, la preservación de los sitios históricos es una buena razón para prohibir que los turistas inscriban sus nombres y fechas de visita. Los gobiernos, los arqueólogos y otros conservacionistas invierten una gran cantidad de tiempo y dinero para proteger los sitios para las generaciones futuras.
Pero es de poca visión hacia el futuro el hecho de negar la necesidad humana innata de hacer algo mientras están ahí. Algunos destinos turísticos están adoptando las redes sociales por medio de la creación de cabinas para ayudar a los turistas a que se tomen la mejor selfie. Cuando estuve en Dubái recientemente en una popular pasarela en la playa, utilicé una de las cabinas para selfies al aire libre a fin de tomar unas cuantas fotos familiares.
Quizá los sitios históricos deberían adoptar más las redes sociales. ¿Qué pasaría si el Coliseo diera un cambio radical y en lugar de prohibir que las personas escribieran en los muros de piedra, lanzara una campaña en redes sociales que hiciera la siguiente invitación: “Ven y escribe en nuestro muro”… como si fuera su muro de Facebook. Una nueva campaña de Instagram con la etiqueta #smilelikeagladiator (sonríe como un gladiador) podría ser la medida necesaria para lograr que los turistas tomen fotografías y se conecten con el Coliseo y con otros viajeros alrededor del mundo.
No culpo a los turistas por querer hacer una conexión con los lugares que visitan y compartirla de una manera tangible. Después de todo, la conexión y el entendimiento son algunas de las razones para viajar, escribir y tomarse selfies. Sin embargo, los turistas necesitan aprender a hacerlo con la conservación y las sensibilidades culturales en mente. Los sitios turísticos podrían ayudar en este sentido al brindarles una manera inofensiva en la que puedan involucrarse con la historia y compartir esas experiencias memorables.