Clare B. Dunkle es una novelista y exbibliotecaria. Además de coescribir “Elena Vanishing”, ha escrito una autobiografía sobre la anorexia en adolescentes desde la perspectiva de una madre, llamada “Hope and Other Luxuries”.
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(CNN) - En el 2002, cuando mi hija Elena estaba a punto de cumplir 14 años, su personalidad pareció cambiar por completo. Se volvió tensa y callada, y desarrolló insomnio. Lo más inquietante de todo es que se adelgazó mucho y dejó de crecer.
Su creciente ansiedad parecía impedirle que se relajara lo suficiente como para disfrutar de una comida.
Los cambios que vimos en el peso y comportamiento de Elena empezaron a preocuparnos a su padre y a mí, así que la llevé con un respetado psiquiatra infantil. Él le realizó pruebas durante horas y luego me dijo que no tenía nada de qué preocuparme.
“Tu hija está completamente normal”, me dijo.
Confié en el diagnóstico del psiquiatra, pero me seguí preocupando. Elena pareció estabilizarse, pero no recuperó su actitud alegre. Estaba molesta y cínica, y la molestaban muchas cosas de las que antes se habría reído.
Finalmente, en 2006, en el verano antes de la graduación de Elena, ella vio a otro psiquiatra. “Es anorexia nerviosa”, dijo. “La ingresaré al hospital hasta que suba de peso”.
En este punto, Elena estaba delgada, pero su peso superaba las directrices de la anorexia, y su actitud y comportamiento no parecían ser tan inquietantes como lo habían sido cuatro años atrás, cuando la habían declarado completamente normal.
El pediatra de Elena estaba totalmente en desacuerdo con el psiquiatra. Mi esposo y yo lo discutimos, pero no sabíamos a qué doctor creerle.
Elena, furiosa por estar atrapada en el hospital, inició una huelga de hambre. Ella perdía más peso cada día. Para cuando llevaba una semana en el hospital, su condición había empeorado. Ahora los doctores me decían que su corazón estaba peligrosamente débil. Elena tenía cardiomiopatía.
No sabía que hacer; nunca me había sentido tan confundida y asustada en toda mi vida. ¿Acaso estaba mi brillante estudiante de escuela secundaria realmente tratando de morir de hambre como insistía el segundo psiquiatra, o tenía razón el primer psiquiatra y ella era una niña normal? ¿Acaso una seria condición médica estaba ocasionándole daño a su corazón? ¿Por qué los doctores no podían ponerse de acuerdo?
Se lo pregunté a Elena mientras yacía en la cama del hospital: “¿Tienes anorexia nerviosa?”
“No, mamá. Eso es estúpido”, dijo.
“¿Estás en algún tipo de competencia con tus amigas?”, le pregunté. ”¿Es esto algún tipo de dieta?”
Elena me vio a los ojos. Se trataba de mi estudiante con honores, de mi voluntaria de la Cruz Roja.
“De verdad, mamá, no es ninguna dieta”, dijo. “No tengo anorexia. Estoy bien”.
Ese verano, permanecí con mi hija mientras era trasladada de hospital en hospital y su condición seguía empeorando. Me senté con Elena en dos salas de cuidados intensivos o recorrí miles de kilómetros con ella para tratar de encontrar respuestas. Los expertos nunca pudieron explicarme qué le estaba pasando a mi hija, pero con el tiempo, sus misteriosos problemas mejoraron lo suficiente como para permitirle que regresara a casa.
Me sentía consumida por la duda y la falta de confianza en mí misma. ¿Acaso le había fallado a Elena de alguna manera? ¿Había sido demasiado estricta? ¿Me había obligado mi carrera como escritora a pasar demasiado tiempo lejos de casa? Nadie me podía decir qué le había pasado a mi hija y qué papel había tenido en su enfermedad.
Conocer la verdad
Durante más de dos años, Elena estuvo bien, pero en 2009, bajó de nuevo de peso. Tenía 21 años en ese entonces y vivía en casa mientras asistía a la universidad. Una vez más, yo agonizaba mientras veía cómo comía cada vez menos. Cuando la confronté esta vez, ella admitió que tenía anorexia, y voluntariamente decidió ir a un centro de tratamiento a tiempo completo.
El mejor lugar que su padre y yo encontramos estaba a varios estados de distancia, así que la pusimos en un avión dos días después. Me sentí emocionada y profundamente aliviada. Finalmente, Elena estaba lista para mejorar.
Pero semana tras semana, cuando hablaba con Elena por teléfono, ella no parecía mejorar. En cambio, sonaba enojada y miserable, como si estuviera en la lucha de su vida. Y entonces, una noche, ella llamó y dijo: “Hay algo que quieren que te diga”.
El corazón me dio un vuelco. “Bien”, dije. ”¿Qué es?”
Con voz entrecortada, mi hija me dijo que había sido violada cuando tenía solo 13 años.
A mi mente llegó un recuerdo de Elena a los 13 años: una niña feliz, graciosa, platicadora. ¿Violada? ¿Esa niña adorable y llena de vida? ¿Qué tipo de monstruo podría hacer algo tan horrible?
“¿Quién fue?”, le pregunté, con una voz tan calmada como pude.
Elena no lo sabía.
Un chico mayor la había invitado a ella y a su mejor amiga a una fiesta. Se habían emocionado mucho por la invitación. Pero cuando llegaron ahí, la casa estaba llena de niños adolescentes, y no había más niñas presentes. Y cuando Elena fue al baño, la habían atacado, de manera repentina y brutal. Ella estaba en shock. No había visto su rostro.
Me invadió un sentimiento de dolor mientras mi imaginación me mostraba esa imagen espantosa: mi hija atrapada, atacada, herida. Quería estar ahí con ella mientras hablaba de estas cosas terribles, abrazarla, sostenerla… ¿pero me permitiría hacerlo?
Esa es la razón, pensé con una claridad escalofriante, por la que no soporta que la toquen. Y de nuevo recordé el abrupto cambio en su personalidad, cuando había dejado de reírse, sonreír y aceptar abrazos.
“¿Por qué le creí a ese primer psiquiatra?”, pensé. Yo sabía en mi corazón que algo andaba mal.
“¡Oh Dios, Elena!”, dije. ”¿Por qué no nos dijiste?”
“Pensé que papá lo encontraría y lo mataría”, dijo abruptamente. Ella parecía estar desinteresada en la conversación, como si estuviéramos hablando acerca de alguien que ni siquiera le agradaba. “No quería que papá fuera a la cárcel. No quería que nadie lo supiera, nunca. Me escabullí… pensé que era mi culpa”.
“Elena, dije tan tranquila como pude, “¡por supuesto que no es tu culpa!”
Pero ella solo repitió, en el mismo tono de voz indiferente, que pensaba que había sido su culpa.
Y supe que, en el fondo, aún lo creía.
Una intensa sensación de dolor se estaba formando en mi pecho y me subía a la garganta para ahogarme. Escuchar acerca del crimen fue horrible, pero escuchar cómo Elena hablaba de esta forma sobre ella misma también fue horrible. Todo lo que podía hacer era repetirle una y otra vez que lo que le había sucedido era importante, que era un crimen terrible y que ella nunca debería haber pasado por ese tipo de trauma… jamás.
Pero en medio de todo el dolor, en medio de toda la tristeza que se acumuló dentro de mí y me mantuvo despierta durante horas luego de terminar la llamada, sentía un ápice de consuelo: al fin lo entendía.
Eso fue lo que sucedió, pensé. Ahora todo tiene sentido. Ahora, paso a paso, ella finalmente puede empezar a sanar.
Eso fue hace más de cinco años. Elena se ha esforzado mucho en su recuperación, y ahora vive una vida feliz y plena. Mientras aún estaba en el centro de tratamiento, me pidió que colaborara con ella en su autobiografía “Elena Vanishing”, una representación íntima de la anorexia en adolescentes. El proceso de escritura nos enseñó a compartir nuestros secretos, sin importar cuán dolorosos pudieran ser, y una vez más aprendimos cómo pedir ayuda, acortar la distancia, y apoyarnos una a la otra.
Ahora, Elena habla en nombre de las sobrevivientes a violaciones y de las víctimas de trastornos alimenticios, con la esperanza de llegar a las víctimas silenciosas y ayudar a quitarles la carga de la vergüenza. Ella les dice que yo le dije en esa llamada telefónica: esto no es tu culpa. Esto es importante y horrible. Mereces la ayuda que necesitas para mejorar.
Yo también he luchado con una carga de vergüenza. Nunca olvidaré que mi hija de trece años fue víctima de la violencia bajo mi protección, y nunca olvidaré que me dejé deslumbrar por una bata blanca para creer en un diagnóstico que sabía que estaba mal. Mi error hizo que una jovencita llevara un horrible secreto sola durante seis largos años.
Pero gracias a la fuerza y a la honestidad de Elena, yo también he crecido. Ver cómo Elena aprende a sanar me ha enseñado a encontrar perdón y a alejarme de la culpa. Por ella he aprendido a olvidar los errores… y enfocarme en el amor.
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